lunes, 25 de abril de 2011

CUENTO La Basílica Inconclusa

 La Basílica Inconclusa
Por Oracio Barradas Meza.
@oraziobarmez

Hablar de iglesias es hablar de historia, religión y leyendas. Esta iglesia de la que voy a platicar está llena de de todo eso;  pero además tiene una magia que la hace muy especial.
Santa Cecilia es la virgen que ahí se venera, pero no como en otros templos, sino de manera muy particular pues al sonar la campana de la torre única del edificio, la gente acude al llamado para entrar a un recinto que desde la calle no se ve, es más, si la gente no sabe, pueden pasar miles de veces por esa calle sin enterarse siquiera que ahí hay una iglesia.
Inicialmente se pensó en construir una gran basílica en honor a la Santa. Los vestigios de ese propósito son las enormes paredes que aún se observan por la parte trasera del edificio y los enormes cimientos que se han descubierto en las innumerables investigaciones que se le han hecho. Este recinto es muy antiguo, más de lo que podríamos imaginar, pero hasta la fecha no queda terminado; más pareciera que fue bombardeado en alguna guerra, o que un terremoto dejó allí su huella y nadie se ha preocupado por restaurarlo.

La verdad es que se ha reparado muchas veces sin éxito, se ha construido mucho, infructuosamente, con más remodelaciones que ningún otro lugar. ¿El motivo? Siempre se cae todo lo construido sin explicación alguna… ¿Maldiciones…mandatos divinos?... ¿Malos manejos?...Nadie lo sabe…
Todo empezó mucho antes de la llegada de los españoles, quizá cuando los pobladores se asentaron en el valle verde que hoy ocupa la ciudad de Huatusco, buscando un lugar idóneo para adorar a sus deidades y celebrar el culto religioso que exigía la sociedad de entonces.
Escogieron este lugar quizá por ser el centro del valle desde donde se domina toda la extensión del paisaje veracruzano en que, recorriendo la vista de poniente a norte se ve en lo azulinos bosques de la sierra y los matices del verde que van del mas oscuro hasta el más intenso y claro de la campiña. Hacia el oriente, si el tiempo lo permite se ve el horizonte que ocupa la costa del golfo de México y el hermoso puerto de Veracruz, todo vigilado celosamente por el colosal Citlaltépetl (cerro de la estrella), cumbre  volcánica más alta de nuestros país. Si bien el paisaje es muy hermoso, más lo debió ser entonces, cuando la selva tropical cubría el valle en su totalidad.
Una de las peregrinaciones Tlaxcaltecas que dieron a las costas del Golfo, después de la fundación de México, llegó a estas comarcas hace muchísimos años. El gran Teopixque que la precedía, considerado como una divinidad encarnada, fue seducido por la belleza de este lugar, y determinó fundar aquí la cabecera de la colonia migrante. Desde luego, señaló el sitio en el que nos encontramos para edificar el gran Teocalli en honor al misterioso Quetzalcóatl; pasó el tiempo y quedó establecido el pueblo y el gran templo. Llegó la hora final del Teopixque, y antes de exhalar el último suspiro, predijo a los principales que rodeaban su lecho de muerte; que desde el día que fuera profanado el Teocalli hasta la consumación de los tiempos, no volvería a levantarse un templo perdurable sobre la base que sustentaba aquél…
Tiempo después, cuando Moctezuma conquista estas tierras exhorta al pueblo para que el gran templo fuera respetado, e incluso hermoseado, durante los largos años de su dominación.
Con los españoles llegaron los cambios, trajeron nuevas necesidades, riquezas culturales y religiosas que dieron margen a modificar el estilo de vida de los moradores del lugar. El gran Teocalli fue destruido y hasta sus ruinas llegaba Xochiltlcuauhtla, una indígena de gran belleza, a orar y entonar dulces cantos que tanto semejaban el reclamo de la alondra enamorada como el saludo del zentzontli a los primeros albores al amanecer.

Un día se les apareció la sombra de Santa Cecilia, manifestándoles que deseaba se le erigiese un templo en ese lugar, el cual protegería y defendería de los maleficios del demonio para evitar que se realizase la predicción del gran Teopixque. Como prenda de alianza entre ella y sus futuros devotos, le entregó el Teponaxtli (instrumento musical antiguo) vaticinándole que sus notas se escucharían hasta el volcán y sus alrededores; sin embargo, hubo muchos problemas para llevar acabo la construcción y, una vez terminada, tuvieron que lamentar diversos desastres que siempre la dejaron en ruinas.
A pesar de todo, está la torre de Santa Cecilia y de ahí está, también, el Gran Teopixque como diciéndose frente a frente, - A ver quien gana -.

