ARTESANÍAS
José Guevara
¿Qué es esto? ¿Qué es aquello? Son artesanías que están a la venta en este y muchos otros tianguis que hay en las calles de este país. Las calles se llenan de puestos, aquí y allá… En ocasiones son personas pertenecientes a comunidades empobrecidas ofrecen el producto de su trabajo, aquí y allá, en esta y aquella esquina, aunque no es el único tipo de gente. Hay, por otro lado, desacuerdos en lo relativo a permitirles a los que venden, apostarse en las banquetas, en las calles, en las plazas públicas. En todo caso, la modernidad ha hecho que la ciudad cambie su rostro. Se requiere orden, permisos, trámites, etc. Las calles, originalmente, eran para los peatones. La ciudad, para los ciudadanos.
Ahora bien, las artesanías… ¿Qué son? ¿Qué representan? ¿Tienen vigencia? Hay quienes las compran. Unos por gusto, otros por moda pasajera. Por tener algo diferente, por una especie de snobismo barato. O bien, por lástima hacia el artesano callejero, ambulante.
Me muestran un par de zapatos. Veamos, primero que nada, representan un estilo alternativo, que no se encuentra en las zapaterías. Pero, un momento, tal vez no debamos hablar de “estilo”. Es que las artesanías están destinadas, no a competir en el mercado de la moda, ni a ofrecer una alternativa, sino que son un fin en sí mismas. Son un medio de vida. Más bien, son una expresión de la vida. Contrario a los productos industrializados, las artesanías llevan la esencia de un modo de relacionarse con el mundo. Un modo diferente al predominante.
Al observar los zapatos artesanales, me doy cuenta que no son ni atractivos ni proyectan ningún tipo de imagen al que los usa. Es que no se han hecho con tales fines. No vienen a competir con la moda ni con la industria. Entonces las artesanías hablan un lenguaje poco comprensible al ciudadano común. Sí, ese, el trabajador que acude todas las mañanas a su centro de trabajo y se espera que vista de cierta manera y quizá, con ciertas marcas industriales, preferentemente extranjeras.
¿Cómo puede el artesano sobrevivir ante un pueblo al que se le exige cierto estilo de vida? Aquí sí vale hablar de estilo de vida. Imagino comprar estos zapatos que tengo en mis manos y llegar a la oficina con ellos puestos al día siguiente. Más allá de comentarios acerca de lo feo de tal calzado, se harían observaciones acerca de lo inadecuado del mismo. Esto es, inadecuado en cuanto a lo que se espera de uno.
Sigo sosteniendo ese par de zapatos artesanales en mis manos. Son inadecuados para la vida que llevo. Tal es la conclusión. No he de comprarlos.
Y sigo haciéndome preguntas ¿Quién compra las artesanías? No todos trabajan “formalmente” en una oficina. Hay muchos, seguramente la mayoría, que no cuentan con un empleo formal. El precio de estos zapatos, aunque no es precisamente bajo, es barato comparativamente con lo que se vende en zapaterías. Esto representa un atractivo para quien lleve una vida fuera, no de lo normal, sino fuera de lo formal. También los hay quienes quieren mostrar que son informales, ocurrentes o inteligentes en sus gastos y por tal motivo los compren y los usen. No es una actitud genuina, pero favorece al artesano.
Los hay, también creo que muchos, los que compran estas cosas por moda pasajera, en la adolescencia sobretodo. Y la adolescencia puede empezar a los 13 años o bien, a los 40, o bien, repetirse muchas veces en la vida de una persona. Para muchos, esta moda pasajera comienza a los 13 años y no termina, sino que termina siendo un estilo de vida. Tanto moda como estilo de vida son el lenguaje de la sociedad formal.
¿Quién es el artesano? Puedo aventurar que no está dentro de lo formal y, dirán los funcionarios y los economistas, no está dentro del comercio regular. No paga impuestos, (al menos no directamente) no contribuye (como muchos quisieran que lo hiciera), no esto, no aquello. No falta quien los vea como parias u oportunistas evasores de impuestos. A primera vista podríamos decir, quizá con Marx, que el artesano vive de su trabajo sin mediar mucha enajenación de por medio. Lo opuesto al obrero en la línea de montaje, que no expresa nada de su personalidad ni de su vida en el producto de su trabajo y que éste nunca le pertenece.
