jueves, 27 de noviembre de 2008

PONENCIA sobre género


ENTRE BROMA Y BROMA
LA DISCRIMINACIÓN SE ASOMA
Por: LUIS MIGUEL BERNAL
ESTUDIANTE DE SOCIOLOGÍA
DE LA UAM-A

La comunicación y su lenguaje verbal y no verbal en la vida cotidiana es imprescindible. La comunicación son significados culturalmente establecidos, mediante signos. Así, “el lenguaje es un medio de comunicación, pero es también un modo de pensar, una forma de acceder a la realidad que nos rodea mediante su aprehensión, reproducción y, por qué no, interpretación” (Fernández, 1996:44).
Por ello es que sin ella no podríamos trabajar, comprar, estudiar, aprender, enamorar, erotizar, desear. Pero la comunicación también es un arma de poder, de jerarquización, de ofensa, discriminación y violencia.
Al tener significados en común se construyen categorías en las que se crean normas, reglas de convivencia, de conducción y porqué no, el mismo uso del cuerpo, así la categoría de hombre y mujer se ve enmascarada socialmente con lo masculino y femenino —el género—, que restringe libertades de comportamiento. De esta manera la misma sociedad reproduce estereotipos que sirven de “guía” y entendimiento común.
Ser hombre o ser mujer no es lo mismo aquí que en China o Alemania, ni si es el siglo XXI o el XVI. El género, al ser una construcción social, varía en tiempo y espacio, dictando diferentes formas de lo masculino y lo femenino, pero siempre imponiendo la heterosexualidad como lo “normal” y “correcto”, como única vía y modelo de vida posible. Por ello un hombre femenino o una mujer masculina entran en conflicto, son transgresores. Un homosexual, aún peor.
El género se marca desde el nacimiento, en cuanto se sabe qué genitales trae el nuevo cuerpo se usan todas las formas posibles para moldearlos e integrar a hombres y mujeres reales, que cumplan con lo que se espera de los roles previamente impuestos. Carritos o muñecas, el rosa o el azul, pantalón o falda, cabellos cortos o largos, toscos o tiernas, rudos o lloronas, gritos, ofensas, golpes nada es suficiente para la formación del género.
Una de esas formas tan comunes, rudas y violentas, son las bromas, chistes y burlas contra lo “anormal”, esperando, absurdamente, que se regrese al buen camino, si no es por convicción, por lo menos por presión social. En casos como la homosexualidad, tema que me interesa explorar porque aún hoy, en pleno siglo XXI sigue siendo un tema tabú que se cuestiona, si es pecaminoso, patológico o correcto o si es antinatural. Seguimos encontrando personas que se sorprenden de ver a dos hombres dándose un beso o a dos mujeres que confiesen que son pareja. Preferimos ver sangre, asesinatos o escuchar ofensas que abrirnos a la diversidad del amor y al respeto, eso lo dejo como reflexión o transgresión a estas normas, aprovechando que la mesa es de esa transgresión a la producción y reproducción social.


PROHIBIDO DECIR SU NOMBRE

A las personas que sienten atracción sexual y afectiva por personas de un sexo distinto son heterosexuales. Personas que aman y se atraen por personas de su mismo sexo son homosexuales y si esto lo sienten por ambos sexos, son bisexuales.
Si yo pregunto de qué otra manera se le conoce a un heterosexual existirán pocos nombres extras: “normal”, “buga” (en el ámbito gay), “machín”.
Si pregunto nombres para lesbianas, homosexuales o bisexuales, podría pasarme horas nombrándolos: bicicleta, joto, puto, maricón, mayate, tortillera, lencha, marimacha, en fin.
Pocas veces se refiere con el nombre real y correcto, y al hacerlo se le adjudica todo lo que se cree de esa condición sexual[1]. Es más, parecería que se busca suprimir para que no pase. El simple nombre ya es obsceno, asqueroso. No merece ser nombrado, quizá ni exista, es patológico, es una desgracia.
Pero, hagamos un ejercicio, ¿qué pasa si pregunto de qué otra forma se le conoce a una mano? Quizá no salga más de dos formas de nombrarla. Pero si pregunto por pene o vagina saldrán infinidad. Pasa lo mismo. A nadie le cuesta trabajo decir me duele la mano, pero me duele un testículo o la vagina ya cambia todo. No es normal decirlo porque está vedado, es indecoroso, impropio, se marca como grosero.
Desde aquí comienza la jerarquización. Lo que se puede y lo que no. Inclusive podemos decirnos muy abiertos ante la diversidad sexual, pero seguimos riéndonos o nombrando de los múltiples apodos y chistes de homosexuales que pueden hallarse a la vuelta de la esquina. Total todos lo hacen.


