sábado, 28 de noviembre de 2009

ARTÍCULO sobre el comunismo


Buenos comunistas

Por Armando Chaguaceda

Estudiante de doctorado en la UV


En estos días del vigésimo aniversario de la caída del Muro levanta tantos lamentos, silencios y conmemoraciones, vale la pena re-visitar otras tramas, íntimas, de la utopía comunista.

Hacerlo desde la existencia de personas que han entregado su vida al proyecto de una sociedad decente. Sí, decente, porque este término, aparentemente “desideologizado y burgués,” cuando se traduce en actos cotidianos, privados y públicos, representa un valladar contra las censuras, cansancios y fanatismos que han envuelto la épica anticapitalista en estos 92 años de socialismo de estado, y en particular, en su medio siglo de capítulo cubano.

Hace unos años caminaba por el boulevard de Obispo en la Habana Vieja y sentí una palmada sobre mi hombro. Al voltearme encontré a un viejo amigo que, acompañado por su esposa, me abrazó mientras le decía “mira amor, este es uncomunista bueno.”

En este caso el elogio personal y la ofensa ideológica eran comprensibles: el chico había sido sancionado tres años antes, mediante pretextos de “fraude” que ocultaban los dogmatismos, prejuicios antirreligiosos y la inhumanidad de algunos profesores.

El caso: había hecho un ensayo evaluativo asumiendo todo el trabajo y poniendo, por solidaridad, el nombre de un colega de bajo rendimiento docente. Descubierto el asunto, se había propuesto expulsarlo de la universidad, pero la férrea oposición de compañeros y dirigentes estudiantiles (que armamos carteles, cartas de protesta y una comisión de diálogo) logró conmutar la pena por la reprobación de la asignatura y el alargamiento, por un año, de su egreso.

Pero la decepción sufrida (sufría además el fuego de la jerarquía de su templo evangélico que lo acusaba de comunista) sumada a la difícil situación familiar (dos ancianos y una madre casi demente en absoluta pobreza) lo hicieron rendirse y abandonar los estudios para ponerse a buscar dinero, con la idea de que “toda la política es una mierda.”

Traigo la anécdota-que siempre me estremece- porque esta semana he compartido con varios “comunistas buenos.”

He hablado en sueños con mi abuelo materno, comunista sin carné, fidelista sincero y no incondicional, amigo de abakuás, crítico de locuras como el fin del Mercado Campesino y miembro del Colegio Electoral del barrio, cuya muerte en 1993 me privó de insustituibles consejos.

Conocí una excelente profesora cubana, cuya historia de rebeldía ante la mediocridad y el oportunismo -que nos privaron de su presencia- es leyenda en la Universidad de la Habana.

He compartido con un compatriota de medio siglo de prolífica y accidentada trayectoria dentro del estado y la academia cubanas, que ejerce su fundamentada autonomía intelectual -no a pesar de su militancia sino precisamente por ello- y comparte mi terca esperanza en que construiremos una democracia deliberativa y una sociedad transparente donde los derechos de la gente no sean administrados discrecionalmente por la burocracia o el mercado salvaje.

Acompaño, en la distancia, el empeño de varios hermanos que, dentro de la isla, debaten, marchan y sueñan con “cambiar todo lo que debe ser cambiado,” a pesar de zancadillas y bloqueos internos.

A ellos quiero, con mis palabras, rendir homenaje, pues no saben cuánto les debo. Me han hecho un ser más pleno y feliz, dándome fuerzas para desterrar temores y egoísmos, para seguir creyendo en empeños colectivos.

Creo que la suma de sus actos, muchas veces callados y pequeños, han sostenido las zonas de decencia existente en nuestra vida pública, cada vez mas urgida de aquella “aspirina del tamaño del Sol” que nos prometía Roque Dalton, el inmortal bardo salvadoreño.


Foto: Edgar Onofre

sábado, 21 de noviembre de 2009

PRESENTACIÓN de Libro


La historia vivida en las representaciones espaciales:la conformación del espacio tzeltal-tzotzil, Ensayo de aproximación geoetnográfica
De Joaquín Roberto González Martínez




Instituto Veracruzano de Cultura, Colección Atarazanas,
Veracruz, Ver. 2008.
ISBN 970-687-071-7


Por el Mtro. Sergio Vásquez Zárate

El Doctor Joaquín González Martínez es un prestigiado investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana, miembro del SNI y autor de varias obras sobre historia social, antropología y geografía histórica. Su formación profesional resulta atípica, pues son pocos los casos en que se conjuga una preparación y formación académica como historiador y como geógrafo, generando así un provechoso campo transdisciplinario, que tuvo como uno de sus primeros frutos, la disertación doctoral que nuestro amigo y autor de la obra que hoy se presenta, sustentó con éxito en la Universidad de Varsovia, en 1992.

