miércoles, 19 de enero de 2011

ENTREVISTA A MARLENE AZOR HERNANDEZ

Con esa tradición debemos saldar cuentas…
Entrevista a Marlene Azor Hernández por Armando Chaguaceda

Cubana orgullosa de serlo, animadora de tertulias domingueras y amante del buen arte, su vida es digna de la novela que acaba de terminar. Los pasos la han llevado a vivir en Moscú y la Habana, París y México, a trabajar como inmigrante lejos de las labores académicas y a apasionarse por conocer (y comparar) las diversas culturas y patrones de integración social. Tiene en su haber un doctorado trunco en la Universidad de la Habana (1996) cuya tozuda y gallarda defensa no la libró de la sentencia inquisitorial pero sí la convirtió –a despecho de sus censores- en un ejemplo de civismo y una suerte de leyenda urbana para sucesivas generaciones de estudiantes e interesados en el “modelo cubano”. Candidata a doctora en Sociología en la Universidad de Paris VIII (Saint Denis, Francia) ha sido docente en dicha Universidad, así como en la Universidad de La Habana (Cuba) y la Universidad Anáhuac (México) y sus análisis han aparecido en publicaciones de la isla, España, Francia y México. Son sus áreas de especialización, entre otras, la Teoría Sociológica, la Sociología política y la relación entre Ciencias Sociales e Historia. Hoy comparte miradas con los lectores de CE la colega Marlene Azor Hernández.
Chaguaceda: ¿Podrías señalar, desde tu experiencia, la importancia, potencialidades y retos de vincular historia y ciencias sociales para comprender el devenir y problemáticas sociales?
Azor: La mejor manera de responder a tu pregunta es comentarte mi experiencia en un Coloquio reciente sobre las Revoluciones realizado en Veracruz, a propósito del centenario de la Revolución Mexicana, en el cual tuve el privilegio de participar y compartir con muchos investigadores con itinerarios de formación disímiles y de diferentes países: mexicanos, norteamericanos, franceses e italianos.
Lo primero que constaté es que cada investigador contaba la historia desde un enfoque diferente: unos desde la actuación de los grandes líderes y figuras históricas, revisitando una vez más si esas figuras habían sido todo lo malo que estaba consensuado en la historiografía de la revolución mexicana o si por nuevas fuentes se constataba que se la había hecho un juicio errado a esa figura histórica. Sobre la llamada Revolución de Independencia de las Trece Colonias, resaltó una mirada simpática para constatar que el concepto de Revolución aplicado a ese proceso no tenía ninguna conveniencia, porque salvo un levantamiento puntual había sido un proceso de negociaciones pactos y alianzas. Respecto a la visión de la Revolución francesa de 1789 un colega ofreció un enfoque cartográfico, desde el cual a partir de las transformaciones en los mapas de las divisiones políticas y administrativas de Francia, se pretendía comprobar cuánto quedó de la división del Ancien Regime y qué poco cambió, a nivel cartográfico, la organización político-administrativa francesa.
Otra visión abordó la Revolución francesa de 1848 desde un punto de vista demográfico, como un proceso concentrado en Paris, y una investigadora francesa enfocó la misma revolución del 48 a partir de las subjetividades de los actores parisinos de la Revolución a través de los manifiestos, documentos, la literatura y las estrategias de lucha.
Me llamó la atención esta diversidad de enfoques y la ausencia en cada expositor por clarificar qué entendía por Revolución y qué conceptos bases iba a utilizar para leer la realidad sobre la cual iba a producir un determinado conocimiento.
En conversaciones sucesivas constaté un menosprecio casi alérgico a todo tipo de teoría explicativa y hasta alguna comprensión de la teoría social en términos iguales a una teoría física, con el consiguiente desdén por cualquier propuesta de conceptos y enfoques teóricos sociales que organizaran y estructuraran un conocimiento a compartir por la comunidad de investigadores, en el entendido de que ninguna llegaba a la altura de la solidez de la teoría física. Muy interesante, porque yo suponía la existencia de consensos en el mundo académico occidental, en torno a la discusión de hace más de un siglo sobre las diferencias entre las Ciencias naturales y exactas y las sociales y humanistas y más reciente la discusión de modernidad y postmodernidad con toda su crítica a los metarrelatos y sus implicaciones epistemológicas para la producción intelectual académica a partir de la década de los ochentas del siglo pasado. Y descubrí que para la mayoría de los presentes estas dos discusiones habían pasado de lado sin dejar ninguna reflexión nutricia para su propio trabajo intelectual.
Chaguaceda: ¿Cuales son a tu juicio los elementos que permiten diferenciar una forma tradicional de entender (y hacer) la ciencia y discurso históricos de otros enfoques más novedosos?
