MÉNDEZ MEDINA, ANA CRISOL
OROZCO HEREDIA, MARÍA GUADALUPE
Lic. En Sociología
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
Antes, es necesario definir conceptos básicos para la comprensión de esta práctica. El primero sería el término cultura, el cual sabemos, abarca una serie de connotaciones que son necesarias abstraer y concretar. Relacionamos a la cultura con la noción del proceso en el que existe una serie de modelos generados a través de las prácticas culturales, por las cuales un individuo o una comunidad responden a sus propias necesidades o deseos simbólicos. Así el término cultura apunta hacia “actividades del ser humano que, sin embargo, no se restringen a las tradicionales (literatura, pintura, cine, es decir las que se presentan bajo una forma estética), sino se extienden a una red de significaciones o lenguajes incluyendo tanto a las consideradas culturas populares, como la publicidad, la moda, el comportamiento, la fiesta, el consumo, la convivencia, etc.” (Coelho:2000:120s).
Ahora bien, nos parece importante señalar que, por cuestiones contextuales, tomaremos como referente la definición que
La mayor parte de los trabajos sobre gestión cultural, también se basan en esta concepción de cultura que promueve
Debido a la fuerte influencia que
¿Qué supone la gestión cultural? La gestión cultural surge a raíz de cambios profundos que evidenciaron la necesidad de un actor que pudiera asumir de manera sistemática la reflexión sobre lo que sucede en nuestras sociedades, sus modelos de desarrollo y las acciones necesarias para dinamizar y administrar l as prácticas culturales (Martinell, 2002: 220)
Al margen de este contexto, es que buscamos interpretar el fenómeno de la gestión cultural, haciendo énfasis en una posible institucionalización de dicha práctica.
Si trabajáramos con la teoría funcionalista, podríamos ubicar el surgimiento de la gestión cultural, como respuesta a una necesidad generada desde las estructuras, dejando sin cabida a las prácticas de los individuos en ese proceso de surgimiento.
Por otro lado la teoría de sistemas nos brinda una visión contextual más amplia y la gestión cultural resultaría del conflicto entre el sistema cultural como significante y lo que sería la organización social de la cultura.
Sin embargo, estas dos corrientes no permiten abordar el fenómeno de la institucionalización de la gestión cultural desde una perspectiva dialéctica, donde tanto los actores como las estructuras, son parte del mismo proceso.
Por ello nuestro estudio debe restar pasividad a los actores y omnipotencia a las estructuras, abordando la institucionalización por medio de una combinación de teorías que consideremos constituyen una herramienta para el abordaje de lo que queremos observar. En un primer acercamiento la teoría de Berger y Luckman nos dan la pauta para el análisis de este fenómeno.
Nuestra mirada se posa, sobre un fenómeno en específico que atañe al mundo de la gestión cultural: su profesionalización. Hablar de profesionalización en el mundo de la gestión cultural, es hablar de procesos de definición y consolidación de una práctica
Entendemos la profesionalización, como el proceso en el cual se institucionaliza la práctica de la gestión cultural. Es importante aclarar que al referirnos a la gestión cultural como profesión, estamos haciendo referencia a procesos universitarios relacionados con la obtención de un título que legitima una ocupación especializada.
Hace ya dos décadas, que las instituciones gubernamentales y universitarias, comenzaron una ola de ofertas de capacitación para los gestores culturales; a medida que la oferta universitaria fue constituyéndose en opciones de licenciatura y maestría, la práctica de la gestión fue legitimándose frente a los demás actores del campo cultural.
¿Por qué la experiencia universitaria se ha convertido en el agente legitimador de esta práctica?, porque son los gestores que se desenvuelven en el ámbito universitario, a diferencia de los que se desenvolvían en otros ámbitos (privado, gubernamental, independiente, etc…), quienes comenzaron con un proceso reflexivo sobre el quehacer de la gestión cultural.