ESTIGMA Y DISCRIMINACIÓN

La discriminación apenas comienza a vislumbrarse. Pocos reparamos en ella cuando está tan diluida. Por discriminación se entiende: “una conducta, culturalmente fundada, y sistemática y socialmente extendida, de desprecio contra una persona o grupo de personas sobre la base de una prejuicio negativo o un estigma relacionado con una desventaja inmerecida, y que tiene por efecto (intencional o no) dañar sus derechos y libertades fundamentales” (Rodríguez, 2007:19).
Pero para llegar a la discriminación debemos pasar por el estigma. El estigma de ser distinto, de ser etiquetado, en este caso, como homosexual y así mismo poder ser blanco de cualquier ataque por considerarse, estúpidamente, un ser inferior, un ser raro.
Ya Erving Goffman hacía su planteamiento sobre el estigma y lo describía como una “’categorización social’ en [la] cual, con base a ciertos indicadores aprendidos culturalmente, se crean diferentes categorías, construidas desde lo social colectivo a través de las interacciones cotidianas, en las que se puede agrupar a las personas a través de ciertos rasgos” (Callejas;2005:65).
Estar estigmatizado es estar marcado como diferente y por ello estar desacreditado. Es hacer que sea mayor una característica nulificando lo que es la persona y atribuyéndole, sólo por esa marca una serie de ideas creadas en el imaginario social como adversas y se generaliza, sin siquiera poderlas cuestionar. Seguimos en el binomio: bueno o malo, masculino femenino, blanco o negro, olvidando que entre un polo y otro los matices son muy extensos. Entre el blanco y el negro hay muchos colores que sin uno, no podría crearse el seiguiente.
Pero marcar a otro o a otra es reivindicarme como normal y superior. La normalidad existe porque lo anormal lo delimita.


LAS BURLAS, LOS CHISTES Y EL ESTIGMA

En la comunicación existe el poder. El poder que dan las construcciones sociales como el género. Quizá el poder exista en todas las relaciones sociales de una u otra manera, pero es mucho más evidente en las relaciones de género, donde se impone todo lo masculino y se sobaja lo femenino. Así, todo lo mujeril se ve como inferior. Por ello la homosexualidad masculina es más señalada porque se cree que los hombres se sobajan a ser femeninos, renuncian a su poder de machos y traicionan la hombría. Las mujeres homosexuales (lesbianas) tienen una menor discriminación —menor no significa que no exista— porque sus acciones se leen como una mujer que quiere subir de estatus e intentar ser masculina. Esto sigue, aunque no todos los homosexuales seamos femeninos, ni todos los heterosexuales sean completamente masculinos. Ni todas las lesbianas sean masculinas, ni todas las heterosexuales femeninas. Pero es lo que se nos enseñó desde siempre, a tipificar, a encasillar, a creer sin cuestionar, a verlo normal y natural.
También se enseñó que las mujeres debían ser sumisas, calladas y trabajar sólo en el hogar y los hombres mantener a la familia, ser poco emocionales y hasta violentos. Se nos dijo que había roles específicos que marcaban una diferencia y asimetría en las relaciones, se pone una arriba y otra abajo.
Por fortuna todo esto es sólo un ideal que va en decadencia y cada vez se cuestiona más y se abren los caminos de la igualdad y la equidad.
La homofobia al ser una construcción social es, por ende, absorbida e interiorizada por todos y todas, homosexuales, bisexuales y heterosexuales. Por más apertura que tengamos y respeto que demos, estamos permeados por ella en mayor o menor grado. Seguimos cayendo en la discriminación que cada vez es más fina e imperceptible, casi invisible.
Por homofobia se entiende “el odio, aversión, temor o prejuicio irracionales contra las personas que son o parecen homosexuales” (Collado; 2007:44). ¿Acaso la burla no es marcar prejuicios y reproducirlos? Lo es, pero aún así nos reímos con algunos chistes que se cuentan en todas partes, desde los medios de comunicación, las platicas cotidianas con familiares o entre amigos, incluso entre los mismos homosexuales, que siguen reivindicando los mismos modelos de sobajamiento, encasillamiento o sumisión del homosexual al que se le cree siempre amanerado, estilista, siempre en busca de hombre, siempre pasivo sin sueños, acosador de hombres, enfermizo, tendiente al sida, problemático, drogadicto.
Dichas categorías no son malas ni buenas, simplemente son y existen. Dentro de la humanidad la diversidad es tan amplia y nosotros absurdamente la seguimos reduciendo a un concepto, a unas cuentas imágenes; sin abrirnos a la posibilidad de la acción individual, del matiz que cada persona quiera imprimirle. Como sociólogos debemos abrirnos a la realidad. Abrirnos a ella, no significa estar de acuerdo, significa no prejuiciar, sino conocer, saber que existe, que hay mucho más, no nulificarla, porque sería reducir la vida misma, y sólo observar o estudiar lo que nos es común o similar.
Siempre he creído que si una persona rompe la regla, la generalidad ya no existe. Podemos sacar tendencias, más no totalidades. No uniformidades. Nuevamente lo dejo como reflexión.
Toda categoría que creamos, encasilla, predispone en la escala social y lo que empezó como una discriminación, termina siendo un conjunto de ellas, si eres mujer, indígena, lesbiana, la discriminación es por partida triple.
“Yo no discrimino” afirman algunos, y salimos a la calle y aún miramos con recelo a los homosexuales, o entre bromas se crean apodos, chistes que creemos inofensivos. Sin pensar que todo lo aprendido está presente causándonos gracia los estigmas que dejamos caer. Porque al reírnos de alguien o algo es porque lo creemos inferior, burdo, digno de reírnos abiertamente de él. Incluso eso reivindica mi normalidad, porque la normalidad es validada porque existe la anormalidad.
Pero ¿cómo vamos a cuestionar la risa si no se daña a nadie? No es un golpe, no es un grito, pero sí nos coloca en un estatus de poder que determina que, la forma incorrecta de vida de la persona en cuestión, es risible. Incluso, reírnos, es peor, porque no hay conciencia de lo que implica. Al considerarlo broma, o chiste, se define como “amigable”, “pasajero” y uno se tiene que aguantar.
Incluso muchos homosexuales, entran en el juego al creerse aceptados mediante la risa que ellos mismos propician. Prefiero una risa, a un golpe, pareciera ser el pensamiento, sin caer en cuenta que el desprecio se hace presente, las barreras de integración se marcan y se busca aislar al “raro”, pero se le hace creer que está dentro, que se le tolera, que se le “acepta”, que nos reímos con él y no de él.
La risa reivindica los papeles de control, e incluso, relega y silencia, porque el homosexual debe seguir oculto, nulificado, para no ser el objeto de risa. Es más, los “verdaderos hombres” en su delirio de mostrar a cada momento su machismo rascándose los genitales en público, hablando más fuerte, piropeando a cuanta mujer pase a su lado, ser rudos, violentos, deben hacer ellos mismos las bromas para que no se dude de su hombría (que es lo más nefasto que puede pasarle a un machista-homofóbico).
Las risas-burlas de uno(s), pueden ser el acoso de otro(s).
Recuerdo mucho un seudochiste que me llegó por mail. Porque, ahora la discriminación se manda también por mail y circula día a día y se reenvía en cadena, porque, además, hay que compartir algo tan humorista.
El dichoso chiste cuenta que un padre llega a casa, llama a su hijo y no le contesta. Entra a su cuarto y sobre la cama hay una carta. El padre asustado la abre y en ella se lee una despedida. El hijo le dice que se ha ido de la casa porque es homosexual y se va con su novio que está lleno de piercings y tatuajes, ambos usan drogas, son promiscuos, hacen orgías, y violan niños. Como el hijo sabe que su padre reprobará todo esto, decidió irse. El padre bastante impresionado estaba a punto de dejar la carta cuando alcanza a leer que había un P.D., el cual decía que todo es una broma y que en realidad estaba toqueteando a la vecina que está bien buena y ya le traía hartas ganas pero que adjunta su boleta de calificaciones donde se ven sus materias reprobadas, para ello escribe esa carta, para hacerle ver a su padre que hay cosas peores que unas cuantas cuántas materias reprobadas.
El “encantador bromista” se ríe de su ingenio, porque ¿cómo su padre podría dudar de él que es tan machín y anda manoseando mujeres y viéndolas sólo como objetos sexuales?
Ahí termina el “gracioso” chiste estereotipante, donde la homosexualidad se reafirma como perversa, como lo peor que alguien puede vivir, en la que cualquier familia desearía no tener a un homosexual entre ellos, en la que se usa a las mujeres y se les ve como objeto sexual, porque eso es de hombres, eso sí es normal.
¿Eso nos hace reír? Porque la discriminación es el reflejo de la sociedad que la contiene y revela los prejuicios que alberga, los tabúes no resueltos, la ausencia de leyes que respalden y protejan, la falta de análisis, la ausencia de empatía y una total desigualdad. En esta practica hay dos vías: suprimir o mencionarlo sólo para reír y, con esto, hacer creer que se menciona, se incluye.

