miércoles, 10 de octubre de 2007

ARTICULO sobre educación

El estudiante más inteligente del mundo
Luis Porter

En estos días escuchamos con atención obligada el anuncio repetido una y otra vez con una mezcla de cierto orgullo y quizás escondida indignación, que uno de nuestros magnates mexicanos se ha convertido en el “hombre más rico del mundo”.

La noticia pareciera estar apenas si relacionada con la educación. ¿Lo está o no lo está? - nos preguntamos. ¿Qué significa este nuevo récord en un país que tiene muchos, quizás demasiados, aunque no para la vanagloria…? La pregunta se la hice a mi grupo de treinta estudiantes que oscilan entre 19 y 24 años: ¿es un éxito o un fracaso este nuevo récord?...

Había cierto desconcierto en más de uno. El sentido común se iba abriendo paso en el criterio de otros, que comenzaban a balbucear los términos de la contradicción que significaba este “logro” en un país donde los pobres eran cada vez más en número, y más en pobreza.

El ejercicio pedía comenzar comparando al “destronado” Bill Gates (¿o habrá sido Warren Buffet?) con el “agraciado” Carlos Slim. El primero es un universitario con alta capacidad de innovación, invención, y creatividad, el otro es un hábil comerciante, diestro en pescar empresas ahogándose en el revuelto río de la vida económica mexicana. Con este entrenamiento, recibió el espaldarazo de un presidente de la nación para hacerse de la compañía telefónica nacional, para obligar a los mexicanos a pagar las más altas tarifas que se conozcan en el mundo de la comunicación. Todos contribuimos día a día a hacerlo más rico. Un personaje que no ha inventado nada, y que su mayor talento radica en haber sabido aprovecharse de las condiciones arbitrarias de inequidad y falta de reglas parejas propias de un sistema corrupto y antidemocrático como es el nuestro. Mientras que Bill Gates destaca en un mundo de alta competencia, Carlos Slim destaca en un mundo donde no existe la competitividad y donde los monopolios amparados por el gobierno permiten dictar las reglas de juego a su mejor conveniencia.

¿En qué se parece esta situación a la que ocurre dentro de nuestras aulas universitarias? ... Los estudiantes se quedaron pensando ante esta pregunta.

Primero analicemos qué tanta competitividad hay entre nosotros aquí en el salón, aquí en la universidad- les propuse. ¿Realmente existe entre nosotros una necesidad de superación provocada por una atmósfera donde todos estudian, todos participan, dando el ejemplo a los demás, para que destaque aquél que mejor administra su tiempo y sus capacidades?La respuesta fue un rotundo NO. También entre nosotros hay carloseslimes, que saben aprovecharse de las reglas de juego que les permiten sentirse y asumirse como privilegiados. Destacan porque no hay que ser muy alto para estar por encima del bajo nivel de estudios, de maestros y autoridades que los privilegian, de una escala de valores que conceptualiza como alumno talentoso a aquel que pertenece al exiguo grupo que se saben algo de la libertad que otorga pertenecer a una familia de mayores recursos.

Los grupos que conforman los estudiantes se caracterizan por ser desiguales, inequitativos y poco acostumbrados a superar al compañero que a la vez busca superar a su otro compañero, en un ambiente de superación socializada. Por el contrario, los líderes, o los que destacan son muy pocos, contados. Los demás o los siguen o siguen la inercia que traen de la secundaria y la prepa, donde aprendieron simplemente a “pasar”, a cumplir con lo mínimo, a negociar con todo tipo de chantaje emocional, pero nunca a competir estudiando. Su falta de compromiso y la insistencia en imponer sus reglas de juego contaminadas, provoca paulatinamente a lo largo de cada semestre la baja del nivel general de estudios. Los docentes, ven muy estrechas las opciones para calificar este panorama en blanco y negro que no da lugar a una gama de grises. Si fuéramos justos uno o dos sacarían 10, muy pocos estarían en el medio y el resto, es decir, la mayoría, reprobarían. La dinámica que se da en el salón de clases, poco a poco nos podría ir llevando a que en algún momento fuera fácil identificar o creer que entre nosotros está el estudiante más inteligente del mundo.

Pero eso no es cierto. En tierra de ciegos el tuerto es rey. En tierra de gandayas el que estuvo en el sitio exacto en el momento exacto, con el perfil adecuado, es el que es escogido como testaferro, representante, de los que detentan el poder. A falta de clase media, de leyes parejas que se respeten, de estándares que se eleven, México nos despierta cada mañana con nuevas malas noticias. Pilas de billetes de dólares guardadas en una mansión de las Lomas, cerca de donde el secretario de trabajo renta sus nuevas oficinas, las vejaciones y asesinatos en la sierra de Veracruz se diluyen, las ligas de gobernadores con redes de corrupción se disimulan, las afrentas contra periodistas que se atreven a decir la verdad se cuatrapean entre retóricas de leguleyos, la transa predomina, las buenas intenciones se neutralizan con campañas sucias y golpes bajos. Cada día las denuncias salen sobrando en un país donde los magistrados son venales y los que deben aplicar la ley son expertos en trampas.

De ese ambiente vienen los estudiantes, en sus peseros, en sus metros, transportando sus frustraciones por largas trayectorias urbanas-suburbanas- rurales. Llegan al salón y el maestro les pregunta sobre sus sentimientos frente a la nueva noticia del record mexicano de la riqueza. Muchos no saben si eso es bueno o malo. Para alguno es emocionante constatar que existen recursos y que alguien los tiene “aquí cerquitita”.

No hace falta ser economista, ni sociólogo ni politólogo para darnos cuenta que ambos “hombres más ricos del mundo” aportan al mundo de diferente manera. Uno es producto de un país atrasado donde sistemáticamente se mantiene a la población en la confusión y la ignorancia, en el cacicazgo y la falta de reglas de juego que permiten la competencial leal. El otro proviene de una sociedad en donde la clase media predomina, donde las leyes se cumplen, y donde para superarse hay que competir. El salón de clases en un país democrático es un sitio donde hay polémica y diálogo entre pares. El salón de clases de un país arbitrario, autoritario, dirigido por caciques es un lugar donde el mejor estudiante del mundo asume el permiso que le dio la sociedad desigual para hablar. Lo hace con la complacencia del maestro, mientras sus compañeros permanecen callados, también con la complacencia del maestro. Así es como se construyen los grandes récords. ¿Qué opinan?


Dr. Luis Porter http://academia.uat.edu.mx/porter/

3 comentarios:

iCeballos dijo...

Lo importante es vernos en una relación de pares; contamos con todas las posibilidades de ser estudiantes propositivos y asumidos en nuestro papel, ese es un buen inicio para el cambio que necesita nuestra sociedad y nuestro país.
ÁNIMO!!!

Anónimo dijo...

la competencia es buena, pero creo que es mas buena la idea de competir con los autores, aunque es algo ambicioso me parece que se requiere un esfuerzo cognitivo de mayor grado. claro, podemos morir en el intento, pero el chiste es intentarlo.

Nancy

Luis Porter dijo...

Me alegra que citen un artículo mio, este fue publicado en un semanario de educación superior que se publica desde hace mas de dos décadas... espero que les haya sido útil. Mas comunicación, entren a mi blog, http;//www.freewebs.com/vlporter/
un saludo