la educación como herramienta de la emancipación
Por Juan Pablo Demaría
Estudiante en Profesorado y Licenciatura en Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste (U.N.N.E.)
He consultado un poco, amablemente asesorado,
la bibliografía pedagógica sobre la problemática
de la emancipación. Y en lugar de emancipación,
lo que ahí se encuentra es un concepto
ontológico-existencial como el de autoridad, de
vinculación, o como quiera que se llamen todas
estas atrocidades, que sabotean el concepto de
emancipación, oponiéndose así, no sólo implícita,
sino abiertamente, a los presupuestos de una democracia.
Theodor W. Adorno
La educación y la presencia del estado en la misma
En los tiempos que corren estamos cada vez más lejos y a la vez tan cerca de aquella metodología educativa denominada tradicional, esa que se basaba en la tesis empirista que sostiene que el educando es una tabula rasa que debe ser llenada con los contenidos que enseña el educador. El sujeto de aprendizaje, como se lo denomina en la actualidad al educando, era un receptor pasivo de la realidad objetiva y transparente que le mostraba el maestro, el profesor; éste le enseñaba (imponía) los conocimientos y el educando, para adquirirlos, debía reproducirlos tal cual los emitía el educador. En un mero reproductor de lo que enseñaba el maestro o el profe se volvía el educando. De cuando en cuando, quizá se tomaba su licencia para pensar, es decir, cuestionar lo que le transmitía sistemáticamente el educador, pero no siempre, pues estaba prohibido pensar, porque ya sabemos y no hace falta que lo explicitemos, es peligroso pensar, porque atenta contra nuestra salud y la de nuestros queridos vecinos.
Hoy en día se nos hace dificultoso pensar, pues nos enseñaron todo menos a pensar, la bendita educación de enfoque tradicional perdura en nuestros tiempos, aún en la educación primaria y en la secundaria los educadores enseñan a sus educandos a reproducir, es decir, a repetir lo que ellos les trasmiten, no se nos enseña a cuestionarnos lo que recibimos como enseñanza del docente, a poner en tela de juicio lo que nos enseñan de historia (universal, europea, argentina, etc.), de literatura, de educación cívica (formación ética y ciudadana), etc. Nosotros seguimos siendo en éste vertiginoso siglo XXI, ultra desarrollado científica y tecnológicamente, tabulas rasas, recipientes vacíos que deben ser llenados de conocimientos y saberes por los abnegados docentes.
Durante los siglos XVI y hasta principios del siglo XIX los educadores constituían corporaciones de educadores que pertenecían a órdenes religiosas católicas y protestantes tanto en Europa como en América del norte e Iberoamérica. Comenius en su “Didáctica magna” peticiona a los gobernantes (al príncipe) para que financien la construcción de escuelas y las doten de libros, no obstante, es importante señalar que durante mucho tiempo los docentes no eran trabajadores asalariados por parte del estado, pues al congregarse en corporaciones lograban cierta independencia con respecto al estado, además, las corporaciones religiosas católicas no debían responder directa y necesariamente al estado nacional o local, sino que su autoridad residía en el santo padre, en Roma. Esto les daba una importante independencia política en su proyecto educador-evangelizador (Narodowski, Mariano. Desencantos y desafíos de la escuela actual. Pp. 81 y ss.).
Los conflictos entre los gobernantes y educadores no se hacían esperar, el divorcio entre el estado y las corporaciones educativas sacaba de órbita al estado en una cuestión tan importante como lo es la educación. El estado preguntaba y los educadores explicaban y exigían condiciones, sin embargo, el estado no se entromete aún en el ámbito de la educación. No existe todavía un Estado-educador.
A principios del siglo XIX progresivamente el estado comienza a hacerse cargo de la educación, es así como el estado, a diferencia de las corporaciones religiosas de educadores y de los pedagogos laicos que proclamaban el ideal pansófico en la educación, pero que sólo accedían a éste sistema un reducido sector de la sociedad, decide encarnar el ideal pansófico no ya en un acotado sector de la sociedad, sino en toda la sociedad, extendiéndose a todos sus sectores. Este sistema tendrá su expresión mas acabada, décadas mas tarde, en la instrucción pública o escuela pública.
