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martes, 27 de mayo de 2014

RESEÑA de LIBRO Las Muertas de Jorge Ibargüengoitia



 Las Muertas de Jorge Ibargüengoitia
  Por Oracio Barradas Meza  

Imagen de Internet
Es un libro físicamente delgado de una edición especial de Gandhi librerías, con un total de 156 páginas catalogado en la sección de ficción de autores mexicanos. La portada con el nombre del autor y título de la obra, en la parte inferior una fotografía de una fila de libros de obras y autores importantes. La contraportada en negro con la sinopsis  de la obra y el logotipo de editorial Planeta.
Jorge Ibargüengoitia nos relata de forma detallada y minuciosa la historia de crimen, corrupción, venganza y complicidad de las hermanas Baladro, en un pueblo donde la justicia está ausente y las condiciones de pobreza e ignorancia hacen que la trama de esta historia cobre relevancia para la posteridad, mezclando la ficción y los hechos reales para dar vida a esta obra, “Las muertas”.
Basada en la historia de las Poquianchis, Jorge divide en 18 capítulos y va hilando la historia, contado de manera que podamos ubicar los personajes relevantes de la trama y poco a poco interesarnos en la lectura.
La novela comienza con la venganza de Serafina a Simón Corona, junto con dos cómplices balacean y queman la panadería de Simón. Estos personajes se verán marcados en esta historia por su mala relación de separaciones y encuentros que llevaran a Simón a convertirse en cómplice del primer crimen de las hermanas Baladro. Arcángela es la hermana mayor de las Baladro ella se dedicaba a los préstamos de dinero y así logró adjudicarse una cantina, negocio que le hará rebasar los límites de la justicia, por su ambición y avaricia para obtener más dinero.

Cuando interrogan a Simón Corona sobre el incendio de su panadería culpa a Serafina como autora intelectual del atentado, en esa declaración narra también que él había sido cómplice de las hermanas Baladro al dejar en la barranca a una muchacha que había muerto en el negocio de Arcángela en condiciones extrañas.
Arcángela es quién inicia con el negocio de las cantinas prosperando con un siguiente tugurio llamado “México Lindo”, ella tenía un hijo, Humberto Paredes quién se metió en problemas  y para que no fuera a la cárcel Arcángela compra su libertad al capitán Bedoya con 5 mil pesos, Serafina y el capitán Bedoya se conocen y comienzan una relación. El capitán Bedoya tomara relevancia en la protección de los negocios de las Baladro.
La trama continua entre relatos de algunas de las empleadas cómo la “Calavera” quién fue empleada de confianza de las hermanas Balandro. En las cantinas el negocio eran las muchachas que prostituían y atendían a los clientes, la adquisición de las muchachas era bajo engaños y mentiras, llegaban a los pueblos cercanos prometiendo trabajo domestico para jovencitas dando palabra a los padres que les enviarían dinero, sin embargo cuando lograban llevárselas su familia jamás volvía a saber de ellas, por otra parte el trabajo no era domestico sino que las obligaban a prostituirse, los relatos de las empleadas detalla las vejaciones, violaciones y maltrato que sufrían al trabajar en los burdeles. También se tejen historias entre las empleadas que dan un toque más interesante a la lectura y así el autor te lleva por esta crónica que de momentos te deja atónito por la crudeza de la historia.

Imagen de Internet.
La época de oro de los burdeles de las hermanas Baladro se ve opacada cuando el Gobernador Cabañas se le ocurre prohibir la prostitución en Plan de Abajo, clausurando dos de los negocios de las Baladro, funcionando sólo el de “México Lindo” y apoyadas por el capitán Bedoya. Con la muerte del hijo de Arcángela decide cerrar el último burdel que funcionaba y ocultarse en el casino “El Danzón”, el cual les había dado noches de gloria. Ahí a través de la casa adjunta lograron esconderse con todas las empleadas. En esta parte de la historia se da el clímax y las páginas del libro se pasan con mucha más rapidez. 

Ocultas en el casino “El Danzón” y sin ingresos se crea una tensión que las lleva a cometer sin empacho actos de abuso y desesperación. Arcángela amargada por la muerte de su hijo comienza a desquitarse con sus empleadas tratándolas como objetos sin valor humano, les prohíbe salir a la calle, de sus cuartos, se les reduce la comida, se les castiga y se les obliga a trabajos forzados. Arcángela compra un rancho en el que después de negarse la tercera hermana en participar en los negocios de los burdeles, Eulalia Baladro y su marido Teófilo Pinto al irse a cuidar ese rancho se involucran en los crímenes de las otras hermanas. En el rancho se les enviaba a las mujeres como castigo, se les trataba como animales, dos de las reclutadas al intentar escapar de esa esclavitud son asesinadas. Dos largos años aproximadamente resistieron ocultas en lo que se pasaba la mala racha, sin embargo durante este tiempo se llevo a cabo varios crímenes quedando ocultos en los patios de las casa y el rancho. 

Con la venganza de matar a Simón Corona, detienen a Serafina y se descubre todo lo que sucedía en esa casa, siendo motivo de un escándalo que se reflejo en periódicos locales, las victimas y cómplices al declarar dieron un sinfín de historias que el autor pudo ir capitulando y recreando en una fabulosa crónica que nos deja con un buen sabor de boca, ya que entre la realidad y la ficción nos hace reflexionar sobre la crudeza del ser humano cuando la ambición por el dinero domina, tolerada por la ignorancia y la miseria que da paso al tráfico de mujeres, situación que está vigente en nuestros tiempos.




jueves, 1 de noviembre de 2012

CRÓNICA de Día de Muertos



Festejo de Día de Muertos en casa de la Abuela
Orazio Barmez

Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amo la vida”

La memoria está llena de grandes imágenes recuerdos puros de la niñez, en las fiestas de día de muertos es inevitable dejar de recordar tantos momentos que pasé con mi familia en estos festejos, desde la preparación donde todos participan, ritual que deja ese sabor a nostalgia y alegría de reencontrarse simbólicamente con los seres que ya no están con nosotros. La alegrías de los vivos de volver a sentir cerca a quienes ya partieron, a los que ya no se puede abrazar, ni esperar regaños, consejos y carcajadas, pero en estos días la nostalgia y la felicidad se mezcla para poder convivir de alguna manera más cerca y sin miedo con los muertos, nuestros familiares y amigos cercanos. 

Desde meses antes comienza la preparación para poder recibir el día de muertos, mi abuela viaja a San Antonio hacer las compras de papel, cera, alambre y demás artículos que serán los que adornen y vistan los altares y tumbas. Las coronas se hacen con papel bond de diferentes colores, recortan en forma de pétalos de diferentes formas y arman las flores de papel, estas son pasadas por cera liquida caliente para que queden completamente enceradas y brillen a la vista, les espolvorean escarcha en el centro y simulan ser flores de plástico, de ahí las colocan cuidadosamente en aros que se entrelazan en la circunferencia, se sujetan con alambre hasta formar una corona ovalada, la cubren con papel celofán y entonces queda lista para poder llevarla al panteón y colgarla en la tumba del ser querido.
La temporada de naranjas se hace presente, en algunas casas se percibe un olor a cítricos, la fruta principal que adorna los tenates en los altares de muertos, naranja malta en cada ofrenda. Alguna vez mi abuela contó que los niños que mueren sin ser bautizados son quienes acaparan esta fruta dulce en sus gajos, suave de su cascara y fácil de descascarar o pelar, entre risas y juegos los niños difuntos se lanzan las semillas de esta naranja, pues en cada gajo siempre tiene 4 o más semillas, los difuntos se divierten mientras regresan al panteón con sus ofrendas. El clima cambia de pronto, grandes nubarrones cubren el cielo y el aire se torna fuerte y frío, eso indica que se marcha el mes de octubre, sus últimos días son nublados y tristes, como si estuvieran de luto coincide exactamente este cambio climático con la celebración del día de muertos que se festeja en México. En el poblado de San Julián que se encuentra en los límites la región veracruzana de las grandes montañas y el comienzo del Sotavento, el clima se repite cada año casi de la misma forma.