El libro que hoy es motivo de estos comentarios es una edición corregida, enriquecida y aumentada de otras versiones mas cortas. En La Historia Vivida en las representaciones espaciales: la conformación del espacio tzeltal-tzotzil, el autor trata de subrayar la importancia de manifestaciones culturales de “larga duración”, cuya trascendencia aún es vital en el orden social de los pueblos indios de tradición mesoamericana.

La lectura de esta obra brinda una nueva oportunidad de replantear algunas ideas relacionadas con el estudio del paisaje, concepto que representa una categoría cultural que concilia el tiempo y el espacio social. Esta noción -aplicada al estudio de poblaciones autóctonas de América y plasmada en el libro que hoy se presenta-, seguramente tendrá eco y un provechoso debate en los programas académicos de Antropología, Historia, Geografía y Arquitectura, entre otros campos del conocimiento.

Cuando uno es convidado a participar en una presentación editorial, es común hacer sólo una reseña donde al final, se reitere la invitación para adquirir o para leer el libro presentado. Pero en otros casos conviene comentar las partes substanciales de una obra, sea por su aportación científica o literaria, o en su caso, para señalar los pasajes más polémicos que el escritor tuvo a bien consignar en su creación.

La historia vivida en las representaciones espaciales no escapa a ambas posibilidades de lectura; puede retomarse como un libro sugerente e inspirador, pues propone caminos poco surcados para entender realidades sociales que se remontan incluso, hasta los tiempos prehispánicos. Pero también incluye marcos de análisis e interpretaciones que pueden ser debatibles entre los especialistas, pues es bien sabido que los ámbitos hermenéuticos nunca son unívocos, ni terminales.

En todo caso, la obra que hoy se presenta mantiene un tono provocador, pues considero que tiene el mérito de despertar reacciones u opiniones en el lector, sobre las interpretaciones del autor, o sobre las maneras en que se aplica un modelo de oposiciones para revelar el principio dual del pensamiento indígena.

No se piense con ello que la obra carece de sustento teórico y empírico. Si algo caracteriza al doctor González es su honestidad académica y su seriedad científica en los procesos de investigación. En varias ocasiones, el mismo autor advierte en el libro sobre el límite de sus posibilidades para asentar una u otra idea, cuando el alcance de sus datos parece insuficiente para sugerir una interpretación o brindar una conclusión.

Empecemos por comentar el título: “La Historia vivida”, pues tan solo el concepto de “historia” puede tener varios significados. Como es sabido prevalecen dos, aquel que se refiere a los hechos del pasado, es decir a los hechos en sí mismos, y la Historia como una concepción, estudio o interpretación de los hechos. En todo caso, Joaquín González centra su atención en aquella historia que no cambia, que trasciende, que permanece. Es decir, enaquellas manifestaciones de carácter tradicional que implican una significación social y que le dan contenido a la identidad de los pueblos.

No está por demás insistir que la cultura no debe entenderse como un repertorio homogéneo, estático e inmodificable de significados. Por el contrario, puede tener unas áreas de persistencia y estabilidad, las cuales le confieren mayor solidez, vigor y vitalidad y, a la vez, también presenta “zonas de movilidad y cambio” que torna y transforma a las manifestaciones culturales y las hace cambiantes y poco estables. Lo importante aquí, es tener en cuenta que no todos los repertorios de significados pueden considerarse identitarios, condición que ocurre cuando dichos significados son compartidos y relativamente duraderos.

Por eso precisamente, el autor tuvo a bien seleccionar tres ensayos (convertidos en capítulos) y los enmarca en una “historia vivida”, aquella -dice Joaquín- “cuyos hechos, reales, míticos y legendarios, se codifican en una serie de objetos que transmiten un mensaje, dando un sentido culturalmente definido al pueblo de referencia” (p.10). En otras palabras, se refiere a la presencia de formas “interiorizadas” de cultura (como las definió Pierre Bordieu) que a su vez se objetivizan o materializan en distintos ámbitos de la vidasocial, cotidiana o ritual.

En este sentido, el libro trata de una Historia que se vive en la organización del espacio y en el diseño del paisaje. Esta conformación, como muchos autores han señalado, es una construcción social, que rebasa el simple escenario natural y se “culturaliza”, dotándolo de valores, significados y pautas. Dicha codificación cultural e histórica del espacio representa una extraordinaria oportunidad para entender la conducta humana y su devenir. Siguiendo esta línea, la investigación reconoce el legado teórico de historiadores, antropólogos y geógrafos como Fernand Braudel, Vidal de laBlache, Carl Sauer o Villa Rojas, y recurre también a las propuestas de investigadores contemporáneos como Alfred Simmens, Henri Favre, Alfredo López Austin o Andrzej Dembics, entre otros.