La presencia del estado en materia educativa se hace notar reglamentando que libros deben ser leídos en las escuelas, por ejemplo en Buenos Aires durante la Primera Junta de Gobierno, por iniciativa de su secretario, Mariano Moreno, decreta que el libro El contrato social de Jean Jacques Rousseau, fuese texto de lectura obligatoria en las escuelas elementales (Ibid. P. 87). En los albores del siglo decimonónico entra en juego en el campo educativo la obligatoriedad escolar, ésta estaba destinada únicamente para los varones pobres. Los niños pertenecientes a los sectores más elevados social y económicamente eran educados por medio de instructores e institutrices o en las órdenes religiosas más tradicionales y prestigiosas. La obligatoriedad escolar responde a dos factores: la visualización de un nuevo cuerpo social, el cuerpo infantil que merece una enseñanza brindada en escuelas; y también la cuestión urbana producto de los cambios demográficos resultantes de la revolución industrial, la problemática de la infancia se hace sentir en los niños que vagan por las calles, éstos constituyen significativas hordas que asaltan, saquean u holgazanean. La obligatoriedad escolar suponía hacerla gratuita ya que la mayoría de los educandos no contaba con los medios suficientes para costearse su propia educación. El estado paulatinamente se hace cargo del salario de los docentes que se encargarán de la educación de los niños. La obligatoriedad-gratuidad escolar no siempre contribuyen al progreso y a la emancipación de las sectores más pobres, ésta medida será dictaminada con el objetivo de erradicar a los niños pobres de la calle, pues significaban un peligro social. Para evitar éste problema la escuela se encargaba de disciplinar a los niños, a través, de la enseñanza de hábitos, costumbres, de normas morales. Estas normativas de obligatoriedad estaban respaldadas por la figura de la institución policial que garantizaba la asistencia y la permanencia de los niños en las escuelas (Ibid. Pp. 90 y ss.).
A esta altura de los acontecimientos cabe la necesidad de preguntarnos si la incidencia y la progresiva intervención del estado en la educación, bajo la influencia de los países europeos más desarrollados, favorecieron la idea de emancipación de nuestro pueblo.
La cuestión del aula
El espacio en el que se disciplinaba a los educandos, por medio, de las normativas morales era y sigue siendo el aula, según Dussel y Caruso la difusión del término aula en relación con la escolaridad elemental sólo se produjo con la victoria de los métodos pedagógicos que proponían una organización de la enseñanza por grupos escolares diferenciados entre sí, a veces por edad y otras por sus logros de aprendizaje (Dussel y Caruso. La invención del aula. P. 26). El argumento que sostienen estos autores es que el aula de clase es una construcción histórica. El aula en su estructura implica la comunicación entre los sujetos de aprendizaje (educandos) y los docentes (educadores), sin embargo, dicha comunicación es jerárquica, sus reglas no son definidas por todos, sino que hay muchas decisiones ya tomadas antes de que los educandos y educadores ingresen al aula. Las decisiones sobre las formas de dar clase, así como el modo de diagramar y programar los planes de estudio definirán si la relación es más igualitaria, más uniforme o más jerárquica. Siguiendo a estos autores dado que la situación de enseñaza implica una compleja situación de poder, es posible considerar que la enseñanza como conducción del aula puede estudiarse en relación con la conducción de las sociedades y de los grandes grupos.