Ha quedado claro que los gestores culturales han ido formándose en activo, a partir de la prueba y el error, trabajando desde sus ámbitos de acción, en proyectos culturales que han requerido una serie de conocimientos, que hoy en día comienzan a sistematizarse.
Pero, ¿cómo se ha llegado a tomar conciencia de la necesidad de reflexión y sistematización?; podemos afirmar, sin temor a errar, que el proceso reflexivo, como en la mayoría de los casos, ha iniciado en el ámbito universitario. Aquellos gestores que han consagrado su vida profesional a la lucha por el reconocimiento de la gestión cultural como profesión y a homologar conceptos y “modos de hacer”, han actuado desde la trinchera de
Es cierto que el CONACULTA, ha realizado numerosos cursos en coordinación con universidades, tanto públicas como privadas a lo largo de este sexenio; sin embargo, es importante aclarar, que la labor de
Si bien, la gestión cultural ya comenzaba a aparecer en el contexto nacional en la década de los ochenta, no es sino hasta 1992, que en Guadalajara se crea
Los primeros cursos de capacitación para promotores culturales comienzan a darse en 1995, con el diplomado de animación sociocultural para jóvenes que
Este primer diplomado es de gran importancia, ya que los gestores culturales con más trayectoria en la actualidad, reconocen este espacio como el detonante de una serie de opciones de capacitación que serán clave en el reconocimiento y la legitimación de la labor de muchos trabajadores culturales (así eran llamados hasta ese entonces).
Es a partir de 1999, que se consolida un acuerdo entre los nueve estados de la zona centro occidente del país, liderado por
Es interesante analizar, que si bien, los cursos ofertados a partir de 1995, se han realizado por medio de acuerdos interinstitucionales, y han servido para homogeneizar prácticas y conceptos, los gestores culturales, formados en activo, no han podido homologar el discurso.
Las diferencias en la concepción de la cultura, el patrimonio y la práctica de la gestión cultural, aún son muy marcadas entre los diferentes ámbitos de acción: la iniciativa privada, el ámbito gubernamental y el espacio universitario.
Es importante reconocer el papel que el primer diplomado para gestores culturales juega en el mundo de la gestión en Guadalajara, pues algunos de los gestores más reconocidos, después de una larga y azarosa formación en activo, legitiman su práctica ante ellos mismos y ante los diversos actores del campo cultural, a partir de esta experiencia.
Los gestores culturales, a partir de la repetición constante de acciones para resolver situaciones específicas, fueron viviendo un proceso de habituación de la práctica de la gestión cultural. La restricción de opciones que surge de la prueba y el error iniciales, fueron delimitando la forma como los gestores hacen las cosas, provocando una aprehensión del conocimiento ipso facto.
Esta forma de hacer las cosas para los gestores, no habría tenido ninguna significación en la conformación de una nueva profesión, si los actores no hubiesen comenzado un proceso reflexivo, que desembocó en las ofertas de capacitación que han ido tomando forma en los últimos diez años. De esta manera, es a través de estos primeros cursos, talleres, seminarios y diplomados, que las tipificaciones de acciones habitualizadas, se van volviendo accesibles, se comparten a todos los integrantes de este grupo social y van tipificándose tanto los actores individuales, como las acciones individuales. (BERGER: 2003: 74)
De esta forma, no sólo son los gestores culturales quienes deben definir su práctica, sino que, todos los actores del campo cultural, comienzan con este proceso de institucionalización, un periodo de redefinición de la práctica. Ahora los artistas, periodistas, académicos, administradores, públicos y patrocinadores, deberán reconfigurar sus prácticas y delimitar las fronteras, a la vez que deberán definir su nueva posición, pues son estos diversos ámbitos, los que arrojan los primeros gestores en activo y si en un principio, no era necesario un proceso reflexivo acerca de las funciones y el título de su actividad, con el proceso de institucionalización, se vuelve necesario el asumirse como parte de la trinchera desde donde se operará.
