Dónde estabas cuando….[i]
No hay abuso de autoridad ni linchamiento público en las opiniones del Presidente. Es solo otro ciudadano ejerciendo su derecho a opinar. Derecho que, por primera vez, disfrutamos hoy plenamente. Porque antes teníamos títeres corruptos, impuestos por la mafia del poder. Por eso los denunciábamos. Ahora todo es diferente. No aplican las cosas del pasado. Tenemos un presidente electo, una verdadera democracia. Y ahora sí hay verdadera libertad de expresión.
Este es el tono de los argumentos de viejos camaradas,
simpatizantes del gobierno, en un diálogo reciente sobre la libertad de
expresión en México. Son amigos de muchos años. Junto a ellos, en época de Fidel Herrera y Javier Duarte, marchamos demandando justicia por
el asesinato de Regina Martínez y contra el asedio a Proceso y varios
medios locales. Desde una radio alternativa, criticábamos a Calderón y Peña.
Sin autocensurarnos por guardar “respeto a la autoridad”, repudiábamos los errores
y autoritarismos del poder.
Aquello fue, para mí, una escuela de ciudadanía. Con estos amigos he compartido, además del afecto, el
sueño de una mejor prensa, con menos pasquines y más análisis, opinión e investigación
de calidad. Una prensa que apueste por una nación más informada, educada,
libre. Pero discrepamos en los modos de construirla y evaluarla.
No se trata de inventar que México fuera ayer Suiza y ahora China,
sino de algo mucho más concreto. Antes y ahora vivimos una democracia defectuosa,
legado de un prolongado autoritarismo y una transición frágil. Ayer y hoy
vivimos en un país donde libertad e inseguridad de la expresión se combinan, con
esta última afectando decisivamente a la primera. Antes y en el presente
diversos poderes públicos, privados y criminales han restringido -por la
coacción o la seducción- el alcance de lo que se puede conocer, investigar y
difundir.[ii]
Ser periodista en México es una labor heroica, reconocida a nivel doméstico y
mundial.
De lo que se trata es de sostener los mismos raseros deontológicos
y técnicos que antes se asumió. Si se defendía la necesidad de ejercer la
opinión autónoma y el periodismo crítico, mantener hoy la misma actitud. Incluso
si el gobierno nos simpatiza. Porque ningún funcionario es, en su escala, un
ciudadano con simétrico poder y responsabilidad respecto a sus compatriotas.
Toda la legislación y la reflexión internacionales sobre el Derecho Humano a la
libertad de expresión reconoce esas diferencias.
Hoy se pone a prueba si algunos que antes exigían respeto a la
libertad de expresión lo hacían por estar en la oposición. Si ahora ponen peros
por simpatizar con el gobierno. Si invertimos la ecuación -volteando la vista a
antiguos complacidos, hoy críticos- el resultado es el mismo. En todos los casos,
se trata de activistas mediáticos con un objetivo legítimo y concreto: impulsar
y defender determinados proyectos políticos y personales. Pero no son defensores
-con un compromiso raigal, transideológico- del Derecho Humano a una
comunicación plural. De una libertad de expresión lo más protegida posible de quienes
mandan y de la polarización amplificada por simpatizantes y adversarios
miméticos. [iii]
En este país ha habido siempre propagandistas al servicio del
gobierno de turno. Pero también profesionales dedicados a un periodismo de
altos estándares. Varios de estos apoyaron el triunfo del actual gobierno. Hoy discrepan
de decisiones y actitudes oficiales. No se han transformado en opositores
fanatizados o funcionarios justificativos: siguen siendo y haciendo lo mismo. Revisemos
mejor cuánto el poder y los medios -y sus nexos- cambiaron en estos últimos años.
También cuánto nosotros -en nuestra relación con aquellos- lo hemos hecho. Así
cobrará buen uso y sentido la manida frase, que hoy tantos repiten sin parar: y
tú dónde estabas cuando…
[i] Publicado en Distopía
Criolla, La Razón, 19 de octubre de 2020
[ii] Ver Jenaro Villamil, “La
responsabilidad social de los medios” en José Ramón Cossio y Enrique Florescano
(coord) La perspectiva mexicana en el siglo XXI, FCE/Universidad
Veracruzana, 2012