El aula puede ser pensada como una situación de gobierno (Ver Ibid. Pp. 30 y ss.). Las relaciones entre educadores y educandos, y entre directivos de las instituciones educativas y el estado conforman un complejo entramado en el que se juegan los intereses del estado (la ideología y el factor económico de los funcionarios) y los de los educadores, aquellos que tienen intereses, también ideológicos y económicos con las políticas educativas promulgadas por el estado, y aquellos que abogan por la independencia de la educación con respecto al estado. Si el estado es la institución que regula el presupuesto de la educación (en el caso de las escuelas públicas y gratuitas) impondrá medidas que deberán ser aplicadas por los educadores en las escuelas y más precisamente en las aulas a la hora de enseñar, y los docentes, por más en desacuerdo que estén con las medidas establecidas por el estado, a la larga o a la corta, las terminan implementado.
A modo de conclusión de ésta breve comunicación podemos señalar que la educación, o más precisamente, las formas de educar fueron cambiando a lo largo del tiempo, de la educación que proponía Comenius a principios de la modernidad con educadores independientes con respecto a los gobernantes habiendo corporaciones religiosas que se hacían cargo de la educación, se pasó a la paulatina intervención del estado en la institución educativa, por un lado para erradicar el problema social de los niños pobres que vagabundeaban por las calles, y por otro, por las secuelas que dejó la revolución industrial en los países más desarrollados modificando la situación demográfica en los mismos. Una vez que el estado tomo las riendas del panorama nacional, la educación no estuvo exenta de la hegemonía del estado sobre la misma exigiendo que libros debían ser leídos en las escuelas y cuales no. De esta forma podemos pensar la educación tradicional de la que hablamos al comienzo del artículo como una forma de enseñanza que sirve para consolidar la ideología de un sector social que designa y distribuye los conocimientos según sus intereses políticos y económicos. La cuestión de la emancipación tan significativa a la hora de pensar las formas de educar, nos sirve para poner en práctica formas de resistencia que nuestro pueblo, el argentino y porque no latinoamericano viene ejerciendo desde hace decenios a lo largo del tumultuoso siglo XX.
La emancipación que quieran ejercer los pueblos no debe olvidarse de que la educación es uno de sus bastiones más importantes, de lo contrario las formas de vida democráticas son prácticamente irrealizables y descansan en las ideas de hombres ilustres.
En los tiempos que corren estamos cada vez más lejos y a la vez tan cerca de aquella metodología educativa denominada tradicional, esa que se basaba en la tesis empirista que sostiene que el educando es una tabula rasa que debe ser llenada con los contenidos que enseña el educador. El sujeto de aprendizaje, como se lo denomina en la actualidad al educando, era un receptor pasivo de la realidad objetiva y transparente que le mostraba el maestro, el profesor; éste le enseñaba (imponía) los conocimientos y el educando, para adquirirlos, debía reproducirlos tal cual los emitía el educador. En un mero reproductor de lo que enseñaba el maestro o el profe se volvía el educando. De cuando en cuando, quizá se tomaba su licencia para pensar, es decir, cuestionar lo que le transmitía sistemáticamente el educador, pero no siempre, pues estaba prohibido pensar, porque ya sabemos y no hace falta que lo explicitemos, es peligroso pensar, porque atenta contra nuestra salud y la de nuestros queridos vecinos.
Hoy en día se nos hace dificultoso pensar, pues nos enseñaron todo menos a pensar, la bendita educación de enfoque tradicional perdura en nuestros tiempos, aún en la educación primaria y en la secundaria los educadores enseñan a sus educandos a reproducir, es decir, a repetir lo que ellos les trasmiten, no se nos enseña a cuestionarnos lo que recibimos como enseñanza del docente, a poner en tela de juicio lo que nos enseñan de historia (universal, europea, argentina, etc.), de literatura, de educación cívica (formación ética y ciudadana), etc. Nosotros seguimos siendo en éste vertiginoso siglo XXI, ultra desarrollado científica y tecnológicamente, tabulas rasas, recipientes vacíos que deben ser llenados de conocimientos y saberes por los abnegados docentes.