La gran mesa del comedor de la Abuela se desmantela y sobre ella comienzan hacer la mezcla de harina y todos los ingredientes para preparar el Pan de Muerto, el horno se limpia y colocan trozos de leña para encenderlo y esté listo para hornear los figurines de harina. Las tías corren con latas de aluminio y se colocan alrededor de la mesa junto con mis primos para hacer bolitas masa de harina y de ahí dar forma a los figurines, el ingenio siempre motiva a todos los participantes, calaveras, cuerpos, moños o simplemente formas únicas se colocan en las tablas de aluminio y se deja reposar para luego hacer filas, como hormigas de la casa a donde está el horno y se van metiendo en esa gran boca de fuego, el olor se esparce por todo el ambiente, pan recién horneado muy pronto acompañara la mesa junto a una tasa de chocolate que ya está en el fogón. Hay un árbol de limas cerca del horno, los primos y yo esperamos trepados para ver la primera lata de aluminio que sacan del horno y ver ese esponjoso pan. 

El ritual de día de muertos inicia con la muerte, si, con la muerte de los pollos y guajolotes que serán las principales guarniciones para preparar los platillos y colocarlas como ofrendas. La cocina de la Abuela en estos días se mantiene con el fogón encendido, hoyas y cazuelas evaporan olores que provocan que el estomago cante gruñendo; mole, tratonile, tamales, calabaza son de los platillos que siempre se cocinan y es que no solo son ofrendas para los muertos sino más bien es comida para los muy vivos, que como siempre se reúnen a la mesa para dar una gran merienda hasta que la gula o los estómagos ya no den para más, sobre la mesa siempre salen las anécdotas de quienes aun con vida recuerdan aquellos que se adelantaron, risas y bromas en la sobremesa.
El abuelo como cada año al desmantelar el altar de muertos se queda con los arcos que son los pórticos del altar adornado con flores de cempasúchil (o flor de cuatrocientos pétalos o flor de muerto), marchitas y un poco secas se junta toda esa flor y se guarda en algún saco hasta que ya está muy seca y meses después elige un espacio en su parcela para que pueda regar las semillas y el siguiente años haya flores para volver adornar el altar. Primos, tíos y el abuelo nos dirigimos al lugar donde rego las semillas de flor de muerto, para encontrarnos con jardines de color amarillo y entonces a cortarlas todas, rollos y rollos para poder armar el altar de la abuela.
Velas, cirios papel china cortado, flor de muerto, foto y un arco de alguna rama de árbol delgada, los principales elementos para armar el altar, lo primero será empotrar el arco frente al altar simulando un gran pórtico cubierto por flores cuidadosamente colocadas, un mantel blanco y en forma de tapetes el papel china picado, la foto de los fallecidos, velas y cirios colocados en un tronco de árbol de plátano que estará al frente del arco del altar y lo más importante el copal para asustar a los demonios y los difuntos puedan tomar sus ofrendas sin ser molestados. El altar se monta desde el 31 por la noche para que el día 01 de noviembre los niños que no fueron bautizados porque nacieron muertos puedan llegar a tomar su ofrenda. La abuela corre de la cocina a la sala para supervisar y cuidar los detalles de su altar, uno que otro regaño a mis tías por que la abuela es muy buena gente pero su perfeccionismo hace que en estas circunstancias exija exactitud, perfección y rapidez. Cuando por fin logra quedar el altar montado entonces vienen las ofrendas, no sin antes pedir que se haga una cruz y camino con pétalos de la flor de muerto, desde la entrada de la casa hasta casi la calle más próxima, para que los familiares difuntos puedan ver el camino y no se pierdan en otras casas, pues a estos no se les permite salir todos los días ni por mucho tiempo deberán. Las ofrendas para los niños son dulces, chocolates, sus juguetes si aún se conservan o algún juguete nuevo, tamales de dulce,  fruta y siempre un vaso con agua. La se segunda mejor parte de este festejo es el intercambio de ofrendas con la familia, en los tenates se hace trueque de ofrendas con otras familias, cuando niño lo mejor del trueque eran los dulces y chocolates.

Estos días de celebrar los muertos nos ayudan a entender que nuestro paso por este mundo es muy rápido, un destello que se apaga lento y rápido de ahí que la muerte sea la gran conciliadora de nuestros miedos. Para los muertos se dice es importante los recordemos en estas fechas, es una forma de seguir conservando en la memoria aquel lazo que nos unió a ellos y que donde quiera que estén siguen presentes con el mismo cariño.

@oraziobarmez

Fotos tomadas de Internet

lunes, 25 de abril de 2011

CUENTO La Basílica Inconclusa

 La Basílica Inconclusa
Por Oracio Barradas Meza.
@oraziobarmez

Hablar de iglesias es hablar de historia, religión y leyendas. Esta iglesia de la que voy a platicar está llena de de todo eso;  pero además tiene una magia que la hace muy especial.
Santa Cecilia es la virgen que ahí se venera, pero no como en otros templos, sino de manera muy particular pues al sonar la campana de la torre única del edificio, la gente acude al llamado para entrar a un recinto que desde la calle no se ve, es más, si la gente no sabe, pueden pasar miles de veces por esa calle sin enterarse siquiera que ahí hay una iglesia.
Inicialmente se pensó en construir una gran basílica en honor a la Santa. Los vestigios de ese propósito son las enormes paredes que aún se observan por la parte trasera del edificio y los enormes cimientos que se han descubierto en las innumerables investigaciones que se le han hecho. Este recinto es muy antiguo, más de lo que podríamos imaginar, pero hasta la fecha no queda terminado; más pareciera que fue bombardeado en alguna guerra, o que un terremoto dejó allí su huella y nadie se ha preocupado por restaurarlo.

La verdad es que se ha reparado muchas veces sin éxito, se ha construido mucho, infructuosamente, con más remodelaciones que ningún otro lugar. ¿El motivo? Siempre se cae todo lo construido sin explicación alguna… ¿Maldiciones…mandatos divinos?... ¿Malos manejos?...Nadie lo sabe…
Todo empezó mucho antes de la llegada de los españoles, quizá cuando los pobladores se asentaron en el valle verde que hoy ocupa la ciudad de Huatusco, buscando un lugar idóneo para adorar a sus deidades y celebrar el culto religioso que exigía la sociedad de entonces.
Escogieron este lugar quizá por ser el centro del valle desde donde se domina toda la extensión del paisaje veracruzano en que, recorriendo la vista de poniente a norte se ve en lo azulinos bosques de la sierra y los matices del verde que van del mas oscuro hasta el más intenso y claro de la campiña. Hacia el oriente, si el tiempo lo permite se ve el horizonte que ocupa la costa del golfo de México y el hermoso puerto de Veracruz, todo vigilado celosamente por el colosal Citlaltépetl (cerro de la estrella), cumbre  volcánica más alta de nuestros país. Si bien el paisaje es muy hermoso, más lo debió ser entonces, cuando la selva tropical cubría el valle en su totalidad.
Una de las peregrinaciones Tlaxcaltecas que dieron a las costas del Golfo, después de la fundación de México, llegó a estas comarcas hace muchísimos años. El gran Teopixque que la precedía, considerado como una divinidad encarnada, fue seducido por la belleza de este lugar, y determinó fundar aquí la cabecera de la colonia migrante. Desde luego, señaló el sitio en el que nos encontramos para edificar el gran Teocalli en honor al misterioso Quetzalcóatl; pasó el tiempo y quedó establecido el pueblo y el gran templo. Llegó la hora final del Teopixque, y antes de exhalar el último suspiro, predijo a los principales que rodeaban su lecho de muerte; que desde el día que fuera profanado el Teocalli hasta la consumación de los tiempos, no volvería a levantarse un templo perdurable sobre la base que sustentaba aquél…
Tiempo después, cuando Moctezuma conquista estas tierras exhorta al pueblo para que el gran templo fuera respetado, e incluso hermoseado, durante los largos años de su dominación.
Con los españoles llegaron los cambios, trajeron nuevas necesidades, riquezas culturales y religiosas que dieron margen a modificar el estilo de vida de los moradores del lugar. El gran Teocalli fue destruido y hasta sus ruinas llegaba Xochiltlcuauhtla, una indígena de gran belleza, a orar y entonar dulces cantos que tanto semejaban el reclamo de la alondra enamorada como el saludo del zentzontli a los primeros albores al amanecer.