Veo la cantidad de artículos. Cinturones de chaquira (o eso parece); carteras de tela o piel; bolsas con pedazos de aluminio y tela; aretes; dijes. Una infinidad de artículos hechos con infinidad de materiales. ¿Qué es todo esto y en qué se distingue del consumismo interminable de los grandes y modernos centros comerciales de las metrópolis? A primera vista, tanto lo exhibido en este tianguis como aquello en las vitrinas elegantes muestran una infinidad de artículos. En ambos casos, a muchos de ellos no les encuentro ningún sentido de existencia.
Volviendo al artesano, no parece ejercer su oficio sujeto a una fuerza exterior. Pero hay algunas dudas. Prácticamente los artículos que más se venden, parecen ser siempre los mismos, en este tianguis o en cualquiera. Hasta los mismos colores. Así, el artesano parece producir en función de la demanda que le impone el consumidor. Ah, el capitalismo premoderno. ¿O no es así como rezaba la máxima? Es el consumidor quien impone el ritmo a la producción. Pero es claro hoy que es el productor quien le impone el ritmo al que baila (literalmente, por ejemplo, en la industria de la música) el consumidor.
En vista de esto, ahora me pregunto ¿Quién es el consumidor de artesanías? Vaya, esta pregunta ya me la había hecho, pero ahora indago con un poco más de detalle. Parece que, en su vasta mayoría, el consumidor de artesanía es el consumidor común. Esto es, no se distingue del que consume en comercios formales y elegantes. Tal vez compre un iPod por la tarde y por la noche un par de aretes de exóticos minerales, ensamblados a mano en algún tianguis de la ciudad. Más tarde llenará su iPod con la música que existe para ser consumida y presumirá sus aretes artesanales.
Tal vez, empiezo a pensar, hay un círculo vicioso, de ese sistema de consumo que todo lo consume e incorpora. El consumidor es formado con una visión de la vida seccionada en estilos de vida. Elije un estilo. Acto seguido consume en consecuencia a ese estilo. Las artesanías son interpretadas como parte de un estilo de vida. A esto el artesano responde, ya no necesariamente produciendo libremente, al menos no del todo. Pero claro, las cosas nunca son exactamente como las describimos con conceptos y palabras. Los conceptos simplifican y las palabras simbolizan demasiado.
Seguramente habrá cierta libertad de parte del artesano para producir de acuerdo a su creatividad. No todo lo que hacen es meramente con la intención de atender a una oportunidad de mercado. Y seguramente lo que producen, en algo modificará al consumidor.
En cualquier caso, me interesa más saber si es que alguien llega a ser un puro consumidor de artesanías, esto es, que se abastezca fundamentalmente de artesanías. ¿Existen estas personas? Con toda seguridad. Y como ya lo mencionaba, algunas harán esto con razones más genuinas que otras.
Ocupémonos de aquellas que visten con productos fabricados artesanalmente y baratos (porque hay cada artículo cotizado en una fortuna simplemente porque está “hecho a mano”). ¿A qué nos referimos con que algo es barato? Esto es, barato en comparación con el precio del mismo producto fabricado industrialmente. Y entendamos que estas personas sean aquellas que cubren sus necesidades primarias de alimento, vestimenta, refugio mediante productos artesanales baratos. Pero también (quizá principalmente) cubren sus necesidades estéticas mediante tales productos. Este aspecto, el estético, parece ser importante y quizá es poco apreciado por los economistas. Me parece que el deseo, gusto, felicidad y regocijo que acompaña a la contemplación de la belleza, es un canal directo para conocer la relación de una persona con el mundo.