Las fuentes principales de este trabajo se pueden dividir en tres grupos:

a) Los códices, y particularmente el Códice Borgia, que constituye la base principal del eje de análisis

b) Los dibujos o representaciones gráficas elaboradas por informantes indígenas de los Altos de Chiapas en la primera mitad del S. XX

c) La percepción del espacio en el imaginario tzotzil y tzeltal, documentado en el trabajo de campo por el propio autor

El punto de partida fue entender qué es y cómo funcionaba el Altepetl, concepto náhuatl que evoca una unidad territorial que con frecuencia se ha interpretado como “población”, “pueblo” e incluso, como “comarca”. En este tema, González se apoya en los estudios de Lockhart y García Martínez, para definir las características de los Altepeme (pl.), entre las cuales destacan: la subdivisión generalmente cuatripartita, la conformación de linajes, la existencia de deidades tutelares o particulares y una organización interdependiente, donde suelen distribuirse derechos u obligaciones mediante sistemas igualitarios o rotativos. Es claro que la extensión y concentración de los altepeme pueden variar, muchas veces en razón de sus posibilidades de acceso a los recursos y productos.

A pesar de su aparente diversidad, prevalece el dominio de una cabecera, aún sobre las secciones más dispersas del altepetl. En ella se realizan funciones de control, de intercambio o de gestión colectiva, como el establecimiento de un mercado o la realización de actividades ceremoniales o rituales. Por otra parte, resulta significativo que la distribución y organización de las partes estuvieran determinadas por un orden social, espacial y temporal, como se trata de demostrar a lo largo del libro. Incluso la rotación de los poderes era constante entre las cuatros secciones del altepetl, como se demuestra los casos de Tlaxcala, Chalco o Tenochtitlan. Un diagrama de esta rotación evoca gráficamente el símbolo nahuatl del ollin, el movimiento continuo, pues esta transmisión se caracteriza por la ausencia de un poder absoluto y definitivo.
Una vez consumada la conquista de los pueblos mesoamericanos, este modelo de ordenamiento territorial y político fue aprovechado por la administración colonial española, imponiendo sobre los altepeme otra forma semejante de unidad espacial que respondiera a los requerimientos europeos “de la encomienda, la evangelización y el control político y económico de la población indígena” (García Martínez, cit. en p. 23) Joaquín González sostiene la hipótesis de que el conquistador adaptó la sobreposición de un cuadrado (el damero europeo) sobre otro cuadrado (el altepetl). Esta adaptación impuesta a la población nativa ayudó a la asimilación de los elementos culturales europeos y pudo reproducir derechos y obligaciones en los grupos integrantes de la unidad territorial. Sobre cada pueblo o cabecera se erigió una parroquia y en cada sección se construyó una capilla. Así se reprodujo de alguna manera la lógica simbólica del altepetl, como base territorial, política y social. Pero cabe preguntar: ¿se conservaron sus principios ideológicos básicos?. Debe recordarse que el sistema de partición cuatripartita o la organización derivada en parejas o en mitades evoca el concepto filosófico de la dualidad, principio ordenador del mundo y de los cualidades y las acciones en la cosmovisión mesoamericana.

La dualidad es, en efecto, el origen o fundamento de una serie de relaciones recíprocas e inversas en continua pugna. En este movimiento (el ollin), radicaba todo principio creador, no solo del hombre y todas las cosas, sino también de las mismas deidades. Ometeotl, el dios dual, a la vez hombre y mujer (Ometecuhtli-omecihuatl), generó cuatro deidades que gobernaban los cuatro lados o costados del mundo. En esta percepción espacial había un centro, un axis mundi, que en sí mismo constituía el eje de una dirección vertical, hacia los 13 niveles superiores o celestes, y hacia los 9 niveles inferiores, el inframundo.

Muchos son los testimonios pictográficos (vg. los códices), que representan esta concepción del mundo. También existen representaciones derivadas del trabajo etnográfico, como las que documentó Villa Rojas entre los grupos mayances de Yucatán y los Altos de Chiapas. Por otra parte esta cosmogonía se apoyaba en minuciosas observaciones astronómicas, que reconoció constantes y ciclos astrales en el horizonte, sobre el cenit, y sobre los puntos solsticiales y equinocciales en el año. De esta manera, la concepción vertical del universo permite una conjugación integrada del tiempo y del espacio, de manera que evocan el orden regulador de todas las manifestaciones de vida humana, animal y vegetal.