“Si no podemos sentir indignación ante un mail así, será muy difícil crear un cambio hacia el respeto y la igualdad. Puede sonar gracioso de entrada. Pero reflexionemos, también es gracioso y dignificante para aquel que grita “putos” en la calle. También es gracioso para aquel que es capaz de agredir y hasta matar a un homosexual. Son niveles que crecen. La “broma” es únicamente el principio de la avalancha.
Nos debe quedar claro que la discriminación y la violencia no llegan con el letrero de ¡PELIGRO! La discriminación y la violencia llegan envueltas de belleza, de juego. Comienzan con risas y bromas que lo único hacen es reafirmarnos que hay que reírnos de la diferencia, ofenderla, suprimirla, combatirla” (Bernal; 2008)

¿Muerde almohadas, sopla nucas, manita, putito, nenita, lilos, marica, maricón, rarito, tortillera, funda, hombruna, manflora, y a los que discriminan cómo debemos llamarlos? La risa es el inicio de un ciclo que reivindica la violencia y la reafirma.
Razonemos más, discriminemos menos.


BIBLIOGRAFÍA

BERNAL, Luis Miguel (2008): “La discriminación hoy se manda por mail” en
www.anodis.com Consultada el 27 de septiembre de 2008.
CASTAÑEDA, Marina (2007): El machismo invisible regresa. Taurus, México, 382pp.
CALLEJAS Fonseca Leopoldo y Cupatitzio Piña Mendoza (2005): “La estigmatización social como factor fundamental de la discriminación juvenil” en El Cotidiano. México, UAM-A. Noviembre-Diciembre, pp. 64-70
COLLADO, Fernando del (2007): Homofobia. Odio, crimen y justicia, 1995-2005. Tiempo de Memoria Tusquets Editores, México, 273 pp.
RODRÍGUEZ Zepeda, Jesús (2007): ¿Qué es la discriminación y cómo combatirla?. CONAPRED, México, 61 pp. Cuadernos de la Igualdad, No.2
VARGAS Ruiz, Rodrigo (2003): Pétalos y espinas. Hombres gay y relaciones de pareja y violencia. Elaleph, Buenos Aires, 215 pp
* Doceavo trimestre sociología de la educación, UAM-A. Columnista de Enkidu Magazine, anodis.com, ALPsI A.C. y Las Genaras. Mail: luismiguel@enkidumagazine.com
[1] El término condición sexual se me hace aún más amplio porque incluye esa orientación sexual que para mí es de nacimiento —bi, homo, heterosexual—, y su construcción social, la aceptación o represión que exista, las imposiciones que se tengan. La aceptación que cada individuo se dé y si se permite o no vivirlo libremente.
** imagen 1 tomada por Actores Sociales de: http://www.paho.org/Spanish/DD/PIN/ahora13_sep05.htm
** imagen 2 tomada por Actores Sociales de: http://www.caracolsida.org/

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