Un día se les apareció la sombra de Santa Cecilia, manifestándoles que deseaba se le erigiese un templo en ese lugar, el cual protegería y defendería de los maleficios del demonio para evitar que se realizase la predicción del gran Teopixque. Como prenda de alianza entre ella y sus futuros devotos, le entregó el Teponaxtli (instrumento musical antiguo) vaticinándole que sus notas se escucharían hasta el volcán y sus alrededores; sin embargo, hubo muchos problemas para llevar acabo la construcción y, una vez terminada, tuvieron que lamentar diversos desastres que siempre la dejaron en ruinas.
A pesar de todo, está la torre de Santa Cecilia y de ahí está, también, el Gran Teopixque como diciéndose frente a frente, - A ver quien gana -.

Muchos años pasaron y nadie se atrevió a reedificar el templo hasta finales del siglo XIX, en que vieron la plazuela frente al templo como lugar idóneo para el comercio y allí empezó la construcción de un mercado. Después de eso, y desafiando la profecía, volvieron a levantar cimientos y muros para el templo sin que llegará  su término; después de treinta años de construcción, muchos miles de pesos gastados y la paciencia y esperanza del pueblo casi perdidas…
¿Y el Teponaxtli que la Santa diera a Xochicuauhtla? Sonó hermoso y sus notas se escuchaban hasta el volcán. Su cilindro hueco de oscura madera, cerrado perfectamente por ambas bases y construido de una sola pieza, sus ranuras parecidas a una lengüeta paralelas en su centro longitudinal que al ser tocadas por un trocito de ocote o de sauco producen vibrantes sonidos, semejantes a los de los timbales pero en dulzura no le pide nada a un arpa eólica.

También tuvo sus accidentes, que lo deterioraron, sobre todo después de que lo usaron para honrar al Emperador Maximiliano en su visita por estas comarcas, lo tocaron con tanto fervor que al mes siguiente se cayó de manera inexplicable desde arriba de la torre inconclusa y se rajó irreparablemente. Pero aún suena, no como antes, pero sí muy hermoso.

Alrededor de 1880 Don Carlos Arturo Hernández y Doña Sofía González de rebolledo hicieron un pacto:
Si él como jefe político, construía la torre iglesia, ella donaría un reloj público para ponerlo en la cúspide de esta torre. Para construirla, se buscó un estilo europeo que combinara con la arquitectura de la ciudad y que destacara desde cualquier punto del valle.
Para construirla, se encargaron a todas las rancherías huevos de gallinas en grandes cantidades, con el fin de usar la clara en una mezcla y pegar las lajas volcánicas con ella. El encargado de la obra fue el ingeniero de ascendencia italiana Felipe Spota y se diseñó como una torre de la ciudad de Venecia, Italia. Su medida de piso a punta es de treinta metros y se terminó de construir en 1898. El reloj fue traído de Suiza y empezó a funcionar el primer minuto del primero de enero del 1900. Lo cual quiere decir que actualmente cuenta con un siglo de su funcionamiento.

La capilla quedó entonces sin techo y con una torre lateral, la cual, en tiempo de la Revolución Mexicana, fue usada de cuartel para tirotearse con los contrarios hacia el cerrito de la Guadalupe. Para sacar a los rebeldes de la torre, los del otro bando quemaron chiles en la puerta de entrada para que el humo subiera por el hueco de la escalera de caracol y forzarlos a asomarse para respirar y así los acribillaron. La sangre de ellos machó las paredes interiores y quedó fresca, pues así aparece hasta nuestros días.
La torre se santa Cecilia tampoco se salvó de la profecía del Gran Teopixque porque, si bien se terminó, quedó ladeada catorce centímetros hacia el norte.
Su mantenimiento también ha costado trabajo y así que cuando Don Manuel rosero Vargas, alcalde de la ciudad en la década de los cuarenta, solicitó a Don Evaristo García ( pintor de brocha muy afamado pos su gran experiencia y curia para las diafanías, cenefas decorativas que en ese entonces adornaban las casonas de la ciudad), que cuanto le cobraba por pintar la torre, y el pintor le dijo una cantidad muy alta en pesos; el alcalde pegó el grito en el cielo y ante tal reacción el pintor dijo: “No se enoje Usted, si quiere la pinto gratis con una condición”.
El presidente gustoso inquirió: Lo que usted guste, ¿dígame cuál? El pintor pícaramente repuso: “no más acuéstemela”.
Las paredes ruinosas y la humedad prodigiosa del clima han propiciado el nacimiento de diversas plantas en lo más alto de los muros y también en la torre que a veces han creído que o parecieran los jardines colgantes de Santa Cecilia.

El techo, después de tantos intentos, se construyó hasta la mitad del recinto, esto se logró en la década de los setentas y principios de los ochenta, cuando el padre Luis Palomo Saavedra se preocupó por rescatar el lugar y con estructuras de hierro y láminas de zinc se hizo la techumbre, la cual perdura hasta nuestros días. La mitad no se ha puesto por falta de fondos y porque oscurece mucho el recinto y también por miedo a que todo lo avanzado se caiga.
Así es que el gran Teocalli tuvo su época de oro, cuando los primeros moradores y los aztecas lo tenían como santuario a Quezalcóatl. Desde que fue destruido y dedicado a Santa Cecilia  no ha podido ver su suerte, pues, aunque la santa lo ha vigilado celosamente todo el tiempo e compañía de su Teponaxtli, el recinto ha servido de basurero, chiquero, gallinero, canchas deportivas, cuartel y guarida de chiquillos traviesos que, huyendo de los cinturones castigadores del papá, se escondían ahí hasta que la noche y los fantasmas creados en su mente los sacaba a la carrera.

Dicen que la primera imagen de la santa fue guardada por el sacristán de la iglesia, el hombre se hizo viejo y le encargó la imagen a su hijo mayor, con la consigna de que debía permanecer siempre con el primogénito de cada generación, hasta que concluyeran la iglesia.
El tiempo la deterioró y su guardián, indígena puro, se dio a la tarea de repintarla, utilizando colores tan fuertes que la imagen quedó con tonalidades exageradamente llamativas.
Sin embargo, los cultos que ha recibido santa Cecilia a través de los años han sido especiales y muy impresionantes. En los primeros años se tocaba el Teponaxtli. Los indígenas de los diferentes lugares llegaban danzando hasta la plaza, entusiasmados por tocar, aunque fuera por un par de minutos, el divino instrumento. Afuera de la plaza había vendimias de productos multicolores que daban un toque de fiesta a  las calles. Y allá, en el campo, las apuestas y la algarabía de las carreras de caballos.

