lunes, 4 de diciembre de 2006

PONENCIA Sobre la Modernidad por Sara Luz Enriquez

La Modernidad
en sus Inicios

Sara Luz Enriquez Uscanga
Alumna de Scociología SEA UV

El Nacimiento del Individuo Moderno

La modernidad se entiende como una época de la historia de Occidente después de la Edad Media. En esta época podemos encontrar ciertas ideas básicas que determinan el curso de la “mentalidad” propia del ser moderno. El hombre moderno ve el mundo con ojos diferentes al hombre medieval.

¿Cuáles son las diferencias en el pensamiento entre estas dos épocas?

En la Edad Media cada cosa ocupaba su lugar, todo tiene un centro preciso; existen marcadamente las jerarquías y cada quien debe cumplir con el papel que le tocó representar hasta la tumba. Era pues una época determinada y determinante. “La sociedad es un edificio, donde cada persona, al ocupar su lugar, está a salvo de la novedad radical pero también de la angustia. El hombre está situado, seguro, sabe donde está, su morada lo acompaña desde el nacimiento hasta la muerte”[1]

En el Renacimiento ese mundo ordenado se rompe. Nicolás de Cusa, Copérnico, Giordano Bruno, Kepler, Pascal, transforman el orden del mundo físico con sus investigaciones. El mundo no tiene centro y se abren las puertas hacia el infinito. En este universo sin fin todo es relativo, el orden no existe y todo queda “determinado” por las relaciones que lo uno guarda con lo otro. Al relativizarse entonces el lugar ocupado por cada uno en este orden que también puede ser relativo, las culturas no se escapan a este planteamiento. La civilización cristiana es pues una de las civilizaciones posibles y no el centro de la historia como se pretendía hacer creer. Surge entonces en esta época un nuevo hombre que no adquiere su poder mediante la herencia y por señalamientos divinos. Este hombre se abre paso mediante su trabajo y bajo las nuevas relaciones que se crean al acabar con la idea central del poder y el dominio. “El valor que tenga en la sociedad ya no dependerá del papel que le haya sido asignado, sino de la función que desempeñe gracias a su esfuerzo… [ ]…su acción libre le da un sitio en el mundo, no la naturaleza”[2]

Con este paso dado por el hombre, el concepto mismo de hombre cambia. Ahora el hombre puede ser lo que elija ser ya que cuenta con el libre arbitrio para decidir por el mismo. El hombre nuevo decide lo que hace, proyecta las posibilidades de lo que hace y se enfrenta con estas acciones a su propia e indeterminada libertad. Estamos ante el nacimiento del Individuo. Este Individuo con su esfuerzo es capaz de engendrar mundos nuevos a su imagen y semejanza.

El hombre con su acción transformadora y creadora de mundos nuevos empieza a escribir su historia, hace historia y también al hacerla puede cambiarla mediante la planeación racional. Surgen así las utopías racionales que buscan borrar el desorden y confusión empezando desde cero, al hacerlo “la concepción de la historia ya ha dado un vuelco: no es estática, ni repite modelos antiguos… [ ]…la idea de progreso no podía surgir sin ese vuelco previo”[3]

Es importante señalar que el pensamiento moderno se da con el surgimiento de un nuevo hombre que cree en sus capacidades transformadoras. La separación del hombre con el mundo de lo no humano es un parte aguas para este tipo de hombre que finca en el hacer la transformación del orden establecido. Es pues el Individualismo un rasgo característico de la modernidad y con ello la libertad. La transformación del orden natural por medio de la razón es otra de las características de este tipo de pensamiento.

“La nueva figura del mundo se desprende de una creencia central: el sentido de todas las cosas, incluido el del hombre mismo, proviene del hombre. El hombre es fuente de sentido y no recibe él mismo de fuera de su sentido. Los entes no tienen un sentido “objetivo”, independiente de los sujetos, adquieren sentido con relación a estos”[4]

Este nacimiento del individuo va ligado estrechamente al concepto de razón. Desde que la razón sustituye los principios de autoridad y tradición el individuo adquiere confianza en sus “haceres”, descubre nuevos caminos tanto en las artes como en la ciencia y toma conciencia de su voluntad.