Tomemos al artesano ideal. Brilla el sol, pero no todos los días brilla de la misma manera. Las nubes no son siempre las mismas, la atmósfera tampoco, el viento jamás… Pero más importante, el ser humano no es nunca el mismo. Su estado de ánimo no es el mismo hoy, mañana, a cada minuto. Aún cuando el paisaje se presentara idéntico, tal vez hoy lo interpretaría ligeramente diferente a como lo hizo la última vez. Tal vez hoy le significaría algo diferente. Así, le imprime parte de sí mismo a la experiencia vivida. Pero el artesano, como artista, lo reproducirá o bien, lo traducirá a una expresión humana, pero suya Esto es, particular.
El artesano tomará sus materias primas y las forjará, de manera diferente cada vez. Quizá con un mineral exótico, pardo, rojizo, dorado, recordará el atardecer. O quizá le significará el dolor, la destrucción y la muerte. O felizmente el amor y la pasión. Imprimirá tal sentimiento al producir ese objeto. El que adquiera ese objeto podrá leer en él una cosa o la otra. El color, la forma, le sugerirán esto o lo otro, pero no estará, idealmente, muy lejos de lo que se ha querido expresar. Así, en teoría, habrá una comunicación. La naturaleza impacta al hombre. Éste la interpreta y la humaniza y se expresa a sí mismo. La plasma en un objeto, en una expresión. Un semejante capta el mensaje y se hace uno con el creador de esa expresión y con la expresión misma. Pareciera un diálogo íntimo. Aquí surge un problema, me parece. Para todo lo íntimo, es menester tiempo y profundidad. No me parece que sean las características del mundo en que vivimos y cómo lo vivimos, con prisa y trivialmente.
En el otro extremo, ahora veamos al consumista ejemplar. Lejos del tianguis de artesanías, por ahora, lo buscamos en el departamento de artículos electrónicos (pero podríamos buscarlo en cualquier otro departamento). Lo primero que veo en la escena del deseo es una especie de hipnotismo hacia el objeto. Es la seducción que ejerce desde antes de llegar a verlo, sentirlo, operarlo.
La fabricación física del objeto del deseo no la conocemos bien. Son grandes industrias ensambladoras de sofisticados objetos producidos en masa en otras industrias especializadas. Pero la fabricación simbólica del objeto la conocemos un poco mejor. Quizá el ingrediente principal es la seducción. Todo esta hecho, diseñado, estudiado, para seducir. El objeto debe seducir. Pero no sólo seduce, pues al igual que la artesanía ideal, también este objeto industrializado, comunica. Pero comunica un mensaje que es mediado por una referencia. Primero debió construirse un paradigma de vida. Un estilo de vida. Una referencia. Lo que “embone” en ese estilo de vida, en esa referencia, debe hablar el mismo lenguaje. Si el estilo de vida habla de status, poder, opulencia, entonces el producto debe hablar el mismo lenguaje. Y si habla con el mismo lenguaje, entonces seduce. Porque nada nos seduce más que aquello que adivina nuestros deseos e insinúa cumplirlos. Nos seduce que nos conozcan tan bien. Pues al estar frente a quien nos conoce muy bien (y a nuestros deseos), estamos vulnerables.
Para completar nuestra entrega al ente seductor, éste no sólo nos conoce y nos hace sentir vulnerables, sino que promete cumplir nuestros deseos. Pudiendo dominarnos al conocernos tan bien, parece conducirse “amablemente” con nosotros y nos promete lo que deseamos. Tal, me parece, es el secreto de la seducción. Así, con el mensaje y compartiendo el mismo código de valores imperantes, es posible ser seducido. Y nos equivocamos si creemos que al cumplir nuestros deseos, tal objeto es amable y no nos domina. Cuanto más parece que cumple nuestros deseos, cuanto más dominados somos.
Pensando en ambos extremos, me parece que en el primer caso, idealmente, nos relacionamos con nosotros mismos y con nuestros semejantes y el objeto en sí no es tan importante, sino la comunicación íntima que se establece. Esta comunicación se establece, no a través del objeto, sino a través de la relación directa con su productor y con nosotros mismos. En cuanto al segundo caso, no hay comunicación, sino que parece haber una orden, un mandato, una instrucción, un consejo, una sugerencia… “haz esto y te premiaré”, “haz esto y lograrás aquello”. Tal es el lenguaje del seductor.