Los rumbos de universo, además, se asocian a conceptos o cualidades. Siguiendo el texto: el oriente al paraíso y la fertilidad, el oeste a la actividad doméstica, el norte a la naturaleza y el sur a la muerte y el renacer del mundo y de la vida por medio del sacrificio. A partir de esta idea, el autor revisa las seis regiones del mundo (cuatro horizontales, un mundo “de arriba” y un mundo “de abajo”), tal cual y como están representadas en el Códice Borgia (láminas 18-21). Cada lámina representa dos mitades: una el espacio terrestre y la otra, frente a ella, su respectivo cielo superior. Entre ambas existe una relación recíproca u opuesta, de manera que la aplicación de un modelo estructuralista de ejes de reciprocidad u oposición resulta sugerente para facilitar la comprensión del sentido dual de estas representaciones. Este ejercicio permite descubrir significados complementarios e inversos, aunque no necesariamente antagónicos) que solo cobran coherencia ante la presencia de su contraparte: ¿cómo evocar la luz sin obscuridad? (y viceversa), o bien, ¿cómo concebir la vida sin una noción de la muerte?, ¿cómo definir lo que es “bueno”, sin que exista un concepto antagónico?, el de “lo malo”. Apoyado en una interpretación de Eduard Seler, se descubren en el códice representaciones de los rumbos del universo, divinos o terrenales, del norte o del sur, del este o del oeste, siempre en binomios inversos o recíprocos, con los respectivos valores asociados a los dioses o a los tiempos, pero igualmente contrapuestos: muerte-vida, frío-calor, oscuro-luminoso (solar), material-espiritual. En suma, este rico documento –el códice evoca el principio de la dualidad prehispánica y transpone la concepción del espacio y del tiempo, a partir de oposiciones o de correspondencias.

Pero la importancia de dicha interpretación iconográfica en el Códice Borgia, no solo se refiere a una concepción remota y lejana. Joaquín González trata de demostrar en su segundo ensayo, que la conformación del espacio (como se concebía en tiempos mesoamericanos), trasciende también a los sistemas de poblamiento y de organización social de las sociedades indias actuales, que son herederas de esa cosmovisión (el “núcleo duro”, según López Austin).

Para probar ese modelo, el autor analiza la conformación del espacio tzotzil y tzeltal. Al igual que otras sociedades indias cada comunidad constituye una unidad cultural en sí misma y, pese a que el territorio chiapaneco es un mosaico heterogéneo y pluriétnico, los grupos analizados a mediados del siglo XX, aún conservaban su identidad cultural, diferenciada de las comunidades vecinas.

En términos económicos, ambas etnias constituyen sociedades campesinas que practican la agricultura de autoconsumo, con actividades orientadas al intercambio y a la producción artesanal. Para sobrevivir, los alteños con frecuencia deben trabajar en las plantaciones cafetaleras de los ladinos, es decir, de los mestizos, quienes detentan el dominio político y económico regional. Sin embargo, a pesar de estas migraciones temporales, las comunidades indias conservan formas de gobierno propio, mediante el otorgamiento de cargos civiles y religiosos que, al igual que los excedentes agrícolas, procuran el beneficio colectivo más que la acumulación de bienes materiales, mediante el “capital simbólico” que el individuo gana con su aportación a la comunidad. Al igual que los linajes mencionados en los altepeme, la organización social se estructura en torno a sistemas de parentesco, que suelen ser endogámicos y reproducidos en el paraje al que pertenecen. Cabe mencionar que su estructura religiosa es, sin duda, el aspecto fundamental para entender el principio de la dualidad, como se plasma en los conceptos y fenómenos, en las deidades antagónicas, en la existencia de animales compañeros a cada individuo (animal-humano), y en suma, en la concepción del mundo (sea vertical o lineal, terrestre o celeste, interno o externo).

Como ocurría en los altepeme, los grupos tzeltales y tzotziles de los Altos de Chiapas recurren vehementemente a mantener el orden espacial (y social) de sus asentamientos. Aún los parajes diseminados, cuyo asentamiento parecería caótico en la lógica urbanística occidental, se aglutinan o se identifican política y socialmente en un centro ceremonial (teklum). En las comunidades compactas la población también se concentra en barrios, que también se estructuran en torno a un teklum. En las unidades territoriales básicas (como son los parajes o los barrios) se presenta nuevamente una forma social de integración, donde los grupos se identifican en torno a un geosímbolo, como un manantial, un cerro, e incluso a referentes mucho más explícitos, como los cementerios. Una vez más, se manifiesta el principio de la dualidad como sustrato filosófico del pensamiento religioso y de la cosmovisión, mediante alusiones objetivadas que distinguen los espacios sagrados y profanos, que sacralizan cerros (kalvarios) y cuerpos de agua (manantiales) y los convierten en una forma de patrimonio. En contraparte, también identifican las moradas de demonios o entidades que pueden causar todo tipo de calamidades. Uno de ellos se representa en la figura de un pequeño ladino que acumula inmensas riquezas y por consiguiente evoca la maldad y la negación de la indianidad.