¿Qué es la Modernidad?

“Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia”

Marx.

Ser modernos significa anhelar el cambio, romper con la estabilidad de la tradición porque sólo en el progreso podemos sentirnos vivos. Al transformar constantemente nuestra sociedad estamos sembrando la semilla de algo nuevo. Ser modernos implica revolucionar constantemente nuestro entorno, fluir constantemente hacia el infinito, hacia lo mejor, hacia la felicidad, y una vez llegados a ese lugar, destruir y empezar de nuevo. Ser modernos implica cambiar mediante la aplicación de la razón pero también pedir el cambio y llevarlo a cabo. No volver la mirada atrás, olvidarnos de la nostalgia y deleitarnos con el “ir hacia”, pelear por la renovación de nosotros, nuestro entorno y nuestras relaciones. Ser modernos implica fluidez y volatilidad para una vez que construyamos y edifiquemos tengamos las armas para “desvanecernos en el aire” y con nosotros, nuestras obras. Ser modernos es convertir el espacio público en íntimo, llevar el placer a las calles, a la pintura, a la escultura, a la lectura. Ser moderno implica crear nuevas formas de libertad, hacernos más ágiles para recorrer las múltiples opciones que el progreso nos promete. Ser modernos es hacer de la calle nuestro hogar, de las máquinas nuestras aliadas, de la tecnología nuestra amiga. Ser modernos es tener “la voluntad de luchar hasta agotar sus energías con las complejidades y contradicciones de la vida moderna, de encontrarse y crearse en medio de la angustia y la belleza de su caos en movimiento”[5] Es pues la modernidad una época sin precedentes en la historia del hombre, donde los cambios son profundos y entrañan una diferente manera de ver el mundo, donde el progreso hacia un futuro mejor y la idea de un estado último de felicidad mediante la razón serían permanentes.

Uno de las primeras transformaciones de esta época tiene que ver con el nacimiento de un nuevo hombre. Un hombre que no se conforma con los designios divinos ni con el poder heredado por la sangre. Este hombre nuevo lleva en sus entrañas el germen de esta nueva manera de hacer las cosas. Estos nuevos hombres se abren paso mediante la razón y pese a los obstáculos que el antiguo orden divino imponía. Este tipo de hombre pertenece a una naciente sociedad, la burguesa y es así que surge la nueva sociedad civil, compuesta por individuos que no pertenecían y no querían pertenecer a la antigua sociedad feudal. Con el correr de los años y con la burguesía a la cabeza de este nuevo ímpetu transformador es que llegamos al desarrollo del capitalismo.

“La modernidad se refiere ante todo a los tremendos cambios que se produjeron a múltiples niveles desde mediados del siglo XVI en adelante, cambios señalados por las transformaciones que desarraigaron a los campesinos y los convirtieron en trabajadores industriales y urbanos móviles. La modernidad cuestiona todas las formas convencionales de hacer las cosas, estableciendo sus propias autoridades basadas en la ciencia, el desarrollo económico, la democracia y las leyes y altera el yo. Si en la sociedad tradicional, la personalidad se recibe, en la modernidad se construye. La modernidad se propuso conquistar el mundo en nombre de la razón; la certeza y el orden social se asentarían sobre una nueva base”[6]

En sus inicios el capitalismo rompe con las antiguas relaciones donde lo que prevalecía era el valor de uso y la economía basada en los recursos naturales, donde los objetos estaban hechos para durar. Eran sociedades jerarquizadas y donde el poder tenía carácter de absoluto. El capitalismo impone el valor de cambio y desparece el intercambio cultural, homogeneizándolo todo. Ahora todo es mercancía.

