Todo inició el 11 de septiembre de 1973 (Parte I)
Por Rodrigo Hernández López
Hoy se
cumplen 40 años de un hecho que modificó la realidad política de América del
Sur, pero en especial de México. Es la historia del inicio del fin y de los
caprichos del destino.
Una
llamada despertó al Presidente ese martes a las 6:15 am en su residencia
personal, “¿qué pasa?”, preguntó el mandatario. Le informan que la Marina se ha
sublevado. Una hora después enfundado en un traje negro y recién bañado,
sube al auto y ordena al chofer dirigirse al Palacio. Durante el trayecto
recibe la información de que el Ejército, respalda al Gobierno.
A las
7:55am en los radios su voz retumba “Les habla el Presidente de la
República…informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería
habría aislado, una ciudad y estaría ocupada, lo cual significa un
levantamiento en contra del gobierno, del gobierno legítimamente constituido,
del gobierno que esta amparado por la ley y la voluntad de los ciudadanos”.
“Como
primera etapa tenemos que ver la respuesta, que espero sea positivo de los
soldados de la patria que han jurado defender el régimen establecido, en todo
caso yo estoy aquí, en el palacio de gobierno y me quedaré aquí, defendiendo el
gobierno que represento por la voluntad del pueblo”. A las 8:03 am hace la que
será su última aparición pública en un balcón presidencial.
A las
8:42 de la mañana, las fuerzas armadas declaraban por radio “que el señor
Presidente de la República, debe proceder a la inmediata entrega de su alto
cargo a las fuerzas armadas”. Tan sólo ocho minutos más tarde, la respuesta a
la solicitud llegaba por el mismo canal de comunicación: “Se insta a renunciar
al Presidente de la República, no lo haré”.
Entonces
le hablaba a la historia “siempre estaré con ustedes, tengo fe, superarán otros
hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan
ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las
grandes alamedas por donde pasa el hombre libre para construir una sociedad
mejor”.
“Estas
fueron mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en
vano, tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará
las felonías, la cobardía y la traición”.
En las
inmediaciones del Palacio, tanques se aglutinan. Las botas negras de los
soldados empiezan a rodear las calles. El miedo y la tensión invaden la
atmósfera. Y entonces se escucha el canto de las ametralladoras. El aliento a
muerte comienza a llegar.
Minutos
después del medio día, el viento se rompía por el sonido de dos aviones. El piso
retumbó, el bombardeo aéreo había llegado. El polvo se levantaba, los muros
caían, lo vidrios de las ventanas explotaban. Cinco veces se había atacado el
recinto.
El fuego
se hacía presente en las ruinas de la sede del poder. Los militares entran al primer
piso del inmueble, buscaban a las 26 personas que se encontraban ahí. Todo
había terminado. “¡Presidente!, ¡el primer piso está tomado por los militares!
¡dicen que deben bajar y rendirse!”. Él contesta “¡Bajen todos! ¡dejen las
armas y bajen! Yo lo haré al último”.
Como lo
prometió, bajó. Pero cubierto por una manta y en una camilla militar custodiada
por soldados. Había muerto, en el lugar donde residía el poder presidencial. Se
suicidó antes de caer en las garras del enemigo.
Ese mismo
miércoles mientras el gobierno de Salvador Allende, Presidente de Chile, caía
ante el golpista Augusto Pinochet y el sueño de conducir un país hacia el
socialismo se desintegraba, a siete mil kilómetros de ahí, en la Ciudad de
México se llevaba a cabo una reunión que marcaría el destino para
Latinoamérica.
El 1° de
julio de aquel 1973, en Estados Unidos era fundada la Administración de Control
de Drogas, la DEA por sus siglas en inglés. Por lo que el entonces mandatario
estadounidense, Richard Nixon quería que su nueva compañía empezara a trabar en
un punto estratégico; México.
Mientras
Salvador Allende luchaba contra los militares opositores a su régimen, en la
Ciudad de México, el entonces procurador general, Pedro Ojeda Paullada, junto
con el presidente mexicano Luis Echeverría, de quien alguna vez Allende se
referiría a él como “un gobernante con visión de futuro que se expresa en el
lenguaje del pueblo”, sostenían una reunión en privado con el embajador
norteamericano, Robert H. McBride.
El motivo
del encuentro era entregar una carta que había escrito el mismo Nixon dirigida
a Echeverría donde pedía su colaboración para que los agentes de la DEA
comenzaran a operar en el territorio mexicano.
Los
recientes claves filtrados el pasado 8 de abril por Wikileaks, y bautizados
como los “Cables Kissinger”, debido a que son parte de los informes durante el
periodo en que Henry Kissinger era el secretario de Estados Unidos y que
comprenden el periodo de 1973-1976, dan cuenta del inicio del origen de los
grandes capos de la droga y de la repercusión de esa reunión el 11 de
septiembre.