Es necesario reiterar que los parajes o los barrios implican fuertes niveles de integración y de cohesión; según González:

“el paraje, más que una institución definida en términos de asentamiento territorial, se debe caracterizar como una estructura social que reasienta y desplaza sucesivamente, llevando consigo sus cruces, sus dioses, sus animales compañeros que habitarán nuevos espacios sagrados en lugares que, en la víspera eran aún profanos” (p. 84)

En suma, el autor sostiene enfáticamente que los parajes no son una forma aleatoria de asentamiento, reproducen un paradigma de sociedad cuyos orígenes pueden encontrarse en los antiguos altepeme. Sin embargo, a lo largo de la historia fue necesario sincretizar otras prácticas religiosas, como la presencia de la protección tutelar de un santo patrono católico, evocado en su respectiva capilla. A estos procesos debemos agregar las prácticas tradicionales que fortalecen la cohesión, por ejemplo, el trabajo recíproco, la redistribución de excedentes agrícolas o a la supervivencia de la propiedad comunal, es decir, todo aquello que no se asocie a la acumulación individual y a los anhelos de riqueza material. Las mismas prácticas endogámicas dentro de las comunidades guardan profunda observancia a las reglas de los clanes y linajes.

Otros factores intervienen en la división e interrelación de secciones cuatripartitas o diseccionadas en mitades; por ejemplo, los niveles topográficos de altitud, que provocan o inhiben (dependiendo del acceso a bienes y recursos), los contactos de los grupos indígenas con la población ladina e incluso, con otras comunidades indias.

El sistema de mitades, como se revisa en el ejemplo mesoamericano del códice Borgia y en el caso etnográfico de los Altos de Chiapas, mantiene una estructura integradora, en la cual las cabeceras o los teklum son las sedes del poder político y religioso y simbolizan también la identidad comunal. Esta identidad se cohesiona en torno a valores comunes, aunque internamente diferenciados, como se expresa en la forma y el emplazamiento espacial del área central de un altepetl o de una comunidad. En ellas puede identificarse la relación recíproca o inversa de dos fuerzas que se complementan y que dan sentido a prácticamente a todos los aspectos de la vida: las fases de la agricultura, la noche y el día, el calor y el frío, lo femenino y lo masculino, lo seco y lo húmedo, la creación y la destrucción, lo indio y lo ladino, lo tradicional y lo moderno.

El esquema de oposiciones que se analiza en La Historia vivida revela otras dimensiones las cuales pueden ser ventanas propicias para atisbar en la transformación de las relaciones humanas de los grupos tradicionales. Por ejemplo, la alteración de prácticas patrimoniales en una lógica de acumulación capitalista, o la apropiación y uso de los espacios ante nuevas presiones demográficas, o recientemente, las inevitables interacciones entre los ámbitos rurales y urbanos, a las que el indígena debe enfrentarse con mayor recurrencia.

El modelo de comportamiento socio-espacial, que en esta obra se presenta como “historia vivida”, puede ser útil para abordar otras estructuras culturales. Por ejemplo, el sistema cuatripartita de los Uru asentados en al territorio Chipaya de los Andes Bolivianos que presenta impresionantes analogías (Cap. III). Y que de una u otra manera, coincide con la lógica del altepetl mesoamericano y de sus persistencias contemporáneas entre los grupos tzotziles y tzeltales. Es decir, también en el Tawantynsuyu se presenta esta lógica basada en el principio de la dualidad y el desdoblamiento en cuatro regiones y en cuatro soles o edades del mundo.

La obra que hoy nos ocupa pretende demostrar como las estructuras de poblamiento pueden contribuir a la preservación de elementos culturales identitarios de un pueblo determinado. Los patrones de asentamiento, mantienen una estructura de “larga duración” o lo que López Austin llamaría un “núcleo duro” que codifica en el espacio sus ideas cosmogónicas y permiten reconocer las categorías sociales en las pautas de su asentamiento. De esta manera, el espacio es un depositario de cultura y no solo el medio sine qua non del análisis geográfico.