En ambos casos hay un gusto estético. En el primer caso la estética viene de nuestra interpretación de la naturaleza y nuestra fusión con ella. En el segundo caso hay belleza también en los artículos producidos. Pero tal belleza es la misma siempre, predecible. No es el caso primero, en que hay siempre algo nuevo por descubrir en una creación imperfecta. En el producto perfecto hay belleza, pero es estática. En el producto imperfecto, la belleza es dinámica. Nos estamos inventando en cada momento.
A cada momento no somos el mismo y la naturaleza tampoco. Y nuestra percepción de ella es siempre nueva. Y nuestra expresión de la misma cada día puede cambiar, cada minuto, cada vez que creamos. ¿No acaso el encanto de la bella música recae, en parte, en que cada vez que la escuchamos descubrimos algo nuevo? Pienso que cada vez descubrimos algo nuevo en ella y en nosotros mismos. Cada vez que la escuchamos, es diferente.
¿No acaso una característica de los objetos modernos del deseo es su carácter efímero? Nos seducen una vez, para abandonarnos inmediatamente. Entonces codiciamos otro.
En el primer caso parece haber una comunicación en la cual hablamos de nosotros mismos y esto que hablamos nos hermana con la naturaleza y con nuestros semejantes. En el segundo caso, hablamos de aquello que nos vemos interesados en satisfacer para lograr alguna otra cosa. Esto es, adquirimos esto o aquello para lograr o conseguir esto otro o aquello otro. En el primer caso nos identificamos con nosotros mismos. En el segundo caso nos identificamos con algo externo.
Así, pues, pienso que las artesanías, en su condición ideal, no son una simple creación para satisfacer necesidades de alimento, vestimenta, refugio, placer estético. Expresan una relación con el mundo y con nosotros mismos. Sería un error, sin embargo, pensar o esperar que adquiriéndolas y usándolas volveremos a ese mítico estadio de la humanidad en el cual la comunicación e interacción humana era más calida, genuina, desinteresada, etc. Ante otra cosa, el consumismo consume todo. Y lo consume en el sentido de integrarlo.
Pero tal vez no todo es tan así. Vivimos en la contradicción. Somos contradictorios. Sin embargo, es mi parecer que predomina una forma de vida en que atendemos más a lo externo que a lo interno.
En cualquier caso y con estos zapatos artesanales en mis manos, me pregunto cuál es (o puede ser) el sentido de las artesanías en este mundo de consumismo. Todo en base a las reflexiones que he tenido acerca de éstas. Un probable escenario es que empecemos a tomar las riendas de nuestras vidas y busquemos relacionarnos más con nosotros mismos que con las cosas y los paradigmas sugeridos interesadamente. En este sentido, los mercados de artesanías pueden aportar, hasta cierto punto, una ayuda.
Suena utópico. Pero en ocasiones me parece que no queda otra salida que la utopia. ¿A qué me refiero? A que creo, como dicen algunos, que el sistema actual de consumo ilimitado no podrá sostenerse más. Y como tal sistema siempre produce más frustración que satisfacción, llegaremos a un punto de saturación y buscaremos estilos alternos de vida. La autonomía en el consumo, energías renovables en pequeña escala, mercados locales, fabricación artesanal de los satisfactores, etc.
Entonces, quizá este nuevo estilo de vida obedezca más a una estrategia de sobrevivencia del género humano, que a una genuina o interesada elección. No se trataría, pues, de ser excéntrico y quererlo mostrar al mundo. Tampoco se trataría de pretender pasar por radical e iniciar tal estilo de vida. Más bien, los que opten para tal lo harán sin pasión y sin presunción. Más bien como una estrategia.
Aún así, y suponiendo que la toma de consciencia se generalice, sería un estilo de vida, al que seríamos orillados. Nos ayudaría claro, nuestra convicción de que es lo mejor para todos y de que el consumo sin límites ni es posible, ni deseable, ni disfrutable.
Pero ante todo, me alegraría imaginar que, si este escenario (ya utópico de por sí) se cumple, sea el primer paso para iniciar una relación significativa y profunda con nosotros mismos, nuestros semejantes y la naturaleza. Esta sería, a mi juicio, la utopía suprema.