 El tiempo y las costumbres cambian y el culto a Santa Cecilia no fue la excepción, cada noviembre se hacen los preparativos de la fiesta. La gente de la ciudad, sobre todo los vecinos de la iglesia, se reúnen y preparan las actividades a seguir en el programa, organizar el hospedaje de los diferentes grupos danzantes y concheros que viene desde lugares lejanos del país.
Si al principio te decía que la iglesia ya no se ve desde la calle, es debido a que la plaza y el atrio de ésta fueron ocupados por los vendedores del mercado, que a la mala instalaron sus puestos sus puestos, negándose rotundamente a desalojar o quitarlos. Esto bloqueó el culto a la Santa y se tuvo que modificar la estancia de los danzantes, que ahora bailan dentro del templo toda la noche y todo el día del 22 de Noviembre.
Los músicos de la región se instalan también dentro del mismo a interpretar su música de manera fervorosa, que armonizan con diferentes ritmos, alegrando la festividad.
La gente concurre a rezar y a disfrutar de la música y antojitos que sólo esa noche se unen con el ritual de la velación que incluye ofrendas de flores y cantos.

El terreno donde se ubica la iglesia era originalmente un cerro, el gran Teocalli quedó instalado ahí; cuando se destruyó el templo se descubrió una red de túneles construidos desde la época de los primeros moradores, que sirvieron de enlace entre diferentes centros ceremoniales, después fueron  los españoles para el comercio del tabaco y para sacarlo de contrabando y no pagar impuesto. El terreno perteneció después a una familia de apellido Sósol, que después lo donó para la construcción de la Basílica. Con el tiempo, y su mala suerte, las autoridades municipales fueron vendiendo los espacios circunvecinos de la misma y empezaron la construcción de casas habitación, tiendas, edificios, que terminaron por tapar el templo a tal grado de hacer uso de sus paredes y cimientos.
Sin espacio, en ruinas rodeadas de comercios, escondida de la vista de las personas y con la maldición del Teopixque encima aún, queda la esperanza de que culmine su construcción y al fin santa Cecilia sea venerada en una casa digna de ella.

Toda esta historia, aunada con el mercaducho instalado en su atrio y el mercado establecido en el terreno de enfrente llenaron de cuanta inmundicia existe en la iglesia, dándole un muy mal aspecto que vino a esconder la magia, el esplendor, la belleza y la historia del lugar y esto no lo predijo el gran Teopixque ni lo quiso la Santa, lo hicieron los humanos que no respetamos nuestros orígenes y lugares sagrados.
Así fue, y así es la historia de la Basílica inconclusa de Santa Cecilia en Huatusco, Ver. Señorío del Gran Conejo.


Ganador de Ensayo en el concurso Escritores Juveniles del II Encuentro Estatal de Conocimientos Arte y Cultura del Colegio de Bachilleres del Estado de Veracruz.




oraciobarmez@hotmail.com


Foto tomada de Internet


lunes, 3 de enero de 2011

ARTÍCULO Aunque doblen las Campanas…


 Aunque doblen las Campanas… Sé que aún no doblan por Mi
Por Araceli Fabián


Pita Amor dijo “La vida esta llena de ilusiones, y ¿si no tienes ilusiones?, sino tienes ilusiones invéntalas, debes tener muchas ilusiones para que puedas darte el lujo de perder una cada día”, opino lo mismo, puesto que la vida no es más que sueños, ilusiones y constantes aproximaciones; un fugaz paseo por el presente que se escapa en cuanto se termina de pronunciar, una triste y meticulosa mirada hacia el pasado y todo lo que dejamos atrás o lo que el viento terminó por llevarse sin que pudiéramos hacer algo para retenerle, y una construcción de elucubraciones proyectadas en la pantalla de nuestra imaginación, a lo que solemos llamar futuro: impreciso, impredecible y para muchos inexistente.
En ocasiones la vida parece suceder con cierta lentitud y es justo cuando menos importancia le damos, aunque juremos lo opuesto, en cambio cuando comenzamos a valorarla parece ser un poco tarde, pero nunca del todo. La cuestión es que ahora la vemos bajo otro prisma con características distintas y una tanto desgastadas, queremos comernos el mundo de un bocado, cuando antes lo despreciamos, si pudiéramos recuperar el tiempo perdido sería genial, algunos tendrían muchas horas que redistribuir, otros para su fortuna las necesarias, creo que yo estaría a la mitad, con un porcentaje digno de horas que procuraría distribuir muy bien, durmiendo igual pero aprendiendo mucho más. La vida, pues, se va más rápido de lo que podemos imaginar, es un suspiro que es del aire y al aire vuelve a parar.
La biología, la química y la medicina, en particular la genética, son las ciencias que intentan explicar el surgimiento de la vida y la importancia del adecuado medio ambiente para su posible supervivencia en distintos reinos: animal y vegetal cuya conformación deriva de una serie de condiciones atmosféricas que terminan por incluir a la geología, astronomía, física y otras ciencias llamadas duras por su exactitud y objetividad para explicar el origen de algo, su conformación y constante transformación, pues tal como lo dijo Antoine Lavoiser en la Ley de la conservación de la materia “la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma” aseveración que otorga legitimad a las irrefutables evidencias de la ciencia exacta, pero que también explica el desarrollo, evolución y transformación de un fenómeno mucho más maleable y enteramente subjetivo, la sociedad y el animal “racional” – el hombre- sujeto siempre a factores tanto internos como externos que lo hacen impredecible e incomprensible, donde “cada cabeza es…en efecto…un mundo”, mucho más allá de lo coloquial de la afirmación, cada cerebro transmite energías eléctricas con distinta intensidad que corresponden a diversos estímulos y actos, y que tendrán consecuencias en nuestro actuar social. Entonces, la vida es mucho más compleja que la fecundación de un óvulo por un espermatozoide y el crecimiento de un feto -futuro bebe- en un periodo de nueve meses, ya que implicará una carga genética que determinará su físico y su carácter, así como también condiciones sociales y culturales contextuales que incidirán en sus elecciones y formas de enfrentar, la otra parte de lo que llamamos vida.
El tema siempre ha despertado un profundo interés en mí, más aún en años recientes, cuando me di la oportunidad de dejar de correr y detenerme a observar las manecillas del reloj, a escuchar la forma en que susurra el viento y se esconden los rayos del sol; una vez que se detuvo por unos instantes el corazón. Es por ello que considero, soy una fatal existencialista, sin pertenecer al círculo del suicidio, oscuro enemigo de la vida, a quién los individuos utilizan para acabar con todo y acabar en nada. Existencialista por la simple razón de ser quién se es, de estar donde se está, de hacer lo que se hace, de ignorar lo que no tiene importancia, de descubrir lo que no se conoce, de tantos y tantos misterios que la vida depara a cada segundo, que a veces pienso que bien vale la pena vivirla, aunque doblen las campanas, sé que aún no doblan por mi.
Es así que el paso de los años nos forman, algunos nos dejan heridas que después cicatrizan, muchas de ellas se borran, otras siempre nos traen el recuerdo de la caída o el resbalón, aunque no todas las cicatrices nos hacen llorar muchas son motivo de orgullo, de victorias conseguidas a base de esfuerzo y superación, otras son pruebas de supervivencia, lo que suelo llamar heridas de guerra y algunas más son pruebas de madurez, cuando el tiempo pasa y la nostalgia nos sirve como telón de fondo para expresar la creatividad.
De esta forma los años son nuestros mejores aliados pero se pueden convertir en nuestros peores enemigos, aunque no per ser, siempre estamos nosotros para decidir que cartas jugamos. Hay años de apacible felicidad que suelen ser los de la infancia, otros de odio hacia la humanidad, los hay de meditación ante las dudas y también los que permiten tener mayor claridad, creo que conforme crecemos vamos transitando por estas distintas etapas (aunque tampoco se puede generalizar), pero también hay años en particular: años de sombras de sobresaltos constantes, de no saber donde esta el principio ni donde estará el final. Años que nos enseñan lo que podría durar la eternidad, segundos que confrontan nuestros sentimientos al mirar a tras, manos que no quiero nunca dejar de sujetar y que cada que lo pienso me vuelven hacer llorar, a decir verdad ésta la parte que más trabajo me cuesta expresar, porque ese año… sentía que perdía a mi papá, como sé que algún día, quizá no muy lejano pasará y años en que no sé que sucederá; años que solo cambian de número y que siempre dejan lo esencial, años que me regresaron la vitalidad.
La vida es… eso que hacemos todos los días desde el momento de nacer, respirar es par te de vivir, sentir es parte de vivir, llorar y reír, tan simple como caminar o correr, tan complicado como para algunos es pensar, dar un abrazo o confiar, pero cuán complejo es vivir, siempre nos olvidamos de hacerlo, porque no la pasamos añorando el ayer o imaginando el mañana sin darnos cuenta que se nos pierde el hoy. Es de esta forma que desde la segunda oportunidad y con el paso de los años, creo al igual que Pita Amor que una parte importante de la vida esta hecha de ilusiones y aunque aún tengo suficientes, sigo inventándolas para darme el lujo de seguir perdiendo una cada día.