Durante
la reunión McBride subrayó la importancia de localizar y destruir los plantíos
de amapola en Sinaloa. Realizando sobrevuelos, en un programa conjunto entre la
DEA y la NASA denominado Compass Trip (Brújula de viaje), se usarían escáners
de detección remota para encontrar los campos de enervantes.
Pero no
sólo eso, se propuso implementar el Plan Canador (Canador, era una palabra
inventada, en fusión de cannabis y adormidera, como se conoce a la amapola),
que consistía en destruir los campos de amapola y marihuana en 36 zonas
militares y entrenar a elementos de la Policía Judicial Federal para que
aprendieran a obtener información de inteligencia.
En uno de
los reportes Kissinger se lee que “aunque ninguna decisión fue tomada, el
presidente Echeverría demostró gran interés a las propuestas y las turnó al
procurador general para su posterior estudio. Se acordó que encuentros
posteriores serían realizados y planificados entre el fiscal general y Ojeda
Paullada hacia finales de octubre”.
A
raíz de esa reunión y en años posteriores, el gobierno norteamericano vio el
fruto de la reunión de 1973 hacia finales de 1975, cuando la Operación Trizo
vio la luz verde en la zona conocida como el Triángulo Dorado, territorio
estratégico que comprenden los estados de Chihuahua, Durango y
Sinaloa.
A dicho
plan le fueron asignados cinco aviones de la DEA piloteados por pilotos
mexicanos que ubicaron y destruyeron los plantíos y fue vigilada por la agencia
norteamericana hasta 1976. Un cable reportaba que había cerca de “7 mil campos
de opio listo para ser cosechados”.
Llegado
el tiempo de la sucesión presidencial, José López Portillo implementó la
Campaña Permanente de Erradicación, y Trizo se convirtió en el antecedente de
la Operación Cóndor, que buscaba la destrucción de los campos de cultivo en el
Triángulo Dorado, lo que generó que los Cárteles de la droga, emigraran en los
años ochenta al estado de Jalisco.
Echeverría
no sabía que la decisión de permitir que los agentes de la DEA operaran en
territorio nacional, le costaría muy caro al país. Al final, siempre hay manos
hábiles que desnudan la verdad y 40 años después podemos empezar a comprender
el origen del nacimiento de los grandes capos de la droga y de la muerte de ese
sueño llamado México.
Todo inició el 11 de septiembre de 1973 (Parte II)
Por Rodrigo Hernández López
A finales
de los años setenta y principios de los ochenta, la DEA operaba en México con
la bendición del gobierno Mexicano que ya encabeza José López Portillo.
En declaraciones a la prensa el 25 de febrero de 1978, el general Félix
Galván López quien era en ese entonces titular de la Secretaría de la Defensa
Nacional (Sedena), declaraba que de 1970 a 1976 los datos oficiales reportaban
que se habían destruido 65 mil plantíos de adormidera, más de 46 mil de
mariguana y se habían detenido a más de 18 mil hombres.
Como lo
afirmaba Galván López, la Operación Cóndor era todo un éxito. El operativo que
inició en enero de 1977 y que concluyó en enero de 1987 estuvo encabezada por
23 comandantes, quienes a lo largo de 10 años y de acuerdo con datos de la
Sedena entregados por una solicitud de acceso a la información pública
solicitado en 2008, había logrado un total de 224 mil 252 plantíos destruidos.
Al frente
de las tropas, el sistema político había confiado el combate al crimen
organizado a distinguidos personajes, pero ningunos tan importantes como tres
oscuros hombres; José Hernández Toledo, Roberto Heine Rangel y Manuel Díaz
Escobar.
El
primero dirigió el operativo contra los estudiantes en la Plaza de las Tres
Culturas el 2 de octubre de 1968. El segundo fue una de las piezas claves
durante el período conocido como “Guerra Sucia”, pues era uno de los encargados
de la desaparición forzada de los disidentes del régimen. Por último Díaz
Escobar fue el jefe del grupo conocido como los “Halcones”, quienes perpetraron
la matanza del jueves de corpus el 10 de junio de 1971.
La
Operación Cóndor por un lado destruía los plantíos en el Triángulo Dorado, pero
por otra parte permitió el nacimiento de los grandes capos de la droga. Un
hombre llamado “El Informante” le reveló a la periodista Anabel Hernández la
siguiente historia:
“En 1970
no existía el término “cártel”, existían sólo las “clicas”, que se dedicaban a
sembrar, transportar y cruzar al otro lado de la frontera la mariguana y la
goma…Eran los años de la guerra de Vietnam y el gobierno de Estados Unidos
permitía la actividad del narcotráfico para surtir de estimulantes a sus
soldados en el frente de batalla y para los que regresaban a su país con la
adicción ya generada”.