En suma, los sistemas binarios que aquí se aplican demuestran su aplicabilidad estructural en el ordenamiento espacial y temporal, pues evocan cierta universalidad y, por ende, propone sugerentes perspectivas para la comprensión de numerosas prácticas y comportamientos de la población humana.

Esperamos que el libro tenga una buena acogida y propicie opiniones académicas sobre su propuesta.



Museo de Antropología de Xalapa
Noviembre de 2009

martes, 10 de noviembre de 2009

ENTREVISTA a Jesusa Rodríguez


Para analizar la realidad a través de la risa: Jesusa Rodríguez, actriz

El cabaret político es un arma

Si no me fijo en lo que está pasando en mi país me aburro como una morsa, por eso hago crítica política

Cuido mi desprestigio con mucho afán; las cosas que dicen del Movimiento de Resistencia Pacífica, para mí caen en saco roto

Marcelo Sánchez Cruz

Las actividades de la Feria Internacional del Libro Universitario 2009, organizada por la Universidad Veracruzana (UV) y en esta ocasión dedicada a conmemorar el bicentenario del natalicio de Charles Darwin y los 150 años de la publicación de su revolucionario libro El origen de las especies, concluyeron con el espectáculo Diálogos entre Darwin y Dios, de Jesusa Rodríguez.

La actriz se ha destacado desde hace más de 30 años por analizar la actualidad política del país con un humor inteligente, crítico y reflexivo, constituyéndose como una de las más polémicas voces en la escena de los espectáculos nocturnos de México.

Al término de la función, y después de una larga fila de admiradores y amigos que querían tomarse la foto con este Darwin a la mexicana, Jesusa Rodríguez concedió una entrevista en exclusiva para UniVerso, en donde comentó sus inicios en el ámbito del cabaret político, sus razones para hacer teatro y su activa participación en el movimiento de resistencia civil generado a raíz del conflicto electoral de 2006.

Así, acompaño a Darwin, vestido con un traje de tres piezas gris Oxford con rayas muy finas, camisa blanca y corbatín rojo al camerino principal de la sala “Emilio Carballido” del Teatro del Estado. Ahí, frente al espejo, Jesusa Rodríguez comienza a deshacer al personaje quitándose el saco, la larga barba blanca y la peluca, desata el corbatín y abre un botón de la camisa, para desmaquillarse.

¿Cuáles son los orígenes de lo que hace Jesusa Rodríguez?
Hay que recordar que el gran aporte de México al mundo del teatro fue la carpa, ese teatro político muy interesante de principios de siglo. Todo aquello se murió en parte porque el “regente de hierro” –Ernesto P. Uruchurtu, que gobernó el DF de 1952 a 1966– destruyó a las familias carperas porque no le gustaba la crítica y con amenazas y juicios acabó con todo ese legado.

A principios de los setenta conocí el Bar Guau, donde una compañía en la que estaba gente como Óscar Chávez y Martha Ofelia Galindo hacía este tipo de teatro, pero fuera de eso, casi no se hacía el teatro de crítica política.
Fue ahí que empecé a trabajar en esto a lo que llamo farsa, y que otros llaman cabaret. Era muy joven y me parecía que de este tipo de espectáculos se hacía muy poquito en México. Entonces me clavé y me gustó mucho y en esto estoy desde hace unos 35 años.

Mientras habla, Jesusa continúa retirando el maquillaje que le hacía ver como un respetable Darwin, primero sus ojos, luego el resto de la cara, hasta quedar con el rostro limpio, de mirada firme y amable.

¿Y cuales fueron las razones principales que la orientaron a este género de teatro que, de entrada, no es fácil?
Yo tenía unos 20 años y me parecía que este género hacía mucha falta. Estoy convencida de que aún nos hace mucha falta porque la desgracia en el país es tanta que ya no quieres saber nada.

Pero, ¿cómo vas a ver tu realidad si no la quieres mirar ni analizar? Ahí fue donde comprendí la importancia de un teatro que a través de la risa permitiera analizar la realidad y no tener tanto miedo.

Con el tiempo descubrí que tiene muchas vertientes: se puede asumir este tipo de propuesta desde un bar hasta un teatro, como hoy. O un museo: este mismo espectáculo lo tenemos montado en la Ciudad de México en el Universum, el museo de ciencia de la UNAM.

Mientras habla, va quitando los pasadores que ayudaban a detener la peluca calva de Darwin y, una vez libre, cepilla su cabellera negra para recogerla en una sencilla cola de caballo.