martes, 28 de diciembre de 2010

CUENTO La Bella ojos de Zafiro.

LA BELLA OJOS DE ZAFIRO
Por Christian Hernández

Foto Internet
Caminamos un rato por la playa antes de hacer el amor, nuestros pies, inmoralmente descalzos, se ensuciaban de arena cruda, enjuagándose por el vaivén de las olas, y las manos se nos habían enraizado, acabando entrelazadas como flores de pantano. La deposité quedito sobre aquel tibio colchón negro, ese que Dios había creado frente al mar, cubriéndolo por una sábana de chifón adornada con bordados de conchitas húmedas, saqué aquel tulipán blanco, el que estaba marchito entre sus cabellos, y la despeiné con el viento, y besé sus manos santas, y palpé sus pechos, bronces de mujer que no se esconden. No pueden.

Deslicé con exquisitez aquel medio fondo de popelina que se le entallaba en las caderas, rozándole sus piernas de yegua briosa, besando su vulva dulce de aroma a fruta, cuya rajita se definía por encima de las pantaletas, y así, sin más, nos trepamos al cielo, a dormir un rato sobre la única nubecita curiosa, muy desnudos saciamos nuestra sed dentro del mar, tocándonos los labios con la misma pasión desgarradora que unió nuestros sexos, poseyéndonos los cuerpos, compartiéndonos las almas, forjándonos en uno. Enamorados.

Nos presentaron algunas horas antes en el kiosco del pueblo, que está ubicado como el miércoles, merito en medio del zócalo, el cual vive custodiado por frondosas palmeras con cocos de agua en sus techos; ella tenía los labios gruesos y sin gota de carmesí, la figura esbelta como gacela y un vestido de raso con tafeta estampado en negro, la primera mirada que me echó estaba cargada con desdén, como si adivinara lo que yo buscaba en ella, y logró clavárseme entre los pulmones, sus ojos eran del azul del mar, fríos como dos cristales de zafiro, ese domingo yo traía puesta una guayabera de lino y mis pantalones lisos de manta, era una ocasión especial. “¿Bailamos?” pregunté con arrojo, ella arqueó la ceja derecha, desplegó el ala de su abanico español para soplarse un poco y, sin responder palabra alguna, aceptó bailar conmigo el primer danzón de la noche; los arcos del palacio municipal estaban elegantemente trajeados por cortinas ondeantes de manta de cielo, y la brisa tomo formas caprichosas, y aromas de placer, y ambos nos dimos cuenta de que ya nos conocíamos, que llevábamos varias existencias tratando de encontrarnos, cazándonos con redes de agua, como quien caza jilgueros dentro de un revoltoso santuario de mariposas monarca, pero siempre encontrándonos al final.

Nos conocíamos de oídas, del lugar, porque en mi pueblo todos hemos andado alguna vez de boca en boca, manchados por la perfidia, pero de la morena siempre se dijo más de lo que es, mi morenita solitaria de los dientes perfectos, ¿Quién podría conocerla mejor que yo?, si aquella noche me bañé a jicarazos, restregándome el jabón por mis entrepartes, perfumándome de toronja y apagando el quinqué, todo porque ya sabía que me la iba a encontrar, algo me lo latía, “no testerees al diablo, Rufino” me habían dicho los que sabían que la estaba buscando, “No te la vaya a cumplir y después a ver qué haces”; las casitas de mi barrio son viejas, unas con paredes de adobe y las otras de pura tabla hinchada, pero eso era lo de menos, las gallinas se metían por todos lados, picoteando lo que podían de la tierra, “Don Abulón – le decían a mi difunto padre, que en paz descanse - aquí le traigo otra condenada gallina, ésta cabrona se me subió a la cama en medio sueño, ya póngales un límite” “¿pero qué van a saber las pobres de límites y pendejadas Manuelito?. No la amuele”.

A poco de haberme parido me dejaron prestado con él, dizque pa´ que me cuidara unos días, y ya nunca volvieron a recogerme, terminé regalado peor que un perro, pero mejor pa´ mí y mi alma, quien sabe que hubiera sido de éste pobre en aquellas manos, a veces, cuando tocábamos el tema, mi papá decía que padre no es el que engendra, sino el que cría, y tiraba las redes al río papaloapan, arriba de la lancha de motor que usábamos para pescar desde las cinco de la madrugada, por las noches de marzo nadie podía dormir entre el calor y los mosquitos, así que cada quien sacaba su silla para plantarla en media calzada, entonces si se armaban tremendas verbenas, llenas de cerveza, tabaco y carcajadas; a las señoras, con sus faldones y delantales, ni quien las pique, pero las jarochas jóvenes se la pasaban matando sancudos y chaquistes, si hasta los moscos saben a quién picar.

Cuando murió mi padre llegué a tiempo para despedirme, no me le despegué ni de relajo hasta que se fue, en vida era muy mujeriego, pero nunca se volvió a casar, y tantito antes de morirse ya se le habían muerto las miradas, y veía como el que ve a la nada, llamando a una mujer, “chata, chatita, que haces aquí morenita, ¿ya vienes por mi?”, y se fue apagando como el pabilo de una velita gastada, hasta quedarse bien dormido, agarrando el color de la cera. Los funerales se hicieron en el patio, con el perfume vivo de los arbustos de la brisa, o huele de noche que es como le dicen en otros lares, los vecinos llevaron café negro y pan, varias señoras que nunca antes había visto dejaron ofrendas de flores rociadas de tristeza, y él estaba ahí, vestido todo de blanco, con su guayabera de manga larga y el pantalón de manta, acostado en su lancha de pescador, la que sacábamos cada mañana, esa fue su última voluntad y yo se la concedí, lo enterramos dentro de ella, para que navegue por otros puertos y muera feliz por siempre.