Muchos años pasaron y nadie se atrevió a reedificar el templo hasta finales del siglo XIX, en que vieron la plazuela frente al templo como lugar idóneo para el comercio y allí empezó la construcción de un mercado. Después de eso, y desafiando la profecía, volvieron a levantar cimientos y muros para el templo sin que llegará  su término; después de treinta años de construcción, muchos miles de pesos gastados y la paciencia y esperanza del pueblo casi perdidas…
¿Y el Teponaxtli que la Santa diera a Xochicuauhtla? Sonó hermoso y sus notas se escuchaban hasta el volcán. Su cilindro hueco de oscura madera, cerrado perfectamente por ambas bases y construido de una sola pieza, sus ranuras parecidas a una lengüeta paralelas en su centro longitudinal que al ser tocadas por un trocito de ocote o de sauco producen vibrantes sonidos, semejantes a los de los timbales pero en dulzura no le pide nada a un arpa eólica.

También tuvo sus accidentes, que lo deterioraron, sobre todo después de que lo usaron para honrar al Emperador Maximiliano en su visita por estas comarcas, lo tocaron con tanto fervor que al mes siguiente se cayó de manera inexplicable desde arriba de la torre inconclusa y se rajó irreparablemente. Pero aún suena, no como antes, pero sí muy hermoso.

Alrededor de 1880 Don Carlos Arturo Hernández y Doña Sofía González de rebolledo hicieron un pacto:
Si él como jefe político, construía la torre iglesia, ella donaría un reloj público para ponerlo en la cúspide de esta torre. Para construirla, se buscó un estilo europeo que combinara con la arquitectura de la ciudad y que destacara desde cualquier punto del valle.
Para construirla, se encargaron a todas las rancherías huevos de gallinas en grandes cantidades, con el fin de usar la clara en una mezcla y pegar las lajas volcánicas con ella. El encargado de la obra fue el ingeniero de ascendencia italiana Felipe Spota y se diseñó como una torre de la ciudad de Venecia, Italia. Su medida de piso a punta es de treinta metros y se terminó de construir en 1898. El reloj fue traído de Suiza y empezó a funcionar el primer minuto del primero de enero del 1900. Lo cual quiere decir que actualmente cuenta con un siglo de su funcionamiento.

La capilla quedó entonces sin techo y con una torre lateral, la cual, en tiempo de la Revolución Mexicana, fue usada de cuartel para tirotearse con los contrarios hacia el cerrito de la Guadalupe. Para sacar a los rebeldes de la torre, los del otro bando quemaron chiles en la puerta de entrada para que el humo subiera por el hueco de la escalera de caracol y forzarlos a asomarse para respirar y así los acribillaron. La sangre de ellos machó las paredes interiores y quedó fresca, pues así aparece hasta nuestros días.
La torre se santa Cecilia tampoco se salvó de la profecía del Gran Teopixque porque, si bien se terminó, quedó ladeada catorce centímetros hacia el norte.
Su mantenimiento también ha costado trabajo y así que cuando Don Manuel rosero Vargas, alcalde de la ciudad en la década de los cuarenta, solicitó a Don Evaristo García ( pintor de brocha muy afamado pos su gran experiencia y curia para las diafanías, cenefas decorativas que en ese entonces adornaban las casonas de la ciudad), que cuanto le cobraba por pintar la torre, y el pintor le dijo una cantidad muy alta en pesos; el alcalde pegó el grito en el cielo y ante tal reacción el pintor dijo: “No se enoje Usted, si quiere la pinto gratis con una condición”.
El presidente gustoso inquirió: Lo que usted guste, ¿dígame cuál? El pintor pícaramente repuso: “no más acuéstemela”.
Las paredes ruinosas y la humedad prodigiosa del clima han propiciado el nacimiento de diversas plantas en lo más alto de los muros y también en la torre que a veces han creído que o parecieran los jardines colgantes de Santa Cecilia.

El techo, después de tantos intentos, se construyó hasta la mitad del recinto, esto se logró en la década de los setentas y principios de los ochenta, cuando el padre Luis Palomo Saavedra se preocupó por rescatar el lugar y con estructuras de hierro y láminas de zinc se hizo la techumbre, la cual perdura hasta nuestros días. La mitad no se ha puesto por falta de fondos y porque oscurece mucho el recinto y también por miedo a que todo lo avanzado se caiga.
Así es que el gran Teocalli tuvo su época de oro, cuando los primeros moradores y los aztecas lo tenían como santuario a Quezalcóatl. Desde que fue destruido y dedicado a Santa Cecilia  no ha podido ver su suerte, pues, aunque la santa lo ha vigilado celosamente todo el tiempo e compañía de su Teponaxtli, el recinto ha servido de basurero, chiquero, gallinero, canchas deportivas, cuartel y guarida de chiquillos traviesos que, huyendo de los cinturones castigadores del papá, se escondían ahí hasta que la noche y los fantasmas creados en su mente los sacaba a la carrera.