Durante los siglos XVI y hasta principios del siglo XIX los educadores constituían corporaciones de educadores que pertenecían a órdenes religiosas católicas y protestantes tanto en Europa como en América del norte e Iberoamérica. Comenius en su “Didáctica magna” peticiona a los gobernantes (al príncipe) para que financien la construcción de escuelas y las doten de libros, no obstante, es importante señalar que durante mucho tiempo los docentes no eran trabajadores asalariados por parte del estado, pues al congregarse en corporaciones lograban cierta independencia con respecto al estado, además, las corporaciones religiosas católicas no debían responder directa y necesariamente al estado nacional o local, sino que su autoridad residía en el santo padre, en Roma. Esto les daba una importante independencia política en su proyecto educador-evangelizador (Narodowski, Mariano. Desencantos y desafíos de la escuela actual. Pp. 81 y ss.).
Los conflictos entre los gobernantes y educadores no se hacían esperar, el divorcio entre el estado y las corporaciones educativas sacaba de órbita al estado en una cuestión tan importante como lo es la educación. El estado preguntaba y los educadores explicaban y exigían condiciones, sin embargo, el estado no se entromete aún en el ámbito de la educación. No existe todavía un Estado-educador.
A principios del siglo XIX progresivamente el estado comienza a hacerse cargo de la educación, es así como el estado, a diferencia de las corporaciones religiosas de educadores y de los pedagogos laicos que proclamaban el ideal pansófico en la educación, pero que sólo accedían a éste sistema un reducido sector de la sociedad, decide encarnar el ideal pansófico no ya en un acotado sector de la sociedad, sino en toda la sociedad, extendiéndose a todos sus sectores. Este sistema tendrá su expresión mas acabada, décadas mas tarde, en la instrucción pública o escuela pública.
La presencia del estado en materia educativa se hace notar reglamentando que libros deben ser leídos en las escuelas, por ejemplo en Buenos Aires durante la Primera Junta de Gobierno, por iniciativa de su secretario, Mariano Moreno, decreta que el libro El contrato social de Jean Jacques Rousseau, fuese texto de lectura obligatoria en las escuelas elementales (Ibid. P. 87). En los albores del siglo decimonónico entra en juego en el campo educativo la obligatoriedad escolar, ésta estaba destinada únicamente para los varones pobres. Los niños pertenecientes a los sectores más elevados social y económicamente eran educados por medio de instructores e institutrices o en las órdenes religiosas más tradicionales y prestigiosas. La obligatoriedad escolar responde a dos factores: la visualización de un nuevo cuerpo social, el cuerpo infantil que merece una enseñanza brindada en escuelas; y también la cuestión urbana producto de los cambios demográficos resultantes de la revolución industrial, la problemática de la infancia se hace sentir en los niños que vagan por las calles, éstos constituyen significativas hordas que asaltan, saquean u holgazanean. La obligatoriedad escolar suponía hacerla gratuita ya que la mayoría de los educandos no contaba con los medios suficientes para costearse su propia educación. El estado paulatinamente se hace cargo del salario de los docentes que se encargarán de la educación de los niños. La obligatoriedad-gratuidad escolar no siempre contribuyen al progreso y a la emancipación de las sectores más pobres, ésta medida será dictaminada con el objetivo de erradicar a los niños pobres de la calle, pues significaban un peligro social. Para evitar éste problema la escuela se encargaba de disciplinar a los niños, a través, de la enseñanza de hábitos, costumbres, de normas morales. Estas normativas de obligatoriedad estaban respaldadas por la figura de la institución policial que garantizaba la asistencia y la permanencia de los niños en las escuelas (Ibid. Pp. 90 y ss.).
A esta altura de los acontecimientos cabe la necesidad de preguntarnos si la incidencia y la progresiva intervención del estado en la educación, bajo la influencia de los países europeos más desarrollados, favorecieron la idea de emancipación de nuestro pueblo.
La cuestión del aula
El espacio en el que se disciplinaba a los educandos, por medio, de las normativas morales era y sigue siendo el aula, según Dussel y Caruso la difusión del término aula en relación con la escolaridad elemental sólo se produjo con la victoria de los métodos pedagógicos que proponían una organización de la enseñanza por grupos escolares diferenciados entre sí, a veces por edad y otras por sus logros de aprendizaje (Dussel y Caruso. La invención del aula. P. 26). El argumento que sostienen estos autores es que el aula de clase es una construcción histórica. El aula en su estructura implica la comunicación entre los sujetos de aprendizaje (educandos) y los docentes (educadores), sin embargo, dicha comunicación es jerárquica, sus reglas no son definidas por todos, sino que hay muchas decisiones ya tomadas antes de que los educandos y educadores ingresen al aula. Las decisiones sobre las formas de dar clase, así como el modo de diagramar y programar los planes de estudio definirán si la relación es más igualitaria, más uniforme o más jerárquica. Siguiendo a estos autores dado que la situación de enseñaza implica una compleja situación de poder, es posible considerar que la enseñanza como conducción del aula puede estudiarse en relación con la conducción de las sociedades y de los grandes grupos.
El aula puede ser pensada como una situación de gobierno (Ver Ibid. Pp. 30 y ss.). Las relaciones entre educadores y educandos, y entre directivos de las instituciones educativas y el estado conforman un complejo entramado en el que se juegan los intereses del estado (la ideología y el factor económico de los funcionarios) y los de los educadores, aquellos que tienen intereses, también ideológicos y económicos con las políticas educativas promulgadas por el estado, y aquellos que abogan por la independencia de la educación con respecto al estado. Si el estado es la institución que regula el presupuesto de la educación (en el caso de las escuelas públicas y gratuitas) impondrá medidas que deberán ser aplicadas por los educadores en las escuelas y más precisamente en las aulas a la hora de enseñar, y los docentes, por más en desacuerdo que estén con las medidas establecidas por el estado, a la larga o a la corta, las terminan implementado.
A modo de conclusión de ésta breve comunicación podemos señalar que la educación, o más precisamente, las formas de educar fueron cambiando a lo largo del tiempo, de la educación que proponía Comenius a principios de la modernidad con educadores independientes con respecto a los gobernantes habiendo corporaciones religiosas que se hacían cargo de la educación, se pasó a la paulatina intervención del estado en la institución educativa, por un lado para erradicar el problema social de los niños pobres que vagabundeaban por las calles, y por otro, por las secuelas que dejó la revolución industrial en los países más desarrollados modificando la situación demográfica en los mismos. Una vez que el estado tomo las riendas del panorama nacional, la educación no estuvo exenta de la hegemonía del estado sobre la misma exigiendo que libros debían ser leídos en las escuelas y cuales no. De esta forma podemos pensar la educación tradicional de la que hablamos al comienzo del artículo como una forma de enseñanza que sirve para consolidar la ideología de un sector social que designa y distribuye los conocimientos según sus intereses políticos y económicos. La cuestión de la emancipación tan significativa a la hora de pensar las formas de educar, nos sirve para poner en práctica formas de resistencia que nuestro pueblo, el argentino y porque no latinoamericano viene ejerciendo desde hace decenios a lo largo del tumultuoso siglo XX.
La emancipación que quieran ejercer los pueblos no debe olvidarse de que la educación es uno de sus bastiones más importantes, de lo contrario las formas de vida democráticas son prácticamente irrealizables y descansan en las ideas de hombres ilustres.
2 comentarios:
Gracias Juan Carlos por tu contribuciòn. La situación educativa en Mèxico no suele ser muy diferente. El Estado decide, planes de estudios, contenidos y estrategias didàcticas que les sean "útiles" a sus intereses económicos y políticos del momento. Algún teorico famoso alguna vez dijo, "mi educación ha sido interrumpida por mis años escolares" es una tristeza que alguien opine eso, pero lamentablemente en muchas ocasiones suele suceder. Saludos. Esperamos màs colaboraciones.
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