Mi padre se dio como una orquídea en el desierto, por la pura voluntad de Dios, de chamaco, él y sus padres anduvieron huyendo por los morchinches de la revolución, que si Emiliano Zapata, que si la justicia social, y que el sufragio efectivo, no reelección, “¿y todo pa´ qué hijo?, Yo desde que me acuerdo he sido pobre, y los ricos nomás se han hecho más ricos, por eso nunca entendí pa´ que tanta matazón” me contaba, y yo permanecía atento a sus historias, ¡que aventuras las que vivió!, pero de todas la más dolorosa fue la de Doña Brisa, la única que fue su esposa, ahí estuvo la más difícil, la que con los años se convirtió en una punzada que él se llevó a la tumba; por lo que me contaba la primera vez que la vio fue en el mercado de una polvosa ranchería ubicada entre Veracruz y Oaxaca, el destino lo sotaventó por allá, donde fue a dar a gatas, trabajando como burro para ganarse el bocado de comida, Brisa y Doña Salustia, su madre, vendían las flores más hermosas que se daban sobre la tierra, lo mismo ofrecían enormes girasoles que pequeñas orquídeas, tenían desde azucenas de mayo hasta flores de noche buena de diciembre, aunque estuvieran en agosto, pero entre tanta belleza había una flor que se había robado lo mejor de todas las flores, poseedora de un aroma que azotaba como las olas, con el color de encima tan pigmentado que impresionaba al mismo cielo, y los pétalos que tenía se abrían y cerraban con misterio debajo de esas dos cejas, esa era Brisa, que soplaba como una brisa fresca, natural, recién salida del mar, que a todo le da sentido.

“Mi lancha se dejó llevar sin rumbo por la corriente que brotaba de aquellos ojazos, bonitos como una bendición, y su pelo azabache, prieto como una noche sin estrellas, trenzado sobre su rebozo, ¡chulada de mujer!” me platicaba emocionado, desde entonces creo que los recuerdos son como una segunda vida. “Podía haber mucha gente pendeja en éste mundo – comentó mi padre alguna vez - pero no Doña Salustia, que siempre andaba con un ojo al gato y otro al garabato, nomás viendo que novedad pescaba, como me acuerdo aquella vez cuando Tulipán, la hija de Doña Ninfa, pasó a su puesto a comprar un ramito de alcatraces, antes de que cogiera la primera flor Doña Salustia la agarro duro de la muñeca y se la llevó atrás del puesto a decirle quien sabe que, la cosa es que Tulipán acabó hecha un mar de llanto y ni se llevó nada, ya luego me enteré que Doña Salustia había adivinado que estaba preñada nomas con verle los ojos, la pobre Doña Ninfa tuvo que cerrar el puesto de verduras hasta que su hija tuvo al chamaquito, pero fue hembrita, y siguiendo la mala costumbre familiar de usar pa´ todo nombres de flores, se le bautizó con el nombre de Lirio; al principio la santa señora no quería ni que le preguntaran de su nieta, y cuando se le hinchaban los cojones decía que se llamaba Lirio porque esas flores nomas se dan en aguas puercas, pero al ratito se arrepintió con ganas y le agarro harto cariño a la escuincla, a la que crió como si fuera hija suya hasta el último día”.

Mi padre se enamoro locamente de Brisa desde la primera mirada que cruzaron, sus ojos conversaron un momentito en lo que la Doña se volteó a acomodar sus flores, pero había tardado más en hincarse de espaldas que en levantarse, según ella porque le llegó un olor a algo raro, y así se la pasaron por un mes, desde que llegaban al mercado andaban con boca de sepultura, casi ni respondían por estar en la chorcha con miradas; ella llegaba diario con su mamá como a las seis de la mañana, y a esa hora mi padre ya tenía rato de haber abierto el changarro, por lo que me contaba, allá en Oaxaca se quedaba con Doña Francisca, la viuda de su tío Salud Murcia, y se salía cuando apenas comenzaba a clarear pa´ tener tiempo de pasar frente a un arbolito de flores rojas, muy chulas todas, y cortar una y ponérsela en el ojal de la camisa; cuando él me conversaba éstas cosas yo pensaba pa´ mis adentros, “ojalá y nunca me dejes sólo papá, porque si me desamparas yo me moriría”, yo no sé cómo le hace la gente para vivir tanto, para aguantar las punzadas que da la vida, mi papá me contaba que una vez le preguntó lo mismo a su tía Chica Murcia, y ella le dijo “tienes que aprender a hacerle como los gatos marrulleros, acuérdate nomás de lo que te conviene, porque si no, ¡ay mijo!, si no pues llegas a cierta edad en que te pones loco”.

Mi papá siempre decía que sólo Veracruz es bello, yo nomás he conocido mi pueblo, que queda bien cerca del puerto jarocho, y que parece un sueño soñado por los mares, por eso no soy quien para desmentir, pero si sé que de chamaco anduvo alguna vez por las playas de aquel “rinconcito donde hacen sus nidos las olas del mar”, iba huyéndole a la muerte, que rondaba por todo México como una sinrazón, y al ver por vez primera tanta agua junta se la bebió todita con los ojos, lo malo fue que por aquellos tiempos andaba la bola de los cristeros moliendo esos lares y no pudieron quedarse a vivir, pero él no se iba a quedar con las ganas, segurito que algún día volvería a pisar esa tierra donde las notas del arpa brillan sobre el mar, componiendo eternos guapangos. Ésta y otras confesiones fueron los temas de conversación entre mi papá y Brisa, y ella le contaba lo suyo también, de las luces de las noches y los rayitos del amanecer, pero siempre sin palabras, siempre mudos, sólo con miradas, pues los dos habían descubierto el idioma del amor.

Doña Salustia ya había leído algunas de las cartas románticas escritas en los ojos de Brisa, ya sabía que alguien andaba calentándole las semillas a su cría, pero por más que pelaba los ojos no había dado con el sonsacador, el mercado siempre estaba atestado de gente, además ¿Quién se iba a fijar en aquel pelado despachador de chivo?, yo si le dije a mi papá esa tarde que me contó éstos asuntos “¡conchale viejo!, ¿y por qué no te la robaste?”, él nomas se quedó mirando cómo se dormía el sol y me dijo ”porque a veces las llagas que se quedan en el alma se convierten en túneles por donde se nos cuela la noche”. Pero resultó que un fin de jornada, cuando la Doña y su hija cerraban el negocio, Doña Salustia pisó mal y termino echada en el piso como una perra flaca, “Dios castiga sin palos ni garrotes hijo” me decía cada que se acordaba, y se reía tantito antes de tragar otro sorbo de cerveza; esa vez mi papá corrió a levantarla y la muy mendiga, que estaba que se la llevaba judas, lo dejo bien trasquilado “Suélteme cabrón, mejor vaya y recoja a su chingada madre” le gritó, y se la desquitó con él, que ni la debía ni la temía. Brisa tuvo que jalar del brazo a su señora madre para que no se le fuera encima a mi papá, preguntándole que traía contra aquel pobre cristiano, que no lo tragaba; “ni lo trago ni lo cago, para mí ésta clase de gente no existe”.

Me estoy acordando de las zapatillas negras de pulsera en el tobillo, que se meneaban como hojas de palmera borracha, ligeritas, y de sus piernas firmes, que estaban contenidas dentro de aquel par de medias oscuras, partidas en dos por una raya negra que nacía en el talón y terminaba allá arriba, donde empezaba la imaginación, sus caderas se movían como barca en alta mar, pero los ojos no tenían la profundidad del cielo, más bien parecía como si estuvieran muertos, eso sí, cada que pudo me sacó que dizque el danzón era cubano, “que yo sepa es jarocho” le contesté, pero en eso nunca llegamos a ponernos de acuerdo, así que mejor me la llevé a caminar por el zócalo para invitarle una horchata de arroz, “así sirve y se me baja tantito la muina, chacha tú estás loca, como va a ser cubano el danzón” le dije en broma, y me lo tomó a bien, hace falta ser abusado para decirle cosas así a una mujer sin faltar al respeto, y como nomas se sonrió ya no supe que más decir, un fulano me sacó del apuro cuando gritó “¡épale Rufino, que te vaya bien compa!”, “¡ese gallo, nos vemos!” le respondí, y nos seguimos a la playa, alumbrado por la luz de unas casitas, “¡buenas noches Rufino, ¿Cómo sigue tu papá?”! Me pregunto Doña Adolfina,” buenas noches Tía Adolfina, mi papá ya se murió” le respondí a la doñita levantando una mano como un saludo, “Ah que bueno, entonces ahí me lo saludas” me dijo y siguió sentada en su silla de ojo de perdís, tomando agua de Jamaica y acordándose de sus amores pasados.