Marx había anunciado que el papel de la burguesía era el de “revolucionar incesantemente los medios de producción”; ese espíritu de cambio característico de la modernidad impactó fuertemente en el desarrollo industrial y tecnológico del capitalismo y por añadidura impactó al hombre y su relación con el mundo y con los demás. Este afán revolucionario de modernización derrumba fronteras y se abren nuevos mundos para el intercambio de mercancías. Se perfeccionan los medios de transporte y de comunicación para tener más acceso a la información. En el capitalismo todo se puede comprar, todo se puede vender. Las nuevas tecnologías creadas para el mejoramiento de la vida cotidiana llegan hasta los hogares transformando la dinámica de las relaciones y sobre todo del individuo. La modernidad es un proceso que nos promete un mundo mejor, más feliz, donde nuestros sueños en base a nuestro trabajo se harán realidad. Donde el conocimiento como herramienta del progreso nos llevará siempre más lejos, nos hará más fuertes, nos brindará la posibilidad de transformar positiva y constantemente el curso de la historia. La reflexión moderna hará cambios importantes en nuestra manera de aplicar el propio conocimiento y tendremos sociedades más igualitarias, fraternas y en paz.

Postmodernidad

Los paraísos microscópicos

Los sistemas han fallado. La política ha fallado. La idea de felicidad ha fallado. Las utopías han fallado. El progreso no existe. Todas las promesas que alguna vez nos hizo la modernidad se han desvanecido en el aire. Qué queda por hacer después de esta gran desilusión causada por el fracaso del proyecto moderno? Para Gilles Lipovetsky estamos viviendo una nueva fase en el individualismo occidental, “una segunda revolución individualista”

Así como la modernidad fue producto de estos hombres nuevos que se levantaron a favor de la Individualidad creadora, cuestionadora y transformadora de las verdades absolutas que acuñaba el antiguo orden, ahora somos testigos del nacimiento de un nuevo héroe: el consumidor. El consumidor es ahora el nuevo constructor de realidades, que a diferencia del Hombre Moderno con sus grandes sueños de fundamentación, crea paraísos microscópicos.

La relativización del conocimiento, herramienta del hombre moderno para derrocar al antiguo orden, ha alcanzado en este siglo dimensiones insospechadas. La modernidad lleva en su seno su propia destrucción. Esa multiplicidad de realidades es uno de los temas más socorridos en este debate sobre lo que los nuevos investigadores han llamado postmodernidad. La relatividad ha terminado con los sueños universalistas propios de la modernidad. La libertad conquistada por el hombre moderno en combinación con ese consumismo propio del capitalismo ha desarrollado una mentalidad que rompe con los esquemas a los que se dirigían las utopías modernas sobre las reglas racionales colectivas. “El desarrollo del capitalismo condujo, es cierto, a sociedades más racionales, donde los individuos podían gozar de mayores libertades, pero también la enajenación en el intercambio de mercancías, a la explotación del trabajo y al olvido de los valores de solidaridad, justicia e igualdad sociales”[7]

La libertad ya no sólo está en lo económico y lo político, sino que también irrumpe en el terreno de las costumbres y en lo cotidiano. Esta nueva cultura formada a partir de la construcción de paraísos microscópicos se puede detectar por varios signos: “búsqueda de calidad de vida, pasión por la personalidad, sensibilidad ecologista, abandono de los grandes sistemas de sentido, culto de la participación y la expresión, moda retro, rehabilitación de lo local, de lo regional, de determinadas creencias y practicas regionales”[8]

500 años bastaron para que la modernidad revolucionara el ámbito público, lo político, lo económico, lo social. Ahora esta nueva revolución individual lanza el hombre a revolucionar su ámbito privado. El hombre quiere realizarse, quiere “ser”. Para este nuevo individuo todo es igual de importante o más bien nada importa demasiado. El hombre postmoderno esta ansioso de información, ansioso de poder expresarse, pero son tantos los que ansían lo mismo que el discurso esta vacío y solo lleno de subjetividades sin ninguna utilidad.