Azor: Yo creo que la manera de narrar la historia desde las grandes personalidades y sus gestas heroicas es una manera muy decimonónica de hacer la historia, y para ello es mejor hacer biografías. Pero pretender entender un proceso histórico a través de las figuras sobresalientes es analizar sólo unas pocas subjetividades y dejar de lado la inmensa riqueza del resto de los actores involucrados y de sus estrategias de lucha, resistencia y de sus expectativas. Es una manera de quedarnos casi ciegos frente a la profundidad de la realidad que pretendemos investigar. Ya desde la década de los 20 con la Escuela de los Annales, el surgimiento de la Historia social, pero también con los aportes de los investigadores ingleses agrupados en la New Left Review y luego, los Estudios Culturales, la manera de hacer la historia ha cambiado de manera radical para permitir un conocimiento de las sociedades a partir de las subjetividades de los que viven los procesos históricos y no sólo de las figuras relevantes y esto tiene implicaciones políticas. En la actualidad latinoamericana cuando se discute el fortalecimiento de la sociedad civil, de la diversidad de actores sociales con fuerza reivindicativa para combatir los caudillismos, los autoritarismos y las democracias vacuas, el estudio de las expectativas y estrategias de los subordinados tiene toda la relevancia y pertinencia.
Chaguaceda: ¿Cómo han influido las formas de entender la historia sobre las estrategias y procesos de los actores políticos en el mundo y, más particularmente, en nuestra región?
Azor: Yo te podría decir que en la historiografía en general pero también en las Ciencias políticas, la sociología y la economía durante todo el siglo XX primó un enfoque de la totalidad social que no es negativo per se, pero que dejaba la diversidad de los actores sociales olvidada. Si revisas la historia de los países latinoamericanos es con frecuencia la historia de los gobiernos de turno o de las políticas públicas de esos gobiernos o de los movimientos nacionales leídos en clave de sus líderes. Esta visión desde el estado o desde los líderes también afectó a todo el discurso académico y político de la izquierda.
Desde la expansión de los Partidos políticos en la segunda mitad del siglo XIX, los partidos de izquierda emergieron con varias tendencias que luego cristalizarían en los socialdemócratas y los comunistas. Estos últimos, imbuidos de la estrategia de un cambio total radical de la sociedad, tuvieron un ejemplo fáctico en el partido bolchevique, el cual en las condiciones históricas que surge y que se propone enfrentar, es un partido militarizado, vertical, jerárquico, centralizado en su toma de decisiones por un reducido número de personas. Esto que fue una realidad histórica no tenía nada que ver con Marx.
Y esta excepción histórica, en la medida en que el proceso soviético avanzó y se consolidó, se impuso como la única manera de hacer un partido de izquierda si se proponía un cambio radical de la sociedad. Así se pretendió convertir una experiencia histórica en ciencia social universal. Y en Latinoamérica, en la década de los sesentas, sean los partidos comunistas o los nuevos partidos y movimientos guerrilleros- la izquierda le atribuye a la vanguardia organizada, una visión de sabiduría esclarecida, una posesión de la verdad absoluta que condiciona movimientos y partidos verticalistas, autoritarios, igualmente centralizados y jerárquicos, para los cuales “las masas” y el pueblo son individuos a los que hay que disciplinar y educar como en cualquier institución militar y de los cuales sólo se espera la obediencia.
Chaguaceda: ¿Puedes señalar, con algún ejemplo concreto, como influyen o perviven, estos enfoques que has mencionado, en el análisis y posicionamiento de personalidades de la región en torno a la realidad cubana?
Azor: Aún en la actualidad, los intelectuales y militantes de izquierda que defienden la revolución cubana tienen estos mismos defectos del enfoque tradicional del siglo pasado sobre los cuales te comentaba. Es una solidaridad con los líderes históricos de la revolución y un olvido total del resto de los actores sociales de la realidad cubana. El pueblo cubano sigue siendo un telón de fondo para rellenar el espacio, y sus expectativas, estrategias de sobrevivencia, desesperanzas y luchas cotidianas no merecen para estos autores ninguna atención. Todo el enfoque se centra en un culto a la personalidad de la élite dirigente cubana y una lectura de la realidad cubana a partir del discurso oficial de la élite en el poder.
Por supuesto, con esta lectura no se enteran de nada de la realidad interna, ni creo que tampoco les interese planteárselo. Y esto no es más que la prolongación de una tradición verticalista y autoritaria en una parte importante de la izquierda en general y en particular en la que aún defiende un proceso que hace demasiado tiempo dejó de ser una revolución y mucho menos un proceso emancipatorio. Hay muchos autores con ese enfoque pero te puedo mencionar al menos tres: Atilio Borón, James Petras y Heinz Dieterich Steffan. Con esa tradición debemos saldar cuentas porque representan exactamente lo contrario a un pensamiento de izquierda liberador, pensamiento que ha existido soterrado y reprimido por y en las experiencias históricas autoritarias, verticalistas y totalitarias de socialismo de estado del siglo XX, con secuelas y fuerte presencia hasta la actualidad.
México, diciembre de 2010

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