Caminamos sin rumbo hasta allá, donde están las dunas costeras empolvando la vida con su arena delgada, algún día llevaré mi escoba para barrer tanta miseria, pero esa noche no vi miseria que barrer, nomas agua; luz de luna y agua bendita, y sentí muchas ganas de bautizarme otra vez, y me acordé de la vez que mi papá me contó cómo le hizo para convencer a Brisa de fugarse con él, fue en un descuido de Doña Salustia, “vámonos de aquí Brisa, cásate conmigo, palabra que voy a hacerte muy feliz, a llevarte al cielo y regalarte la perla más grande de los mares, esa luna que nomás brilla sobre las aguas de Veracruz” le propuso en su mente, a tres metros de distancia, y ella sólo le dirigió una breve mirada “¿Cuándo?”, pero la doña se dio cuenta de esa última frase, y desde entonces le pelaba a mi papá unos ojos de tecolote rojo, “Usted es el sobrino de Chica Murcia, ¿verdad?” le preguntó a mi padre esa noche, “pa´ servirle a Dios y a usted doña” “a mí usted no me sirve para nada, solo quiero decirle que le prohíbo tajantemente que le vuelva a dirigir la palabra a mi Brisa” “pero si su hija y yo nunca hemos cruzado palabra, doña”, “pues por si pensaban hacerlo, así que está usted advertido” y Brisa dejó de ir al mercado por tres días, y mi papá anduvo bien ponchado, escribiendo poemas que no le salían; “Amor, nomás te menciono y te me sales del rumbo, pero te me apegostaste en el corazón”, “si me duermo temprano te sueño más rato”, “me faltan tus miradas para acordarme de que aquí sigo” y cosas así, la que anduvo arrastrando el zarape esos días fue Doña Salustia, que no la calentaba ni el sol, cada que podía le echaba un refilón a mi papá y el nomás se aguantaba, cuando me hablaba de esto se le ponían los ojos colorados, como concha de jaiba.

Al tercer día sin Brisa mi papá ya no daba una, andaba como ido, con el corazón arrumbado detrás de la cabeza, “Abulón, yo también me quiero casar contigo, no duermo desde que no te veo y paso las noches llorando, estoy vacía por dentro, me muero a gotas por no tenerte cerca” escuchó, pero Brisa no andaba por ahí, “Abulón, ven por mí, llévame al cielo, hazme el amor” entonces él me contó que nomás cerró tantito los ojos y pudo verla, estaba adentro de su pecho, bien tibiecita, vestida de seda y con los pies descalzos “vámonos hoy Brisa, cásate conmigo, vámonos a Veracruz, yo te voy a cuidar”. Esa noche empacó todos sus tiliches para largarse lejos con la brisa del mar, se despidió de su tía Francisca y salió todo carrereado al zócalo, a buscar a Brisa, “pero muchacho, que van a decir tus papases si se enteran de esto” gritó Chica Murcia y él nomás le contestó, “Tía, a mis papás ya se los llevó el cólera desde hace rato” “¡ah, deveras!, entonces que Dios te bendiga hijo”. Un señor que criaba caballos, creo que un tal Don Santos Guadalupe, les cobró unos cuantos pesos y se los llevó a trote a la estación de ferrocarril más cercana, “pero me salió más caro el caldo que las albóndigas, por que el fulano parecía cotorro de lengua negra, hasta eso que era buena gente, pero ah! como hablaba, se la pasó contándonos de la noche que llegó Francisco I. Madero a Oaxaca, cuando la bulla de los partidos políticos y eso, ya ni me acuerdo bien hijo”.

Mi papá y Doña Brisa se casaron llegando a Alvarado, así en caliente, porque ella le dejo bien clarito que nunca iba a dormir en la misma cama con ningún hombre que no fuera su marido o su hijo, “y el segundo, cuando llegue, no cuenta” le dijo, así que para la noche ya eran marido y mujer, mi papá rentó un cuarto y esa noche de bodas hicieron el amor en sueños, porque sus cuerpos venían hechos pomada por los dos días de viaje, pero segurito que a la mañana siguiente se la desquitaron, eso no me lo contaba mi papá, lo que si me conversó fue que a poco de casados Brisa le mandó una carta a Doña Salustia que decía “mamá, estoy bien casada con Abulón, ando acá por Veracruz, ¿cuándo vienes a visitarme?. Tu hija que te extraña. Brisa”, y a los cuantos días le llegó una misiva en un sobre blanco sin remitente, era de su mamá, y decía “Brisa, vas y chingas a tu madre que soy yo. Salustia”, y desde ahí se quedó huérfana. A Doña Salustia se le amolaron las emociones desde que se le murió el esposo, al que le decían el innombrable, por que para ella estaba prohibido repetir aquel inocuo nombre que se perdió en el olvido. Doña Salustia se casó más a fuerza que de ganas, pero se acostumbró fácil a la costumbre, al trajín del matrimonio, al estira y afloja de todos los días; en las madrugadas el innombrable salía pal Mogote del Pozo, que es como se llama el cerro por donde iba a jornalear en el sembradío de frijol, allá en San Pablo Etla, “Una tierra mexicana de callecitas empedradas donde la vida es bonita Rufino, y por las tardes los callejones se pintan de rosales, y por las noches se matizan de amores, y la vida de por allá te sabe a quintoníles, berros y chepiles; me cuesta trabajo explicar un lugar tan bonito hijo, con un nombre medio fuereño y medio nuestro; se llama San Pablo en honra a los apóstoles y Etla quiere decir donde abunda el frijol, pero quien sabe en que voces de indio; pa´ mí el lugar siempre estuvo en medio de dos fuegos, entre el níspero y la guayaba, entre la yerba de cáncer y el gordolobo, entre el jilguero y la chachalaca, entre el río Molino y el río Gusano, pero siempre desembocando en milagros”.

Doña Salustia molía el sancocho por las tardes para que su marido se lo tragara frío cada noche, y así se les iba el tiempo, entre víboras corredoras y coralillos. Pobre señora, me conversó mi papá que siempre que podía le contaba a todo el pueblo cómo le mataron al marido en la revolución, de un tiro en la cien, dejándola sin nada más que un jardín de flores para criar a su hija, pero todo San Pablo Etla supo bien que el innombrable se había pelado con una diosa india que vendía cerámica y artesanía en la calle, dejando a la mujer con el jugo del alma como cáscara de limón y un luto acochambrado de un año. Para ella el innombrable estaba muerto y sepultado.

Nicolasa fue la única que supo con tiempo que su comadre se quería fugar con mi papá, la misma Doña Brisa se lo había contado una tarde de miércoles, cuando venían de regreso de tomar ceniza en la parroquia, “ando en pecado mortal comadre, hasta siento ésta cruz de tiña mal hecha que me quema la frente, ¿sabe? me quiero ir de aquí con un fulano de pupilas de lumbre que mi mamá no traga, ¿qué me aconseja usted comadrita?” preguntó Brisa y Nicolasa nomás dijo “pues comadre, sobre el muerto las coronas” y no dijo más. Al otro día ya venían a rumbo, y aquí se quedaron a ser felices, a correr descalzos por la playa, a retozar por la arena dándose besos de pollo, a tocar la guitarra, fumar tabaco y tomar agua nieve, “conchale chacho - me había dicho mi viejo una vez, cuando anduve saliendo con tres viejas – ¿todavía no puedes ver la luna de día?, pues a ver si te apuras, porque los años pasan volando como bruja”, yo nomas le canté la sarna: “sarnícula emperadora (tilín tilín), madre de la jiribilla (tolon tolón), déjame rascarme ahora (tilín tilín), que me sabe a mantequilla (tolon tolón)”.