A nivel actoral, ¿en qué ha crecido Jesusa Rodríguez con estos años de hacer crítica política desde el escenario?
Este trabajo lo que más me ha, digamos, regalado es la improvisación. Improvisar frente a un público es muy difícil porque es una suerte de relajamiento del cerebro. Tienes que dejar que cualquier idea entre, salga y muchas veces vas a hacer un ridículo tremendo. Aunque a veces vas a acertar.

¿Y el buscar una necesidad para hacer teatro…?
Creo que, como dice algún filosofo, el ser humano es la única especie capaz de comer sin hambre, beber sin sed y hablar sin tener nada que decir. Y sí: mucha gente hace teatro sin necesidad, que no sirve para nada y que uno no entiende para qué lo hacen.

Yo sí creo que hay que comer con hambre, beber con sed y hablar cuando se tiene algo que decir y si no, quedarte callado. Lo que no sé, es si el teatro sea necesario. Prefiero el arte útil que el arte inútil. Hay mucha gente apostando a que mientras menos se entiende el arte es más artístico, mientras menos entiendes a un poeta, es mejor. Yo soy de la idea de que no es así.

Creo que no hay que tener más que lo necesario para vivir, la necesidad es lo que rige la vida, pero lo necesario realmente, como el pan a la boca, el agua a la tierra. Decía Juan Gelman: “Ojalá y yo te sirva para algo”.

Al conversar, apoya su cabeza en su mano izquierda, y permanece frente a las luces del espejo del camerino siguiendo con la vista a su compañera en el escenario y en la vida, la actriz, compositora y cantante Liliana Felipe, que pasa rápidamente para comenzar los arreglos de la partida.

Entonces, ¿por eso hay que ser socialmente activos, por eso hay que ser responsables?
Bueno, yo creo que por eso. Y en mi caso, si no me fijo en lo que está pasando en mi país, me aburro como una morsa. Yo me conozco: sé quién soy, soy la que menos puede ser anacoreta. Necesito no sólo contacto con la gente, sino también nutrirme del mundo. Y pienso que así deberíamos verlo todos: ¿Cómo voy a vivir en un país, cualquiera que éste fuera, sin enterarme de lo que ocurre? ¿Cómo voy a vivir en un planeta sin enterarme de lo que ocurre en ese planeta? ¿Cómo voy a vivir en un universo sin enterarme?

Esa idea de aíslate y vive tu vida y que el país se inunde, me aburre. Y ahora que estoy en el Movimiento de Resistencia he encontrado la riqueza de las personas más humildes: las verdaderas riquezas están ahí, en la gente que no tiene dinero, gente con riqueza de verdad en muchos sentidos y que no la encuentro, generalmente, en la gente rica. Ellos son mucho más pobres de muchas cosas.

Su voz, hasta el momento pausada y moderada, se enciende, reflejando la pasión que le provoca la causa social del Movimiento de Resistencia Pacífica y la respuesta que ha encontrado en él.

En su teatralidad, en su quehacer personal y político ha manejado una honestidad a la que mucha gente se une. ¿Qué responsabilidad se tiene al llevar un liderazgo?
Yo sí creo en que a toda acción corresponde una reacción: todo lo que hagas, se te regresa del mismo tamaño. La gente que hizo el fraude en México la van a pagar cara, porque lo que hagas se te viene cañón.

Entonces, si yo hago ciertas acciones, porque me indigna lo que pasa y me meto a un movimiento de resistencia, al mismo tiempo la gente te reclama una gran responsabilidad, porque tú estás obteniendo de esa gente un gran soporte.
Cuando ganó Fox, mero me muero. Y además era legítimo. Cuando ganó Fox, me deprimí tanto que le dije a Lili: “Yo ya no me subo más al escenario, ¿para qué? Si un pueblo pobre vota por un partido de ricos, ¿para qué chingaos estamos nosotros haciendo osos?”. Y me deprimí mucho, pero de repente dije: “No, hay que hacer” y presentamos La hermana de Einstein, que era una cosa de coraje, tal vez uno de los shows más contestatarios que hemos realizado.

La memoria de los hechos se refleja en su mirada, con ese sentimiento de fuerte amor por un país aquejado por años y años de malos gobiernos.

¿Entonces decidió participar en el Movimiento de Resistencia Pacífica?
Cuando Andrés Manuel dijo: “No acepto el fraude” encontré por fin un político que marca el disenso, que rompe consenso de la mierda que es la política en este país donde todo es negocio. Es la primera vez que yo apoyo a un político así, abiertamente.

Han sido tres años de una lucha brutal contra la descalificación, pero como me he dedicado a acumular desprestigio profesionalmente, a mí no me importa. Yo cuido mi desprestigio con mucho afán, por eso todo lo que dicen de Andrés Manuel y del movimiento, me parece que va cayendo en un saco roto.