Todo parece mejor a seguir viviendo en un sistema donde la racionalización nos a llevar a alejarnos cada vez más de nuestro propio rumbo, donde todo parece funcionar bajo una autorregulación superior a nuestras decisiones y donde de alguna manera somos un engranaje en este sistema que lo único que nos ofrece son productos para ejercer nuestra libertad y construir nuestro espacio sin la intervención de agentes externos. El mercado inventado por este sistema ofrece sus productos, cientos, miles, millones de productos, “la cultura del consumo no discrimina y todo se convierte en artículo de consumo, incluyendo el significado, la verdad y el conocimiento”[9] De entre todos ellos yo puedo decidir con cual me quedo…al decidir que, cuanto, como, donde y con quien consumir legitimo mi libertad ya no para cambiar el mundo, sino para crear mi pequeño e individual paraíso.

Quizá la “muerte de Dios” proclamada por Nietzsche es una metáfora sobre la pérdida de fundamentos filosóficos. Nos abrió las puertas hacia lo nuevo e inesperado, quitó las barreras que nos impedían realizar nuestros sueños, pero también nos lanzó al vacío, hacia la nada. En ese vacío, en esa nada luchamos incansablemente en búsqueda de nuestra identidad, de nuestra personalidad, “proceso de personalización” es el nombre que le da Lipovetsky a esa búsqueda.

Esa “personalización” fractura a la sociedad moderna en sus bases colectivistas y disciplinarias dándole una nueva significación a la autonomía. Es en ese contexto que surgen movimientos que buscan el reconocimiento de su particularismo. Es paradójico que precisamente en ese marco de personalización, de creación de la individualidad, las personas se “colectivicen” para luchar por el reconocimiento de su particular identidad, solo que esa unión no se da por un lazo de pertenencia con raíces fuertes del pasado sino por un “sentimiento” con el que coincidimos y con el que estamos directamente identificados. Uno de estos movimientos y quizá el más importante, según Villoro, “por concernir a la mitad de la humanidad”[10] es el Feminismo.

El Feminismo se insubordina ante el ideal moderno sobre la adhesión a reglas racionales colectivas; el Feminismo acaba con los roles e identidades sexuales instituidos, borra fronteras, lucha contra la uniformidad, lo monótono, rechaza cualquier posición preestablecida, no hace la guerra, mas bien quiere la “desestandarización del sexo”.

“El Feminismo cuestiona el ser de lo femenino… [ ]…cuantos más se derrumban los pilares de su estatuto tradicional, mayor es la pérdida de identidad de la propia virilidad”[11]

¿No es ese uno de los ideales modernos?...cuestionar, relativizar, construir nuevas formas de libertad…..la modernidad mordiéndose la cola: postmodernidad.

Crear una nueva forma de ser “mujer” trae implícito un principio fundacional contrario a la propuesta postmoderna, no olvidemos la relativización, aunque el respeto a la diversidad y a la construcción de nuevas alternativas para la realización personal, la lucha por una vida más justa y libre de opresión es una búsqueda válida pese a cualquier relativismo. El Feminismo es un proceso de personalización donde se busca la afirmación sin el referente masculino tratando de “promover a la mujer al rango de individualidad completa, adaptada a los sistemas democráticos hedonistas, incompatibles con unos seres atados a códigos de socialización arcaicos hechos de silencios, sumisión solapada, histerias misteriosas”[12]

El Feminismo propone tomar el sólido concepto de ser “mujer” y desvanecerlo en los aires nuevos de la postmodernidad.

Microscópica Reflexión

Soy una mujer moderna, me lo dice la razón, el teléfono, la televisión y también el computador. Soy una mujer moderna que vive en este mundo de siglas institucionales sin cara, frías y superiores a mis fuerzas. Soy una mujer moderna atrapada en esta maquinaria perfecta que parece caminar sin necesitarme. Soy una mujer moderna que se sorprende al pellizcar la pared y encontrarse con que la noche se hace día y que las estrellas ya no son para observarse sino para conquistarse. Soy una mujer moderna compradora desde mi casa: click, click, click, click…así suena la felicidad…click, click, click.

Soy una mujer postmoderna, me lo dice mi maestro de yoga, mi hora de ejercicio, la música que escucho a cada momento del día, mi amor por los animales, mis faciales semanales, mis jeans Calvin Klein, el cuidado por las plantas, mi preocupación por la conservación del manatí, mis charlas con mis amigos en Australia y Japón, mi soltería “a mi edad”. Soy una mujer postmoderna que busca otra forma de hacer las cosas, que renuncia a la rigidez institucional y que prefiere la diversidad, la pluralidad y la heterogeneidad.

Desde hace algún tiempo vivía en un continuo malestar, no era nada físico…estaba en el aire, lo podía sentir pero no tenía nombre y nadie me daba una respuesta satisfactoria. Ahora en cambio, me siento aliviada; en el aire están los restos de un sueño que no se cumplió; en el aire pulverizadas las certezas que dieron esperanzas; en el aire destruida la felicidad que da el “progreso”; en el aire la legitimidad institucional, la igualdad, la fraternidad, las grandes ideologías. El aire este enrarecido, saturado de sueños rotos, inconclusos. El aire está contaminado de cansancio, de desilusión. Ahora no soñamos, no nos atrevemos a soñar; es mejor ser, sólo “ser”. Ya no más parte de un Todo. Ser un Todo es lo mejor.

Soy moderna y postmoderna. Respiro sueños rotos y día a día construyéndome estoy.

¿Que si la modernidad ya acabó?

¿Que si esta es otra época?

Muchas vueltas la modernidad dando está porque la cola mordídose ha




[1] Luís Villoro. El pensamiento moderno. FCE- El Colegio Nacional, México, 2002. Pág. 16

[2] Ibidem, pág 23

[3] Ibidem, pág 48

[4] Ibidem, pág 91

[5] Marshall Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo XXI, México, 1997. Pág 171

[6] David Lyon. Postmodernidad. Alianza, España, 1994. Pág 46

[7] Luis Villoro. Op cit, pág 95

[8] Gilles Lipovetsky. La era del vacío. Anagrama, España, 2003. Pág. 10

[9] David Lyon, Op cit, pág. 110

[10] Luis Villoro, Op cit, pág. 114

[11] Gilles Lipovetsky, Op cit, pág. 72

[12] Gilles Lipovetsky, Op cit, pág. 32

2 comentarios:

Nancy Ortiz dijo...

La microscopica reflexión me encanta, pues me identifico mucho con ella. Alguna vez le dije al maestro Joel, que yo no entendía de donde venía esa sensación de vacio y derrota que setía en el aire, yo pensaba que había nacido triste o que era un alma vieja, hasta que descubri que soy hija de la posmodernidad. Efectivamente, es un gran alivio saber que hay un por qué?, y que uno no esta loco.

Trujo dijo...

Negrita:

leo, leo, leo... busco y busco, escucho lo escrito y lo descrito, y encuentro citas y citas citables, muchas, lleno... hasta que llego a la microscópica reflexión y coincido que apenas hasta allí te reconozco, saliendo de una selva de conceptos donde te confundía con las ramas y los pasajes, palabras ajenas de ideas ajenas, que deben fundirse tarde o temprano con las del autor, que es Sara. Espero que todas esas ideas que citas con facilidad, lleguen a fluir como tus charlas, ya que ese día charlarás e hipnotizarás a mucha gente que buscamos ser hipnotizados por encantadoras de cobras, que hacen salir verdad de sus flautas. Te leo desde New York, conmigo y mi alma, siempre esperando que emerja tu alma libre.

Trujo