El mero día del grito mi papá y Doña Brisa fueron al zócalo para oír al señor alcalde tocar las campanas del palacio municipal gritando: ¡Viva México!, después anduvieron huyendo como alma que lleva el diablo, librándose de unos buscapiés que soltaba el torito encuetado y luego bailaron hartos sones jarochos; el jarabe loco, la bamba, el siquisirí, la mariachuchena y otros guapangos que brillaban como cocuyos al sonar del arpa y la jarana, hasta parece que los estoy viendo, muy bullangueros, uno con sombrero de palma y zapateando en las tablas, la otra moviendo las enaguas y sonando los tacones, y bailaban de gusto sus dos corazones. Al otro día mi papá amaneció grave, Sebastiana la curandera le dijo que una mujer mayor le había hecho un mal muy duro de cortar, que esa mujer le tenía mala voluntad porque creía que él le había robado su flor y que por eso lo quería matar con tierra de panteón, piel de culebra y velas negras, así que le recetó baños de luna llena con pachulí a la media noche y almuerzos de zopilotes en conserva y lagartijas en pipián hasta que se aliviara, pero  con los días mi papá nomás se ponía peor, así que Doña Brisa fue corriendo a ver al Doctor Cristo Del Río para que le diera una revisadita; la casona del Doctor Del Río era de patio grande, lleno de helechos gigantes, palmeras enanas y jaulas nuevas con gorriones desentonados, por eso Doña Brisa se extravió un buen rato hasta dar con la puerta de la botica. “Es Cólera.” diagnosticó “lo que su marido tiene es muy delicado señora, si usted gusta le voy a recetar algo”, a Doña Brisa se le hicieron agua los ojos y nomas preguntó “¿y con esto se va a curar, doctor?”, “no señora, pero por lo menos va a tener ratos de sosiego”, ahí se les empezó a venir abajo el cielo, cacho a cachito, mi papá aguantó las diarreas como macho mexicano, pero una madrugada a mediados de octubre sintió que la vida se le iba, así que le pidió a Doña Brisa que fuera por el señor cura, que necesitaba los santos oleos porque sabía que no iba a ver el sol del otro día, pero su esposa nomás agarró un sillón de palma y se sentó frente a la cama de mi papá para verlo como sufría los vómitos y se secaba como un charco. Se oyeron en la puerta los tres golpes de San Pascual Bailón y Brisa jaló el quinqué de petróleo para ver quien vive, zafando el pestillo de la puerta y dejando entrar a la visita.

“¿Le ofrezco algo de tomar?, pásele seño, está en su humilde casa”, pero nadie contestaba; dice mi papá que oyó todo clarito, pero no pudo abrir los ojos ni decir nada, “¿viene a buscar a mi marido, verdad?, yo ya lo veo muy malo, pero mire usted, nos queremos mucho, apiádese de él que es todo lo que tengo, déjemelo otro ratito, no sea mala, marchantita”, y que la catrina va soltando su farolito y le va diciendo a Doña Brisa “a ver, si deveras te interesa tanto que la vida se lo acabe te propongo algo, tu vela por la suya, y aquí te lo dejo otro rato, ya luego se vuelven a ver, pero no se lo cuentes a pifas”. Mi papá despertó como si nada el merito día de las fiestas a la Virgen del Rosario, y mientras el pueblo paseaba en lancha a nuestra santa patrona por el río Papaloápan, llenándola de flores y risas, mi papá lloraba a solas el cuerpo sin vida de Doña Brisa, que amaneció dormido en el sillón nuevo de enfrente, reposando como un capullo tierno que ya no va a brotar, pero el amor no se le marchitó ni después de muerta, porque después del novenario todas las noches se metió en los sueños de mi papá, recordándole el arte de amar sin hablar, hasta que los años le pusieron blanco el bigote. Mi padre no fue un santulario ni rezador, era pícaro y dicharachero, pero después de la muerte de Doña Brisa agarró la costumbre de rayarse una cruz de carmín en el pecho con el bilé de su mujer; la Sebastiana fue la que le dijo que todos los días se pintara de tristeza roja ahí donde ha de estar el corazón para el que tiene, y me acuerdo que hasta cuando se iba con las putas se lo pintaba, según esto para que le sanara más rápido su alma, por que me dijo que se sentía como perrito callejero atropellado, pobre de mi papá, cuantos ramalazos tuvo que aguantar en ésta vida, a él si le fue como en feria.

Tengo muchas ganas de volver a ver a mi viejo en el mar, de salir a pescar truchas en su lancha de motor abajo del puente, de sentarme en el muro a ver las gaviotas y tomar el fresco mientras el sol pinta de ocres las playas, porque soy el que soy gracias a él, y ya que se fue me quedé sólo con mi tristeza, bueno, ya ni tan sólo porque hace rato conocí a la morena, y caminamos de noche por la playa antes de hacer el amor, con los pies descalzos que se ensuciaban de arena cruda, y las olas los bañaban, y las manos se nos habían entrelazado como mecates de paja. Cuando uno pesca sin luz, desde el río se ve el techo de la iglesia, blanca como un cerrito de conchas y con su perla refulgurante en el cielo, alumbrando mi puerto bonito, y el último domingo de mayo todo se viste de blanco, el zócalo se engalana para celebrar las cruces de mayo y los menesteres saben a frescura de la costa con cielo azul y toritos de coco, y cuando respiras te sientes como un chamaco, blanco por dentro, ese domingo en la noche, ya luego de la jiribilla y la boruca, el señor obispo llega a bendecir las cruces y ver a las jarochas de gala taconeando con sus chongos en la cabeza, ahí anduvo una noche la  morena, viendo las cosas desde lejos, sin que nadie más la viera, oliendo el incienso que dejaba el señor obispo a su paso, y cuando se fijo que yo la miraba me echó unos ojos de tigrillo bravo y salió huyendo como chilanplín, pero en la noche de amor me dejo comerme su fruta tierna, jugosa y sin semilla, y treparnos al cielo, a dormir sobre la arena. Enamorados.

“¿No te he dicho que te amo, Rufino?” me dijo la muy claridosa sin quitarme esos ojos fríos de encima, y su voz sonó como el murmullo de las olas cuando el mar está de buenas, ”también amé a Abulón, lo amé lento alguna vez, metiéndomele en la cama y borrándole con la lengua esa cruz de bilet pintada en su pecho, por que como le dije, ya no iba a necesitarla, y me porté como otra de sus putas, pero con él fueron como dos veces” me dijo antes de tragarse mi último aliento en un beso, de ahí todo se me puso negro un rato y luego desperté, viejo, ya eran como las siete de la mañana y yo echado en la arena como un barbajan, sin pararme a trabajar, y tú ya andabas en la playa, arriba de tu lancha, pescando los primeros rayos del sol. “¡Eah hijo!” me gritaste “trépate a la lancha, vamos a pescar de gusto que te encontré” y me subí dejando en la orilla un tulipán blanco y marchito junto a mi cuerpo apagado, muerto de amor por amar al anima que no debí, a la que le dicen la flaca, la calaca, la catrina, la visitante de la noche, pero para mí siempre será Bella, La Bella ojos de Zafiro, la que nos hace el amor a todos tarde que temprano, porque arrieros somos y en el camino andamos. Abrázame papá, abrázame duro y ya no llores, que yo también te extrañaba, vamos por Doña Brisa, que está cruzando el río, allá la veo vestida de novia, sentada en la playa esperándote. ¡Ah! y antes que se me vaya a olvidar viejo, te mando saludos mi tía Adolfina.