Lo que se está construyendo es una movilización ciudadana de resistencia pacifica. Como van las cosas, en algún momento va a estallar la situación en el país y es necesario que haya personas organizadas, decididas a decir: no a la violencia.

Su convicción es plena, sus palabras enfáticas y su voz firme, contenta, orgullosa de lo que ha logrado a nivel sociedad.

Sin embargo, se corren riesgos en el proceso: hay gente que puede buscar sus propios intereses aprovechándose de la buena voluntad. ¿Es necesario crear mayor conciencia en los participantes del movimiento?
Sí. Definitivamente, estamos en el proceso de generar una educación política, de educar a la gente. Hay un chingo de loquitos en el movimiento. Nos puede ocurrir lo que con Juanito, que es un ambicioso pendejo, y pues ni modo, ocurre. Pero por eso mismo la educación política tiene que ir en los círculos de estudio. Creo que, actualmente, hay una conciencia política como nunca antes en México.

Se habla mucho del discurso del miedo. ¿Se puede con el arte, con el teatro en este tipo de farsas, superar el miedo?
Yo soy descreída: no creo en Dios y no creo que el teatro sirva para nada. Realmente, que sirva para cambiar la mentalidad de la gente, no. Pero sí creo que, al menos, obliga a preguntarse cosas. Sobre todo, preguntarse si hay libertad de expresión en el país. Por ejemplo, nosotras podemos hacer esto en el teatro, en el marco de la FILU, o en la Universidad, pero jamás uno de mis sketches ha podido pasar en la televisión mexicana.

Hemos estado en la televisión venezolana, y hasta en HBO, pero nunca, ni cuando Pérez Gay era director del 22, se atrevió a meter un sketch mío, por eso puedo decir que no hay libertad de expresión en México.Entonces de eso sirve, para venir y divertirnos, para ver las cosas de frente, pero una sociedad sólo cambia así, con un trabajo de organización de abajo pa’rriba, de concienciación hacia una organización no violenta, que es lo más difícil de construir.

El tiempo se viene encima, ya las cosas están listas para el viaje de regreso; antes de terminar, y aprovechando la frase de su respuesta anterior, hago la última pregunta.

Finalmente, acaba de decirme que usted es descreída, ¿en qué creé Jesusa Rodríguez?
Bueno, yo creo que si tiras una botella se cae: creo en los avances de la ciencia, en muchos sentidos creo en la razón.

¿En la humanidad?
No, yo prefiero las lechugas y los animales por encima de la inteligencia humana. Pero sí creo que hay una parte de la selección natural, de lo que dice Darwin, que a mí me parece interesante. No que la selección natural es un proceso como fascista en donde había que exterminar a las especies menos exitosas. No, yo creo que Darwin nos dice algo mucho más interesante: la naturaleza es suficientemente sabia como para haber hecho una especie como nosotros que puede elegir ser asesina o no serlo, ser violento o no serlo.

Ésa es la parte de la selección natural que me parece que le corresponde A la humanidad, eso es lo bueno que tenemos como especie. Por lo demás, para mí, como dice Woody Allen, los seres humanos se dividen en dos: los horribles y los espantosos.

Tomado de:

http://www.uv.mx/universo/377/entrevista/entrevista.htm

foto:

miércoles, 4 de noviembre de 2009

PENSAMIENTOS

La raza suprema


la raza suprema...el ente pensante....

orgullosos nos sentimos de nuestro legado pero pocos, pocas veces hemos reflexionado a costa de quienes hemos triunfado....digo hemos ...sólo por adornar el texto, puesto que el destino de muchos siempre ha sido decidido por unos pocos...

la raza suprema decimos ....

como entes pensantes nos referimos a nosotros mismos....

pero y si pensamos, ¿en que pensamos?..

no es racional quien por su avaricia destruye y mata...

no es racional quien por su pereza consume y desecha las guerras, hambruna y destruccion....

eso es digno de nosotros y demos un aplauso por ello...

porque somos supremos, porque somos pensantes ..

¿y si no?

La raza suprema, el ente pensante nos decimos...

por las maravillas que algunos han concebido, iniciándolos como una fantasía, terminándolos como una realidad por las maravillas que otros han descubierto ...

átomos y moléculas, lo finito y el universo.

la raza suprema nos decimos, por lo sublime de nuestra conciencia, que puede crear arte, que puede crear ideas...

y puede ser ella misma quien obstaculice su libertad...

esa libertad de crear, esa libertad de creer....en esta raza

Marcela De jesus Sanchez, estudiante de biología,UV.