Dicen que la primera imagen de la santa fue guardada por el sacristán de la iglesia, el hombre se hizo viejo y le encargó la imagen a su hijo mayor, con la consigna de que debía permanecer siempre con el primogénito de cada generación, hasta que concluyeran la iglesia.
El tiempo la deterioró y su guardián, indígena puro, se dio a la tarea de repintarla, utilizando colores tan fuertes que la imagen quedó con tonalidades exageradamente llamativas.
Sin embargo, los cultos que ha recibido santa Cecilia a través de los años han sido especiales y muy impresionantes. En los primeros años se tocaba el Teponaxtli. Los indígenas de los diferentes lugares llegaban danzando hasta la plaza, entusiasmados por tocar, aunque fuera por un par de minutos, el divino instrumento. Afuera de la plaza había vendimias de productos multicolores que daban un toque de fiesta a  las calles. Y allá, en el campo, las apuestas y la algarabía de las carreras de caballos.

 El tiempo y las costumbres cambian y el culto a Santa Cecilia no fue la excepción, cada noviembre se hacen los preparativos de la fiesta. La gente de la ciudad, sobre todo los vecinos de la iglesia, se reúnen y preparan las actividades a seguir en el programa, organizar el hospedaje de los diferentes grupos danzantes y concheros que viene desde lugares lejanos del país.
Si al principio te decía que la iglesia ya no se ve desde la calle, es debido a que la plaza y el atrio de ésta fueron ocupados por los vendedores del mercado, que a la mala instalaron sus puestos sus puestos, negándose rotundamente a desalojar o quitarlos. Esto bloqueó el culto a la Santa y se tuvo que modificar la estancia de los danzantes, que ahora bailan dentro del templo toda la noche y todo el día del 22 de Noviembre.
Los músicos de la región se instalan también dentro del mismo a interpretar su música de manera fervorosa, que armonizan con diferentes ritmos, alegrando la festividad.
La gente concurre a rezar y a disfrutar de la música y antojitos que sólo esa noche se unen con el ritual de la velación que incluye ofrendas de flores y cantos.

El terreno donde se ubica la iglesia era originalmente un cerro, el gran Teocalli quedó instalado ahí; cuando se destruyó el templo se descubrió una red de túneles construidos desde la época de los primeros moradores, que sirvieron de enlace entre diferentes centros ceremoniales, después fueron  los españoles para el comercio del tabaco y para sacarlo de contrabando y no pagar impuesto. El terreno perteneció después a una familia de apellido Sósol, que después lo donó para la construcción de la Basílica. Con el tiempo, y su mala suerte, las autoridades municipales fueron vendiendo los espacios circunvecinos de la misma y empezaron la construcción de casas habitación, tiendas, edificios, que terminaron por tapar el templo a tal grado de hacer uso de sus paredes y cimientos.
Sin espacio, en ruinas rodeadas de comercios, escondida de la vista de las personas y con la maldición del Teopixque encima aún, queda la esperanza de que culmine su construcción y al fin santa Cecilia sea venerada en una casa digna de ella.

Toda esta historia, aunada con el mercaducho instalado en su atrio y el mercado establecido en el terreno de enfrente llenaron de cuanta inmundicia existe en la iglesia, dándole un muy mal aspecto que vino a esconder la magia, el esplendor, la belleza y la historia del lugar y esto no lo predijo el gran Teopixque ni lo quiso la Santa, lo hicieron los humanos que no respetamos nuestros orígenes y lugares sagrados.
Así fue, y así es la historia de la Basílica inconclusa de Santa Cecilia en Huatusco, Ver. Señorío del Gran Conejo.


Ganador de Ensayo en el concurso Escritores Juveniles del II Encuentro Estatal de Conocimientos Arte y Cultura del Colegio de Bachilleres del Estado de Veracruz.




oraciobarmez@hotmail.com


Foto tomada de Internet


2 comentarios:

José Gabriel dijo...

Recuerdo que, despues de la remodelación del mercado, allá por los 70s, los vendedores solo se colocaban en el atrio los domingos. Pero poco a poco se fueron estableciendo de manera fija en dicho espacio (ante la complacencia de las autoridades municipales), comerciantes que en su mayoría ya tenían locales en el interior del edificio restaurado. Las abuelitas contaban que ahí hubo un manantial y que Santa Cecilia pidio que su templo se construyera con el frente hacia el volcan. Pero como no se hizo así, se desaparecio y pocos años después se aparecio en algún lugar de España. Por lo que respecta al texto, me parece excelente. Felicito al autor.

Orazio Barmez dijo...

Sin duda no sólo es un edificio, la arquitectura de esta tiene historia y leyenda, de ahí su importancia para muchos. Gracias por el comentario.