La
entrevista fue realizada en 2010, ahí El Informante contaba que en esos tiempos
“había 600 agentes federales para todo el país, con 15 o 20 ayudantes”, estos
eran conocidos como “madrinas” y refirió que jamás aparecían en la nómina
federal pero “eran un grupo indispensable para su funcionamiento actuando en la
ilegalidad y falta de control”.
Relató
entre otras cosas que “no había viáticos, ni dinero para equipos”, pero que
“los recursos se obtenían a través de peleas de gallos, carreras de caballos y
del narcotráfico”. Entre el humo del cigarro relató “eran los tiempos en que el
gobierno tenía bajo un control casi total la siembra y el trasiego de la droga.
No había casi ningún cargamento que no pasara por el permiso y la vigilancia
del Ejército, de la Dirección Federal de Seguridad y la Policía Judicial
Federal”.
“El
control consistía en estar “arreglado”…para sembrar 50 hectáreas se requería el
permiso del jefe de la zona o la región militar”. Cuando la cosecha estaba
lista relata El Informante, se transportaba la droga a un centro de acopio, de
ahí se solicitaba permiso para enviar el cargamento a la frontera.
“Había la
orden precisa de que ni un kilo podía quedarse en el país. No había venta al
menudeo”. Semejante revelación era en si ya una gran historia, pero no sólo eso
relató algo más grande, una ruta, una ruta de una maleta.
“Los
narcotraficantes le pagaban una especie de “impuesto” al gobierno federal para
dedicarse a esa actividad. Se pagaban 60 dólares por cada kilo: 20 dólares eran
para el jefe de la zona militar, 20 dólares para la Policía Judicial y los
otros 20 para la Dirección Federal de Seguridad (DFS)”.
Mensualmente
una maleta recorría el país “hacía su viaje desde abajo, desde los que
directamente cobraban el dinero hasta la oficina del procurador…se perdía de
mano en mano hasta llegar a Los Pinos. Los impuestos de los narcos crearon fortunas
de la noche a la mañana de funcionarios y empresarios en México”. En Estados
Unidos el dinero obtenido por los impuestos “fue destinado a la lucha contra
los movimientos subversivos”.
En los
años de la paz pactada, quienes pagaban impuestos puntualmente eran; Miguel
Ángel Félix Gallardo, Ismael “El Mayo” Zambada, Pablo Acosta Villareal, Juan
José Quintero Payán, Juan José Esparragoza y Ernesto Fonseca Carrillo, mejor
conocido como Don Neto.
Una vez
más Estados Unidos metía sus manos y movía los hilos de la política mexicana a
su favor. Desde 1973 la DEA operaba en México, pero fue la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) quien llegó al país desde 1951 y utilizó a tres informantes
claves dentro del sistema político; Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y
Luis Echeverría. El primero fue conocido como Litensor, Díaz Ordaz como
Litempo-2 y Echeverría como Litempo 8; además de ser informantes de la agencia,
los tres coincidieron en el mismo trabajo, fueron Presidentes de México.
La CIA
tenía un objetivo claro al llegar a suelo mexicano; sería su base de
operaciones contra amenazas como el comunismo. El periodista Manuel Buendía
documentó gran parte de la historia negra de la agencia en un libro titulado;
La CIA en México.
Cuando El
Informante contó su historia además de revelar datos para el entendimiento del
crimen organizado, dio algo muy importante: fechas. Al cruzar datos, su
historia concordaba con un evento, un caso conocido como el escándalo
Irán-Contra.
El hecho
histórico conocido tan sólo como la Contra, ocurrió entre 1985 y 1986, durante
ese periodo el gobierno de Estados Unidos vendió armas al gobierno de Irán
durante su guerra contra Irak. Pero además financió el movimiento armado creado
por EU, la Contra nicaragüense para acabar con el gobierno sandinista de
Nicaragua.
Tanto la
Contra como la venta de armas fueron operaciones prohibidas por el Senado
norteamericano. En su búsqueda por combatir el comunismo en América Latina,
Estados Unidos derrocó a Allende pero además usó el dinero proveniente del
narcotráfico para financiar esas operaciones.
Mientras
el discurso gubernamental se jactaba del éxito contra el crimen organizado, la
realidad era que había una paz pactada en México, ese pacto permitió que en esas
décadas el narcotráfico plantara sus raíces y se extendiera por todo el
territorio.
A raíz de
la implementación de la Operación Cóndor, llegaron procedentes de Sinaloa a
Jalisco, Amado Carrillo Fuentes, Héctor “El Gûero” Palma, Miguel Ángel Félix Gallardo
y el siniestro Rafael Caro Quintero, quien jugaría un papel preponderante en el
Caso Camarena.
Los ecos
de ese obscuro pasaje son una pieza toral dentro del rompecabezas del tráfico
de drogas y la corrupción de la clase política.
http://honornacional.blogspot.mx/2013/09/todo-inicio-el-11-de-septiembre-de-1973_12.html