OCTAVIO PAZ: UNA REFLEXIÓN
Por Gonzalo A. Reyes
Por Gonzalo A. Reyes
Lic. En Comunicación y Periodismo
UNAM FES Aragón
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La reflexión que ejerció Octavio Paz durante su vida intelectual afirma su profunda vocación poética. Ese diálogo que estableció entre poesía y pensamiento le permitió fundar un estilo característico que rompió con los cánones establecidos por la generación de los Contemporáneos.
Poeta pensante, ente de creación que se preguntan de viva voz por el ser de las cosas. Un hombre que siempre se cuestionaba todo; eterno marinero de océanos tempestuosos. Paz encarna ese genio intelectual que desde la América Latina lanzó una voz universal.
Poeta pensante, ente de creación que se preguntan de viva voz por el ser de las cosas. Un hombre que siempre se cuestionaba todo; eterno marinero de océanos tempestuosos. Paz encarna ese genio intelectual que desde la América Latina lanzó una voz universal.
Laberinto y palabra son dos de los temas más característicos de la obra paciana: silencio y soledad. Un poeta del pueblo y para el pueblo, Paz encarna esa simpatía que sólo vive en los grandes espíritus.
Explorador de cambiantes geografías, hombre combustible, de entusiasmo encendido. Figura esencial dentro de la poesía mexicana del siglo XX. Heredero de la generación que escribió la poesía más rigurosa. Una de las principales voces de la lengua castellana, hombre además que supo asomarse a la cultura oriental trayéndonos noticias de la India.
Asomarse a la obra de Paz es como decía él mismo, adquirir consciencia de nuestra singularidad. Desde que publicó El laberinto de la Soledad su palabra alcanzó una gran difusión. Prosista, traductor, funcionario, etc., pero sobre todo poeta. Hombre polémico, sumamente profundo, una muestra de lo que la cultura significa para nuestros pueblos. A diez años de su muerte su palabra está más viva que nunca.
Por otro lado, a mi parecer, Paz significa una figura imprescindible no sólo en las letras mexicanas modernas sino en la historia de la literatura universal.
Imprescindible, sí, en efecto, no únicamente por haber alcanzado el Nobel de literatura sino porque su trabajo literario e intelectual es uno de los más ricos y expresivos- original también, sin duda- de lo que se produjo a nivel mundial en el siglo pasado.
Entronizarlo sería erróneo puesto que muchos lo han hecho, lo hacen y lo seguirán haciendo, quizá el presente texto no sea otra cosa que precisamente eso, una coronación por más que uno quiere escapar de las adulaciones. Sería mejor buscar otro ángulo.
Es imposible ceñir su figura, es irreducible. Por ello ese vulgar reduccionismo al que estamos acostumbrados choca literalmente cuando queremos acercarnos a la su obra tratando de encasillarlo en determinada categoría.
Su producción es colosal y universal, como he señalado. El que diga o piense lo contrario estaría comportándose como un crítico ante una obra que por inmensa e inalcanzable resulta fácil despreciarla como salvación de su propio orgullo e ignorancia.
Paz era un hombre profundamente sensible. Pocos en nuestra historia han tenido ese tesón de espíritu. Esa capacidad de ponerse a la altura de los temas y tiempos-influencia de Ortega y Gasset, sin duda y reconocida por el propio Paz- que le permitió hondar y descuellar entre el océano turbulento que fue el siglo XX.
Una capacidad descomunal, un hombre no común entre los grandes hombres no comunes, Octavio Paz fue para su generación un símbolo de respeto, admiración, genialidad, originalidad, etc. A mi parecer Paz también debería significar no sólo un gran hombre sino más bien: un superhombre.
Sí, en efecto, un superhombre en el sentido nietzscheano. El hombre es algo que tiene que ser superado, el hombre común es un puente entre la bestia y el superhombre. El mismo Paz dijo alguna vez: Nietzsche me enseñó a ver lo que estaba detrás de palabras como virtud, bondad, mal. Fue una guía en la exploración del lenguaje mexicano: si las palabras son máscaras, ¿qué hay detrás de ellas?.
Imposible reducir la expresión y el pensamiento paciano a la mexicanidad, su capacidad le permite situarlo entre los hombres clave para acercarnos a una comprensión más certera de nuestro tiempo. Para Octavio no sólo fue su fuerte sentir sino también pensar.
Por otro lado, a estas alturas del tiempo, resulta curioso el que no tengamos noticias de otra figura semejante salvo los compañeros del propio Paz que aún viven. Los grandes no se dan en maceta, pensará usted amigo lector, en efecto, pero el caso aquí es casi preocupante y lo extraño de lo preocupante es que es un estado estático, lo mejor sería ocuparnos ¿no cree?.
Ocupémonos un poco entonces. Sería cuestión de meternos en las recientes producciones literarias, filosóficas, poéticas, etc., indagar entre lo más destacado, prever alguna luz en este oscuro siglo que se avecina.
Si no entramos otro faro que nos ilumine entre la tempestad que se avizora, tendremos, sin duda, que asomarnos a nuevas costas, y en su caso, inventarnos nuevos héroes, porque un pueblo sin guías espirituales está condenado inevitablemente a transitar otros cien años por el tétrico laberinto de la soledad.
Paz nos incorporó en definitiva en la cultura occidental, su pensamiento es una larga reflexión de un tiempo y un espacio universales, no obstante un eco que llega hasta nosotros con aire fresco, las cosas han cambiado. La vigencia del pensamiento paciano es incuestionable para situarnos en nuestra singularidad histórica, pero sin duda todo ha dado un vuelco radical.
Nos encontramos en un tiempo de nuestra historia en que se hace más necesaria que nunca la aparición de grandes hombres. Vivimos una época difícil en que el estado del arte sufre una de sus más grandes vicisitudes.
Se asoman, como he dicho, tiempos difíciles. Seguiremos acudiendo por un tiempo más a la sombra que Paz nos proporciona mientras en calor no sea tan intenso como para obligarnos él mismo a salir de nuestro escondite. Quizá entonces, otra vez, intentaremos ocuparnos de nuestro propio destino.
Cortesia de:
GONZALO REYES MUÑOZ
Lic. En Comunicación y Periodismo
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