MUÑEQUITA CIEGA
Por: Ligia Donají Ramos Soto
Lic. En Comunicación, egresada UV
Lic. En Comunicación, egresada UV
Con cuidado la acomoda en la ventana. Se va de lado. Suavemente la toma con la mano izquierda de la cintura y con la derecha de la cabeza y la recarga contra el vidrio. Las puntas de los plásticos pies diseñados para las zapatillas rozan apenas el descansabrazo del asiento. Se cae de nuevo. Con brusquedad la levanta y la planta otra vez contra el cristal del ventanal. La curva frente se apoya en la rígida transparencia y por un instante que no tarda en esfumarse, la muñeca se queda quieta, con los ahulados ojos estáticos en el valle que afuera estalla en amarillos y verdes.
Una voluta dorada sale por la boca de un sol de ojos entrecerrados, extendiéndose sobre el paisaje como nube de polvo.
En un movimiento del autobús, la muñeca vuelve a caer. La niña contiene el llanto, no comprende por qué su muñeca prefiere ignorar esa especie de tragaluz que se abre en el cielo bañándolo todo como un gran foco, cómo puede no mirar las ondulaciones verde oscuro que allá afuera culebrean jugándole retas al autobús, a ver quién llega más lejos. Le gusta el autobús, porque cada vez que salta ella rebota y ríe, como ahora que se ha olvidado de llorar por el breve y acolchonado brinquito que acaba de dar.
Allá adelante el señor chofer también salta, pero él lo hace como sentado en un gordo colchón que lo impulsa hacia arriba con delicadeza.
Recuerda su asunto y mira de nuevo por la ventana: desde su asiento puede ver a un hombre que pareciera chiquito a la distancia , con una camiseta morada amarrada sobre la cabeza, alzando los brazos y golpeando la tierra con algo, cosa que la hace abrir la boca y soltar la muñeca. Luego unas pintas de colores regadas en lo plano le desprenden esa especie de dolor que venía mascando al mirar la tierra maltratada: son manchones apenas repartidos entre la hierba y ella dice mariposas, y se da cuenta al incorporarse de su asiento y pegarse al vidrio, que son más bien flores muy pequeñas y decididas a notarse.
Empiezan sus ojos a acostumbrarse a tanto color cuando aparecen bruscamente hombres y mujeres trabajando sumidos en una extensión de matas cerradas y chinas, como el pelo de su perro. Ella piensa que esa gente espera una ola, de pie, sumergidos hasta media pantorrilla en la inmensa piscina vegetal, y no sabe por qué los asocia con un ejército, como el de los soldados de plomo de su hermano.
Como un brochazo incendiado en el extremo superior de una pintura, el enorme agujero que entre las nubes sigue aventando luz, benevolente y redondo como pupila atenta, retiene su atención. Se acomoda de nuevo en el asiento y su mano llega hasta el plástico frío de la muñeca de ojos muy abiertos. La mira extrañada sin comprender a dónde es que ve con tanta sorpresa.
Titubeante, se agacha para tomar el equipaje de mano que antes de dormir, su madre acomodara bajo el asiento delantero. Bucea con la mano hasta hallar la punta de las tijeritas para las uñas, dentro de la bolsa grande de cuero café. Sostenida en su mano izquierda por debajo de la breve cintura, su muñeca la ve con fijeza.
Cautelosa acerca las tijeras hasta la sonriente cara, a la altura de los ojos. Se detiene observando los azules trocitos de hielo que desde el plástico rostro parecieran devolverle la mirada. Voltea hacia el cielo a examinar el rosetón ocular y luminiscente que se expande entre tanto algodón iluminándolo todo. Compara y se desespera. Lágrimas escurren por sus mejillas: le duele su muñeca. Le entristece su muñeca.
1 comentario:
Este cuento me recuerda un poco la reflexión que hice en el Ensayo sobre la ceguera de Saramago. Es sobre tristeza que provoca observar la ceguera ajena, no digo la ceguera propia porque esa es imposible observarla, se requeriría de un verdadero trabajo introspectivo para hacerlo y una vez realizada la auto observación la ceguera desaparece. Claro, esto desde una perspectiva demasiado subjetiva. quizá no sea esa la intención del cuento, pero cada lector interpreta de acuerdo a sus propios valores. Gracias por el cuento Ligia.
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