Así comienza a definirse qué tipo de acciones se realizarán por cada tipo de actor. Pues no sólo se tipificará la práctica de la gestión, sino que los demás actores que habían ido conformando y realizando con anterioridad las tareas propias de la gestión, sufren ahora un proceso de resignificación de su práctica; ahora los administradores, actores, etc… deberán delimitar de nuevo su campo de acción, para no transgredir las fronteras de la figura del gestor cultural.
Estas acciones que han sido habitualizadas por todos aquellos que las han ejecutado en la práctica, no tendrían ningún sentido y no adquirirían el carácter de tipificaciones, si no fuese observadas a través de un proceso reflexivo, que en el caso de la gestión cultural en
Es a partir de estos procesos reflexivos, que los cursos de capacitación han ido tomando seriedad y se han diseñado de forma más meticulosa, programas de formación que conceptualizan la división del trabajo y serán la pauta de nuevas habituaciones.
Por medio de estos programas formativos, los gestores vuelven objetivo el mundo de la gestión cultural, y va perdiendo su carácter caprichoso, se torna serio, se reafirma para todos aquellos que han tenido formación en activo, y de esta forma, podrá ser transmitido a las nuevas generaciones, y éstas, a partir del ejercicio de la práctica de la gestión, reafirmarán esa objetivación.
Así, podemos decir, que estos programas académicos, que forman nuevos gestores, son el mecanismo a partir del cual se va objetivando y legitimando el mundo de la gestión cultural.
“A nivel pre-teórico, (…) toda institución posee un cuerpo de conocimiento de receta transmitida, o sea, un conocimiento que provee las reglas de comportamiento institucionalmente apropiado(…)” (BERGER: 2003: 87)
Las ofertas de capacitación, son importantes para el análisis de la institucionalización, en tanto son el espejo de los diversos acuerdos a los que los diferentes ámbitos han llegado en el camino de definir la práctica de la gestión cultural.
Es evidente, que la delimitación de las fronteras entre la práctica de los diversos actores del campo cultural aún no está bien definida. Pero, también es indudable, que se ha avanzado una gran parte del camino y que el surgimiento de opciones universitarias de capacitación, como las licenciaturas y los postrados, han contribuido a la determinación del “modo de hacerse”. Las experiencias vividas por los diversos gestores se comparten y, a la vez, se establecen consensos que permiten a los nuevos gestores, e incluso, a los gestores consagrados, tomar un mismo camino para la resolución de problemas comunes.
El mecanismo que ha permitido a todos estos actores, vivir de objetivaciones reiteradas de las experiencias compartidas (BERGER: 2003:89), es la realización de congresos, encuentros y seminarios, donde los gestores, ya no sólo habitualizan una práctica, sino que inician una serie de sedimentaciones colectivas que se han depositado en el lenguaje común de los gestores. Así, a través de mesas de discusión, debates, conferencias, publicaciones, etc.; es que se van reconociendo socialmente soluciones permanentes a problemas permanentes en el mundo de la gestión cultural.
Es a partir de estos espacios, que las experiencias compartidas se objetivan y se van volviendo accesibles a todos los que pertenecen a este mundo social, a través de un lenguaje compartido y se van convirtiendo en la base e instrumento del acopio del conocimiento ya existente. Será este lenguaje compartido, el medio más importante para transmitir las sedimentaciones objetivadas y objetivizadas en la tradición del quehacer de la gestión cultural. La investigación y documentación de la experiencia compartida es el vehículo clave en la transmisión de las sedimentaciones objetivizadas (BERGER:2003:89) .
Si la academia tipifica las acciones, al sentar las reglas del juego, establece ipso facto, un mecanismo de control sobre los actores en formación y refuerza su control a través de las bases de datos. Administra el derecho a la información. La reivindicación se convierte en un proceso paralelo al establecimiento de mecanismos de control.
BIBLIOGRAFÍA
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BERGER, Peter y Thomas Luckman (2004) La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires.
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[1] “Cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a los grupos humanos y que comprende, más allá de las artes y las letras, modos de vida, derechos humanos, sistemas de valores, tradiciones y creencias” UNESCO.