domingo, 27 de diciembre de 2009

REFLEXIONES con la gente de la calle


Vida en las calles


José Guevara

La vida en las calles… Para estas pequeñas personas debe ser más difícil que para nadie más. ¿Alguien se detiene a reflexionar el hecho de que estamos hablando de seres humanos?


Ah, pero cómo resultan molestos, especialmente los niños y niñas. Sí, son molestos porque nos recuerdan que una sociedad que se permite este espectáculo no puede estar bien. Tiene que estar enferma. Ah, pero qué molesto es que nos lo recuerden.


Se acerca un pequeño, inmediatamente otro y enseguida una pequeña. Piden la Navidad. ¡Pero si ya le di a tu hermanito! ¿Qué estos niños piensan que soy una beneficencia? ¡Que aprendan a compartir con sus hermanitos! Claro, claro, eduquemos a los niños en la solidaridad, generosidad y austeridad.


Ya me veo como un ciudadano ejemplar, como aquél que va con las manos llenas de bolsas de todo aquello (superfluo) que ha comprado hace unos instantes. Vienen estos niños a pedirle algo. Y ni los mira, porque mirarlos es recordar o tener conciencia por un instante. ¿Quién quiere la experiencia de ser consciente? Todos prefieren la fábrica de sueños para evadirse.


Del otro lado del mundo. Esto es, no del otro lado del planeta ni del universo, sino del otro lado de la experiencia humana, está la sociedad adquisitiva. Claro, del otro lado de los muros de los centros comerciales, esto es, dentro de éstos, hay ropa y comida en abundancia. Como dijera algún filósofo, hoy los niños mueren de hambre ante graneros repletos de semillas y mueren de frío ante fábricas enteras de ropa.


Y bueno, lo sorprendente es que el mundo no se detiene ante estos contrastes, no se detiene ante estas contradicciones que cobran vida y dolores. Porque, lo que más me sorprende, es que esos niños despreciados son precisamente eso, niños. Esto es, son seres humanos. Debe haber algo quebrado en nuestro interior para nunca reparar en este hecho. Es decir, preferimos que un niño no tenga infancia, con tal de no detener la masiva producción en nuestras fábricas de sueños.


Veo a esa pequeña de perfil, está volteando a ver a quién le pide dinero, está atenta a ver a quien más le pide dinero. Le veo la mejilla y es redonda, como de toda niña pequeña. En su oreja lleva un pequeño arete y tiene un pasador en el cabello. ¿Qué la hace diferente de la niña que vive en el otro extremo de la experiencia humana? ¿No acaso todas las niñas y niños nacen un tanto parecidos? Los bebés y niños pequeños se parecen más entre sí de lo que los adultos se parecen entre sí.


Así que a la niña, alguien le puso aretes y algún pasador para sostenerle el cabello. ¿Quién se lo puso? Allá a lo lejos una persona que ha de ser la madre. Sí, eso es, la madre. De modo que estamos hablando de una familia. Pero, desde que tengo memoria, las familias viven en casas. Sí, para eso se construyen las casas, para las familias.


Un momento. Esa persona que es la madre de estos pequeños podría ser mi madre. Imaginemos por un momento que es mi madre. ¿Qué sentiría yo si mi madre está así de acabada, pidiendo limosna en una esquina? Pero las madres no hacen eso. Yo no recuerdo que eso sucediera cuando fui pequeño. Entonces por qué aquí tenemos una familia entera pidiendo limosna. ¿Es que son de otro planeta?

En realidad son de otro mundo. En realidad, son de otra realidad. Pero, en realidad son parte de nuestra realidad. Para todo hay una solución, y aquí la estrategia es entenderlos como marginales. Están fuera de nuestro mundo, del mundo de los que comemos tres veces al día y dormimos bajo techo. No son nuestra responsabilidad, nosotros a duras penas podemos con nuestras cuentas. Así sea. Una familia completa en la calle, en la mendicidad. Nada nuevo.


No deja nunca de sorprenderme que estemos hablando de seres humanos. Y lo sorprendente es que me sorprenda. Creo que se debe a que nos acostumbramos a verlos como diferentes (¿inferiores o menos importantes?) a nosotros. Sin duda, menos importantes que nosotros. Sólo así es entendible que no nos sorprenda encontrar a un igual en condiciones tan lastimosas, humillantes. Debiera ser lo más normal sentirse sorprendido ante semejante cuadro denigrante.


Para un pequeño debe ser destructivo ver a su madre completamente vulnerable e inerme. Para una madre debe ser doloroso ver a su pequeño completamente sin futuro. Para un ciudadano debiera ser intolerable este cuadro. Sin embargo esto último no se cumple. Pero son seres humanos. Conozco padres y madres de familia. Al menor incidente acuden a sus pequeños. Se preocupan de que no estén en la calle; no se bajen de la banqueta; que estén limpiecitos; que no sientan frío; que nadie los mire feo, ni agresivamente ni groseramente. Pero a aquellos otros pequeños les sucede todo eso y más. Pareciera como si no tienen derechos. O al menos, no los mismos derechos que los niños que conozco.


Así que ahora se dirime el asunto en cuestión de derechos de los niños. O bien, en la cuestión de las garantías para los niños. La discusión termina siendo académica, en foros, coloquios, conferencias y páneles. Nunca es política, nunca entra en una discusión de acciones. Pienso que esto se debe a que estas personas en situación de calle (clasificación que se les da para atenuar la conciencia) no son consideradas realmente como personas con todo derecho. Pero más importante que los conceptos legales y formales, no son consideradas seres humanos. No nos sentimos hermanados con su dolor y su indigna existencia. No son nada para nosotros, excepto una molestia para muchos y un objetivo académico para pocos.


¿Hasta qué punto podemos hablar de sociedad cuando una familia entera vive como los animales?


Imagen: Alecs Ortiz

No hay comentarios.: