jueves, 2 de octubre de 2008

RELATO sobre el 2 de Octubre del 68 en México


Malos tiempos

(relato testimonio)

Gualberto Díaz González, catedrático de Sociología, SEA, UV



El personaje de este relato nos entrega su experiencia sobre lo que vio y vivió en esos malos tiempos de octubre de 1968 en la ciudad de México. El testimonio como técnica de investigación cualitativa, historias de vida o literatura testimonio, es una herramienta indispensable para el estudio de lo social.

Hay muchas razones para no olvidar el 68 mexicano. La memoria es la historia que debemos entregar. Y el rescate de la historia apuntala la memoria colectiva de los pueblos, reivindica luchas sociales, señala vejaciones y represiones políticas, pero sobre todo lanza una vez más las preguntas: ¿Dónde arrojaron a nuestros muertos? ¿Dónde tiraron a nuestros muertos? ¿A qué prisiones clandestinas se llevaron a los sentenciados?

En ese tiempo yo vivía con dos amigos, Raimundo y Víctor, en el edificio Guanajuato de la Unidad de Tlatelolco. Raimundo trabajaba y tenía un sueldo seguro. Víctor y yo salíamos a vender libros, no teníamos sueldo seguro, pasábamos hambre.

Me sentí muy contento de estar participando en el movimiento estudiantil... había cundido la lucha abarcando muchos sectores y Tlatelolco se había convertido en escenario de los mítines.

El 2 de octubre no pudimos ir al mitin, “desgraciadamente”, dijimos sin imaginar lo que pasaría. Estábamos enojados por no haber podido asistir, pues Raimundo llegó tarde con el dinero de su quincena y habíamos quedado de ir a comprar la despensa, no habíamos comido en todo el día.

Fuimos al supermercado de Liverpool. Aparte de lo que se compraba, había que robarse alguna cosita para “expropiar”; en ese tiempo entre los jóvenes se decía: “Vamos a expropiar. Si voy a gastar tanto, me van a robar tanto, pues me robo algo para compensar”.

Nos entretuvimos en el almacén expropiando, y cuesta un poco de trabajo, ten da nervios y no puedes agarrar nada y si te vas así sin nada sientes que el dueño del almacén te chingó, no tuviste el valor, te cuestionas y andas preocupado.

Víctor no podía despegarse de un estante donde había rastrillos de plástico, quería llevarse uno y ya tenía como media hora ahí parado, entre el sí y el no, tieso y pálido de la emoción. Por fin lo despertamos y nos fuimos, Víctor salió encabronadísimo porque no pudo robarse el rastrillo. Tomamos un taxi que agarró por Manuel González, de pronto nos sorprendió ver a un joven que, iluminado por los fanales del taxi, nos atajaba con los brazos abiertos, blanco como un papel, que nos gritaba:

-¡No vayan! ¡No vayan!... -algo más decía que ya no entendí. El chofer lo esquivó y seguimos adelante.

-¿Qué dijo?

-Dijo: “¡No vayan... los están matando a todos!” -comentó el chofer, extrañado.

La calle estaba en penumbras pero alcanzamos a ver que a los lados, en los edificios rumbo a Tlatelolco, había soldados apostados, agachados en posición de ataque. Y al darnos cuenta decidimos cambiar de ruta y dimos la vuelta para entrar por Calzada de Guadalupe y esquivar toda la zona que estuviera copada por soldados.

El taxi nos dejó por Paseo de la Reforma. Bajamos del taxi y caminamos viendo a todos lados tratando de entender. Entramos a nuestro edificio. No vimos nada... no supimos nada. Entramos al elevador viéndonos las caras en silencio:

-¿Qué pasaría en el mitin? ¿Qué estará pasando? Comemos algo rápido y nos vamos al mitin -decíamos.

Entramos al departamento. No oíamos nada en especial, ninguna señal de nada. Destapamos una botella de vino tinto que habíamos comprado para cenar, sacamos el queso y el pan, servimos los vasos y en ese momento tocaron a la puerta. Abrimos y entró un actor que le decían el Picucho, con el que yo había trabajado hacía tiempo en una obra y nos dijo espantadísimo que los soldados habían entrado al teatro Comonford, donde estaban ensayando, y habían sacado a todos violentamente y se habían llevado a algunos... El Picucho nos dijo que estaban matando... que no sabía... que salió corriendo de allá cuando llegaron los soldados...

Al ratito llegaron otros dos hombres que habíamos conocido en el teatro Coyoacán, unos personajes de los cuales nunca llegamos a saber quiénes eran realmente, tocaron y les abrimos, pasaron igual de aterrados y nos dijeron: “Algo está pasando... hubo una balacera... por eso subimos a refugiarnos aquí...”

Estábamos platicando... en eso se soltó la balacera en la Plaza de las Tres Culturas... una balacera... escucharla... trepidar la balacera... sabiendo que cada golpe es una bala que va a matar a alguien... cada vez que suena el disparo es una bala que sale buscando matar y pensar que ahí está toda la gente que tú conociste en los mítines, las señoras, los señores, los jóvenes, los compañeros... tú sabes que están ahí, que son ellos... no puedes creerlo... y era un negarse de la mente y un asombro de tal fuerza que quieres salir corriendo hacia allá... no puedes permitir que eso sea verdad.

En la ventana cruzaban las balas por el cielo. Nos echamos todos al suelo para librarnos de la ventana. Y uno de los que llegaron después que el Picucho, el más joven, comenzó a gritar en la ventana:

-¡Hijos de la chingada...! ¡Malditos asesinos! -lo jalamos del pantalón:

-!Cálmate! ¡Agáchate, cabrón! -lo insultábamos para que se tirara al suelo. Estuvimos cada uno en silencio, sin movernos, escuchando la balacera prolongada, meditando cada quien para nuestra personal y profunda conciencia, y no sólo era miedo, era incredulidad y asombro. Luego vino el silencio y de ahí los gritos de personas que se buscaban:

-¿Cómo era posible esta locura del gobierno?

Hasta la fecha no lo concibo. Después de unas horas se despidieron los que estaban refugiados en nuestro departamento. Nos quedamos los tres, Raimundo, Víctor y yo, pensando, preguntándonos qué íbamos hacer, aterrados. Nos acostamos pero no podíamos dormir y oíamos los gritos en la oscuridad, en las escaleras, alaridos de personas perdidas... una mujer gritaba enloquecida... en la oscuridad y con el fondo de otros gritos lejanos:

-¡No mi vida... es que tú no me comprendes -decía-. No me comprendes, mi vida... mi amor... debes de comprender...

Amaneció.

-Creo que lo más sensato será que cada quien se vaya a trabajar como siempre, para no despertar sospechas -dije.

Nos comenzó a entrar la duda de que si mejor escapar y no regresar al departamento... pero la policía nos iba a buscar... tenían nuestra dirección, de seguro estábamos fichados, nos íbamos a convertir en sospechosos por haber abandonado el edificio. Pero si no teníamos ninguna vela en el entierro, no teníamos nada qué temer. Aparentemente suena lógico, después nos dimos cuenta que fue un gran error.

-Como toda la gente ya está en la calle, vamos a bajar, vamos a dar una vuelta por Tlatelolco... hay que pasar por la calle de Manuel González... –dijimos.

Fuimos caminando por la calle donde está la Secretaría de Relaciones Exteriores y veíamos a toda la gente desconcertada igual que nosotros, un coche se arrimó a la banqueta para estacionarse, se bajó un señor vestido de traje, le pegaron un balazo en la cabeza y cayó al suelo. Los soldados que estaban ahí apostados tomaron posiciones, veían hacia arriba buscando de dónde pudo haber venido la bala. Ahí estaba tirado el señor muerto. Nos quedamos parados:

-No vayas a correr -le dije a Víctor.

Seguimos caminando... ¿cómo puede uno caminar tranquilo? Nos fuimos por otro lado. Pasamos cerca de la explanada de la plaza de las Tres Culturas y vimos que un grupo de trabajadores estaban lavando la sangre. Regresamos al departamento. Llegó la noche. Y en la noche cortaron la luz de los edificios... luego volvió. Los soldados estaban enfrente del edificio apostados con sus armas, los veíamos por nuestra ventana sin cortinas... Al señor de la mañana quién sabe quién lo mató... era la lucha y la represión desatada.

Ese día no vendimos ningún libro, no nos pudimos concentrar. Fuimos cada quien con nuestras familias a comentar lo que pasó, y quedamos en regresar al departamento como si nada. Pero en mi casa mi papá y mi hermana me decían que no debíamos regresar:

-No... ya no vayas para allá...

-Les van hacer algo...

Pero ya habíamos hecho el acuerdo, regresamos los tres a pasar la noche en el edificio Guanajuato. Estábamos llenos de sospechas. A un amigo que era el hijo de Cuco Sánchez, por ejemplo, vecino de nosotros dos pisos arriba, lo conocimos cantando en la cavita del teatro Coyoacán, vivía con su chava, teníamos cierta amistad, y desde el momento que sucedió todo, no volvimos a verlo, se lo tragó la tierra, en su casa no contestó nunca nadie. No supimos si lo desaparecieron o si era de la policía... Todo quedó en suspenso. La gente encerrada en su edificio. Casi nadie salía ni entraba. Los soldados vigilaban todo el tiempo.

Al día siguiente se nos ocurrió que había que hacer una limpieza general en el departamento. Con la aspiradora estuvimos limpiando la alfombra. Una aspiradora de lejos puede parecer cualquier arma, y Víctor, que se encargaba de quitar y cambiar los cepillos, se acercaba a la ventana a ver a los soldados con el manguerón de la aspiradora en la mano.

-¡Oye, no la chingues! ¡Cómo se te ocurre pararte ahí con el tubo en la mano? ¿No ves que nos están viendo? Por eso abrimos las cortinas, para que vean hacia adentro, que vean que no nos ocultamos, por eso estamos haciendo la limpieza.

Al medio día tocaron a la puerta... Raimundo estaba en el baño, yo leía el periódico pero no me podía concentrar, eran como las doce y media, tocaron y fui a abrir con plena conciencia, hablando fuerte, tenía miedo que fueran a disparar sobre la cerradura.

-¡Van! ¡Van! ¡Voy!

Abrí rápidamente. Era un señor alto, güero, de semblante tranquilo, y dos sapos, a su diestra y siniestra, sin ofender a los sapos.

-Buenas, buenas -me dice el güero que era el comandante-. Venimos a hacerles unas preguntas.

-Sí, cómo no… -abrí toda la puerta para que pudieran entrar.

-Ustedes ¿dónde tienen las armas? -dice uno de los sapos al entrar.

-Estamos haciendo una investigación -dijo el güero- y queremos ver por favor sus identificaciones, si son tan amables.

-Cómo no -le digo.

Mientras le mostraba mis credenciales, los sapos andaban por todo el departamento, se iba uno para allá, espiaba otro por acá, iban abrir el baño y le digo:

-Ahí está otro compañero, está en el baño -no fueran a sorprender a Raimundo y pensaran que se escondía.

-Ah, ¿sí? -dijo un sapo y abrió la puerta completamente, Raimundo estaba sentado en la

taza con los pantalones en los tobillos, el sapo se metió y registró la ropa sucia que había, salió.

El güero veía las identificaciones:

-Ah -dice-, pues qué bien, tienen todas sus cosas en regla. Qué bueno, les felicito. Ay nos vemos.

-Sí, que les vaya bien -les digo.

-Disculpen -responde el güero.

-Sí, no hay cuidado. Adiós -“¡ya la libramos!”, dijimos en cuanto cerramos la puerta.

A las doce de la noche regresaron. Estábamos viendo una película de terror, donde un asesino acorralaba a una muchacha en una azotea y estaba a punto de hacerla caer, la muchacha se reclinaba en el barandal y el asesino se acercaba. Raimundo y Víctor se habían ido a dormir. Cuando tocaron a la puerta. Abrí completamente y ahora eran soldados con ametralladoras. Venía de nuevo el güero, los dos sapos y tres soldados con miradas de odio.

-Ya volvimos -dijo el güero, el comandante.

-Pasen... pasen... -dije como quien recibe a una visita.

-¿Por qué tienen tantos pares de zapatos? -preguntó un sapo, pues eran cuatro pares, uno de nosotros tenía dos-. Si son tres, ¿por qué hay cuatro pares? -según él muy Sherlock Holmes. Estaba la alfombra recién lavada por lo que dejamos los zapatos en el pasillo de madera:

-No... es que hicimos la limpieza de la alfombra.

-Ah, pues nos hubieran dicho -dijo el güero-, también nosotros nos hubiéramos quitado los zapatos.

Se echaron a reír... no pude dar crédito... es una locura... "Ni que estuviéramos en una serie de televisión norteamericana", pensé. Los soldados no se reían, estaban con cara de gente invitada al mal, despidiendo un olor funesto.

-¿En dónde están las armas? -me preguntó el güero.

-¿Cuáles armas? -contesté riendo como si fuera una broma.

Los soldados ya estaban metidos en el cuarto volteando el colchón, tirando la ropa para todos lados, otro metido en el baño sacando los papeles cagados, regándolos en el suelo, otro abriendo el refrigerador y paseándose por la cocina, otro chaparro preguntándome:

-¿Quién pinta?

-Yo -le dije. El sapo estaba viendo un cuadro en la pared, y muy detective, me dice:

-¿Estudió usted en San Carlos?

-No.

-¿Y qué hacen actualmente? -pregunta.

-Actualmente estamos haciendo unas obras de teatro -le digo.

-Mhhh... ¿Unas obras? ¿Extranjeras?

-No, son de Antón Chéjov.

-Ah, bueno... -dice.

Hazme el favor, qué diálogos. San Carlos era un nido de estudiosos del marxismo.

-¿Y quién toca el saxofón? -pregunta, viendo al pobre saxofón arrinconado.

-Raimundo...

-Ah... -dice, viendo a Raimundo que al igual que Víctor habían perdido el habla.

Que dónde teníamos las armas. Que si conocíamos a la señora Aurora, porque ella y nosotros estábamos acusados de haber metido una caja de armas al edificio.

-Eso no es cierto -dije.

Que la señora Aurora era una sirvienta que vivía en la azotea del edificio.

-No. No conocemos a la señora Aurora...

-Bueno -dijo el güero-, pónganse sus zapatos y desconecten su refrigerador. Vamos a salir.

-A dónde -pregunté como si nos estuvieran invitando al cine.

-Vamos a hacer una investigación –contestó el güero.

-Pero ¿por qué vamos a desconectar el refrigerador? ¿Que vamos a tardar mucho? -le pregunté.

-Depende -me responde.

-¿Depende? -me entró miedo- ¿Que vamos a ir muy lejos?

Yo tratando de saber qué hacer en ese momento... No sé de dónde sale una cierta defensa que te permite contener el miedo.

-Vámonos -concluye el güero.

Salimos del departamento, los soldados atrás. Como eran dos elevadores, nos separaron. Víctor y Raimundo se fueron con aquellos sapos al otro elevador, me quedé con éstos dos. Los chaparros resollaban fuerte, con una respiración tensa, desagradable. Salí con mi escolta y pasamos por el estacionamiento del edificio:

-Voltee hacia allá -me dijo un policía-. Esa que está ahí, mire para ése carro, ésa es la señora Aurora.

Una pobre señora que tenían dentro del carro, aterrada, a punto de explotar:

-No. No conozco a la señora -le respondí.

-Ella dice que los conoce a ustedes. Ya confesó.

-No, no... -dije.

-¡Súbase al carro!

Me subí apretado entre dos gorilas. El gorila que estaba a mi derecha sacó un cigarro, se lo puso en los labios y sacó su encendedor.

-¿Me regala un cigarro? -le dije.

Se quedó desconcertado, un pequeño momento en el que no supo cómo responder, optó por sacar un cigarro de su cajetilla y dármelo, lo recibí, guardó su cajetilla. Sentí que gané un punto. Ahora qué sigue, pensé, se supone que debo encender mi cigarro y fumar.

-¿No me presta su cigarro, por favor? -le digo, para prender el mío. Un nuevo desconcierto del gorila. Me acerca su cigarro, lo iba yo agarrar y me dice:

-No lo toque.

Puse mi cigarro, acercó el suyo, me lo prendió. A chingao, hasta parecemos novios, pensé.

-¿No conoce a la señora Aurora? -me preguntó el gorila, tratando de recuperar su terreno.

Y me puse a hablar más allá de lo que me preguntaba para establecer una plática, para que no fuera un interrogatorio sino una conversación.

-¿No conoce usted a la señora Aurora?

-No... como nosotros trabajamos vendiendo libros y nos vamos todo el día pues pasamos las horas sin regresar a la casa. Regresamos en la noche cuando toda la gente ya se acostó, lógicamente no conocemos a nadie. Y así son todos los días... -yo trataba de hablar con naturalidad pero por dentro iba con el estómago pegado quién sabe dónde. Llegamos a la procuraduría de Tlaxcuaque, donde encerraban a cantidad de presos políticos. Al llegar volví a ver a Víctor y a Raimundo, sentí un alivio.

Nos presentaron ante una máquina de escribir con secretaria y un Ministerio Público. Teníamos identificarnos y dejar nuestras pertenencias. Nos llevaron a un cuarto oscuro para detenidos en trámite. Ya era tarde. Toda la gente estaba durmiendo acostada en el suelo. No veíamos nada, no podíamos movernos entre los bultos humanos. Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la penumbra. Una voz decía:

-Aquí hay un lugar. Aquí hay un lugar.

Caminamos hacia allá... “¿Quieren agua?” nos preguntó. Agradecí esa solidaridad en medio de las sombras... la gente estaba espantada, en silencio y callada. Eran presos comunes. Los presos políticos estaban en los sótanos, tras las rejas. Nos acomodamos en el suelo. Es difícil dormir en el suelo, en el puro cemento duelen los huesos.

Al día siguiente pudimos ver cuánta gente estaba en ese cuarto, los diferentes personajes. Había solidaridad. Si alguien tenía un chocolate lo repartía entre todos, si alguien tenía un pan... repartíamos todo lo que llegaba de algún familiar o amigo.

Desde donde estábamos podíamos ver el mostrador donde llegaban a informarse sobre familiares presos. Era una gran clientela que entraba y salía y hablaban en voz alta, conversaban y se convertía aquello en un lugar de encuentro, mucha gente en problemas buscando a los suyos. Ahí se encontró la mamá de Víctor Corzo con mi hermano Roque, y vaya que tenía voz la señora:

-Si yo no le prohíbo a Víctor que sea comunista, joder. Lo que le digo es que, bueno, hay que tener cuidado, portarse bien, y eso del comunismo que cada quien sea lo que quiera...

Decía comunismo como cualquier cosa. Era lo único que no se podía decir, era la palabra satanizada. Y Víctor se agarraba la cabeza:

-¡Mira a mi mamá qué está diciendo... ¡Ay, mi mamá!

La señora llevaba una bolsota de tortas, de las que sabía hacer muy bien con chorizo asturiano, riquísimas, vimos cuando se las entregó a los policías para nosotros, pero les sacaron varias tortas y llegaron hasta ya tarde, repartimos lo poquito que había quedado. Se ve que les gustó a los policías, porque los siguientes días ya no nos dieron nada.

Una noche comenzaron a llamar a la gente por su nombre:

-¡Raimundo Herrera!

Paramos las orejas. Se inauguraban los Juegos Olímpicos de 1968 y los policías tenían prendido un televisor y nosotros espiando por la rendija de la puerta que a veces dejaban entreabierta... Todos éramos presos de averiguación previa y estábamos encerrados en un cuarto.

Salió Raimundo. Víctor y yo nos quedamos suspendidos y esperando su vuelta. Al rato regresó y nos dijo:

-Me estuvieron preguntando cosas -y en eso hicimos un rápido acuerdo de hablar con la verdad para no decir cosas distintas, contradictorias, no inventar nada...

-¡Jacinto Casán!

Salí custodiado por un policía que me quería empujar, yo caminaba rápido para que no me empujara...

-¡Aquí! ¡Aquí! -me dice.

Me detuvo ante un sapo que me iba a interrogar con una máquina de escribir. Tenía yo que declarar. En la televisión se veía el estadio Universitario y la multitud de gente disfrutando como si nada hubiera pasado... en el centro del estadio había una tabla de calistenia que decía “JUVENTUD DEL MUNDO, MEXICO TE SALUDA” y las voces y los coros y los colores...

-¡No vea para allá! -me dijo el policía- ¡Póngase aquí! -me colocó para que no pudiera ver la televisión:

-A ver, ¿cómo se llama ?

Le di mi nombre.

-¿En qué trabaja? ¿En dónde vive? ¿Qué piensa del movimiento de los estudiantes? ¿Qué fue lo que pasó el día dos?

-Lo que pasó...

-Ah, ¿sí? ¡Y qué fue?

-Pues la balacera que hubo...

-Ah, ¿hubo balacera?

-Claro.

-¿Y usted cómo lo sabe?

-Salió en los periódicos -siguió:

-Y esa noche que pasó eso, ¿cuántos eran ustedes? ¿En dónde estaban? ¿Usted vio algo? ¿Oyó la balacera?

-Claro que sí, cómo no la voy a oír si vivo a pocos edificios de la Plaza de Las Tres Culturas, se veían las balas pasar por la ventana.

-Ah, ¿se veían las balas pasar por la ventana?

-Sí.

-¿Y de dónde venían?

-De todos lados... Yo qué voy a saber... Atravesaban por todos lados, un cruzadero de balas...

-Ah, bueno. Ya váyase. Regrese con los demás.

Me regresé a la celda y llamaron a Víctor. Cuando iba a salir le dije:

-Tú tranquilo. Tú tranquilo.

Cuando vimos que tardaba en volver, nos comenzamos a preocupar Raimundo y yo:

-¿Qué pasaría?

-Algo pasó.

Por fin regresó todo pálido como una torta de las que preparaba su mamá, y nos dice:

-¡Por poco me madrean, cabrones!

-¿Por qué?

-Ustedes tuvieron la culpa, me dijeron que había que decir la verdad.

-¿Qué verdad dijiste?

-¿Qué dijiste?

-Me preguntaron: “¿Qué piensa usted del movimiento de los estudiantes?”, y les dije: “Yo pienso que tienen razón”, “¡Ah!, ¿tienen razón?”, casi me madrean. Me estuvieron preguntando de muchas cosas, enojados, me iban a pegar: “¿Usted participaba?” me preguntaron. “No, no participaba, pero sí estoy de acuerdo con ellos”, les contesté.

Pobre Víctor, lo interrogaron duró y lo amenazaron y encima nos enojamos con él:

-¡Pero chingao, por qué me regañan si ustedes tuvieron la culpa!

-¿Sabes lo que puede pasar para que te angusties más? -le dije-. Que den un golpe de Estado y nos fusilen a todos. ¿Qué crees que hacen cuando hay un golpe de Estado? Fusilan a la gente presa. ¿Qué ya no te acuerdas de lo que hemos leído? -que se pone a llorar:

-Yo no quiero morir -decía.

En la prisión hacían correr el rumor que se preparaba un golpe de estado.

Llegó una noche que nos llamaron a los tres. Vaya, ya vamos a salir. Qué bueno. Uy, respiramos tranquilos.

-Vénganse por acá -nos dijo un policía.

-Y ¿a dónde vamos? -preguntó Raimundo para saber si ya íbamos a salir.

-¿Vamos por nuestras cosas? -pregunté al policía.

-No, antes vengan por acá –dice.

-Y ¿cómo qué hora son? -le pregunté.

-Son las nueve -respondió.

Comenzamos a caminar por un pasillo largo, de pronto vemos que de una puerta salió la señora Aurora que venía en estado de crisis, la traían también:

-¡Señora! -nos vimos con un ligero saludo. Seguimos caminando, pero el pasillo comenzó a hacerse oscuro, ya no había focos, en la oscuridad comenzamos a bajar unas escaleras, había que irse agarrando del barandal.

-Oiga, ¿a dónde vamos? ¿No vamos a salir? -pregunté al policía con los huevos en la garganta.

-No.

La señora Aurora explotó en gritos. Ella era una enfermera, venía con su uniforme todo sucio y demacrada del rostro.

-¿A dónde vamos? -le preguntamos al policía.

-A los separos -respondió-. A las crujías.

La señora Aurora empezó a llorar al ir bajando. Poco a poco se fue aclarando la escalera y llegamos a un sótano donde había un escritorio con un policía sentado. El policía que nos traía le entregó una lista con nuestros nombres al policía del escritorio. A la señora Aurora se la llevaron hacia adelante, hacia una crujía, iba gritando. El sapo del escritorio se nos queda viendo con un rencor gratuito, inexplicable:

-Cómo me gustaría tener una ametralladora en este momento -nos dijo- y agarrarlos a todos ustedes así: ¡Tácatácatácatácatáca...!

Nos ametrallaba con su gesto haciendo el sonido con la boca. Nosotros viéndolo, con el corazón desgarrado, sabiendo que íbamos a las rejas. Desde acá oíamos los gritos de la multitud enrejada. Nos llevaron hacia allá. A medida que dábamos los pasos sentíamos enfrentar lo inevitable... abren la crujía: “¡Raaaaaaaaaaaaaa...!” y vemos a toda la gente prisionera que se agolpa en las rejas cubriendo hasta el tope la celda, una multitud gritando... un coro ensordecedor de hombres desesperados queriendo hablar todos al mismo tiempo... Entramos... uno se entrega como a la muerte, la resignación puede ser una manera de defenderse también... Cerraron la reja y nos rodea la multitud vociferante y, ah qué cosa, como quien despierta de una pesadilla, nos damos cuenta que lo que gritan es:

-¡No tengan miedo!

-¡Somos compañeros!

-¿Qué está pasando afuera!?

-¿¡No trajeron el periódico!?

-¿¡En dónde estaban ustedes!?

-¿¡Dónde los agarraron!? -hablando todos a la vez producía un impacto de enjambre estruendoso.

-¡No se asusten!

-¡Somos compañeros!

Comencé a ver las caras, ya sin el terror que nos cegaba, y vi unos rostros de jóvenes y hombres humanos y amistosos y sus palabras eran un cálido abrazo que te arrancaba de las fauces del miedo.

La Crujía E era una celda de siete por seis, con sus grandes rejas y un foco prendido que únicamente apagaban por la noche. Cuando amanecía no veíamos la luz, sólo por un diminuto tragaluz que había en la pared podíamos deducir cómo estaba el estado del tiempo, el día y la noche.

El piso estaba sucio y maloliente, se había derramado el agujero que servía de excusado y la gente ahí hacinada, sudando. Parece ser que en ese momento no importaban muchas cosas que se superaban fácilmente y lo que importaba era que la gente se comunicaba con intensidad, y surgían diferentes historias. Había un maestro muy gordo que estaba muy desesperado, decía que él no podía estar ahí, sin embargo al rato se ponía a platicar de astronomía y de repente la Crujía E se convertía en un aula muy concurrida donde escuchábamos a un maestro que nos platicaba de las galaxias y de los soles de otros cielos.

A veces se oían unos cantos que venían de las crujía de atrás. Pregunté quiénes eran los que cantaban con tantas ganas. Me dijeron que eran los presos ya condenados, posiblemente los iban a fusilar o los van a refundir en la cárcel por muchos años. Me impresionó saber esto. Con bravura y dignidad cantaban los sentenciados.

Había un joven guatemalteco, fina la estructura de su cuerpo, esbelto, de ojos azules, que tenía la cabeza vendada y estaba muy pálido. Me enteré que se lo habían llevado a la enfermería y que lo habían golpeado, por eso traía la cabeza vendada. Este muchacho se pegaba a la reja durante el día, y yo estaba sentado en una de las literas de cemento y observé que el guatemalteco se cogió fuerte de la reja y alguien comenzó a decir:

-Ya se va a desmayar. ¡Agárrenlo, ya le va dar! -corrieron ayudarlo. Luego supe que se desmayaba siempre, casi todos los días aferrado a las rejas y lo cargaban para acostarlo en una litera. El guatemalteco era una persona sensible, muchacho entusiasta, enamorado de la vida. Pero por ser extranjero, su situación era delicada.

Hay dos chavos que son hermanos. Un día escuché al mayor de ellos sollozando y le pregunté por qué lloraba:

-Es que toda mi familia está comprometida. Mi hermano tuvo que irse de su casa. Lo trajeron preso y dejó a sus hijos. Tiene una niña chiquita de meses. También a su esposa se la llevaron a la cárcel... y a toda mi familia... nosotros íbamos en una camioneta que le encontraron unos cartuchos... Pero... no quiero que mi hermano me oiga llorar... Nosotros estamos muy comprometidos.

Siendo malicioso podía yo pensar que a lo mejor no era verdad, que estaba tratando de intimar, ser confidente con alguien para que ése alguien también le dijera cosas.

Pero a pesar de la desesperación a veces había un clima humano en el que la gente, a través de las conversaciones, podía superar la opresión de las rejas.

Platicaban maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México, muchachos estudiantes, gente con conocimiento. Había uno al que le gustaba platicar de cine. El maestro de astronomía seguía con sus crisis:

-Es que no puedo estar aquí. Yo necesito tomar mucha agua, ir mucho al baño...

Pero aún él superaba la situación conversando. A diferencia de las galeras atestadas de delincuentes comunes, los maestros y los jóvenes ahí recluidos, éramos presos políticos y eso le daba un carácter distinto al hacinamiento humano... éramos personas que habíamos sido encerradas por luchar por nuestras ideas.

Éramos como setenta personas en un cuarto de siete por seis. Entre el gentío había un niño de 12 años con su hermanito cinco.

-¿Por qué están ustedes aquí?

-Es que mi hermano se robó una medallita... -el más chico se había robado la medallita, pero lo más probable es que el grande mandó al chico, el caso es que los dos eran gentes del arroyo de la calle, de la miseria, del abandono, y se entiende que hayan robado una medallita, pero no se entiende que unos niños estuvieran en la cárcel. Las galeras se veían como barcos, y entre toda la gente ese niño parado ahí con su hermano mayor. El niño mayor convivía y platicaba como los adultos:

-No, vete a la chingada -se defendía contra un muchacho que todo el tiempo lo bromeaba:

-Te voy a meter la verga, vas a ver, cabrón. Vas a ver. Te la voy a meter y te va a gustar -le decía el muchacho y se reía y se agarraba el pene que se mostraba erecto debajo del pantalón.

Alguien comentaba:

-Ya le hicieron la prueba de la parafina a fulano y salió positiva. La prueba de la parafina es una manera de condenar a la gente. Te llevan, según tu expediente, a hacerte la prueba y te ponen parafina en las manos y cuando dan los resultados te dicen que ha salido positiva para que confieses. Y eso fue lo que le pasó a un tipo que lo engañaron, le decían el Pirata.

-Vas a ver, pinche chamacote, a ti te van a hacer la prueba de la harina -le dice el muchacho al niño- ¿Sabes cómo es? Ponen bastante harina en un papel en el piso, te agachan ahí y te la meten, y si no sangras quiere decir que ya te la habían metido antes, la prueba resulta positiva y te fusilan.

-Vete a la chingada -le respondía el niño.

Las voces se entrecruzaban.

En la prueba de la parafina había caído el Pirata, que era un muchacho moreno de regular estatura, robusto, tenía un ojo morado por los golpes que le habían dado los policías. El Pirata estaba desesperado porque había cometido un error.

-¿Sabes lo que hizo el Pirata? Por pendejo anda desesperado ahora. Dicen que ya lo van a fusilar porque su prueba dizque salió positiva -platicaba un preso-. Pero él no disparó nada ni tiró ninguna bomba molotov. Simplemente como le dijeron que su prueba salió positiva lo comenzaron a golpear. Y entre los golpes y los gritos que él daba, le dijeron “Dinos y ya no te golpeamos”. Y él dijo: “Está bien. Está bien. Sí, sí... yo tenía una bomba molotov”. Ahí está, ¿ya ves?

-¡Cabrón!, y que me siguen golpeando -interviene el Pirata sentado en su litera-. Pensé que ya no me iban a golpear y me siguieron golpeando, hasta que grité: “¡Sí, pero no la tiré... Esa bomba no la tiré...!”.

Pobre, está en la lista del peligro. El Pirata lo sabía, por eso se alteraba, se bajaba de la litera de un brinco y gritaba.

-¿Quién quiere madrearse conmigo? Quiero darme un tirito con alguien. ¿Quién se quiere romper la madre conmigo?

-¡Ya cálmate, Pirata! ¡Cálmate! Si no estás llorando, estás retando a la gente porque estás desesperado. Pero eso te pasó por pendejo, por haberte creído de los policías. Te engañaron y ya te chingaste.

-Bueno, está bien -decía el Pirata-, pero por favor, el que salga que le diga a Rius que me ponga en la lista de los que van a fusilar.

-Ya cálmate, Pirata, no te van hacer nada, vas a ver.

Hablábamos todos. Había un rumor de voces, se hacían diálogos y preguntas y había momentos de brisa en ese mar, no todo era irritación.

Uno de los consignados era el guatemalteco. Decían que lo iban a deportar a su país, y si lo deportaban en su país lo iban a fregar.

Decían los rumores que podían dar un golpe de Estado, que el trompudo de Díaz Ordaz siguiendo la línea de su apellido, Porfirio Díaz, está en un plan de traidor de su pueblo y es muy probable que combine todo con un golpe de Estado, decíamos preocupados. Un periódico era un tesoro, queríamos saber qué pasaba.

El Bombero, nuestro carcelero, tenía una actitud paternal con los prisioneros, le gustaba sentirse importante. Para él era novedoso estar cuidando una crujía llena de gente que no eran delincuentes comunes sino estudiantes, intelectuales y políticos. Tenía la jerarquía de ser el carcelero de personas que alegaban y discutían, que sabían ser amables y respetuosas.

-¡Bombero, Bombero!, consígueme un periódico –le decía uno.

-Bueno, está bien, pero no griten -contestaba como a sus niños-, sino les voy a volver a tirar agua como el otro día.

Cuando nosotros llegamos supimos que acababa de haber una represión fuerte con manguera. El manguerazo en la cárcel decían que era muy doloroso, te golpea con furia. La represión fue porque habían gritado madres contra el gobierno. El Bombero había logrado que los muchachos se tranquilizaran, que mantuvieran orden, y él correspondía consiguiendo el periódico:

-Se los voy a traer, pero pórtense bien, sino a mí me chingan. Estense tranquilos. Al rato voy a ver si les consigo el periódico.

En eso se oyó la voz del sapo del escritorio:

-¡Ya cuélgalos de los huevos, cabrón! ¡Cuélgalos de los huevos a los hijos de la chingada!

El Bombero le contestó al policía:

-¡Cuélgalos tú, hijo de tu chingada madre, por qué me mandas a mí! ¡Si estos muchachos no han hecho nada!

Nosotros queríamos saber qué estaba pasado, “no queremos periódicos viejos”, decíamos. Un día llegó el Bombero y nos dijo:

-Ya mero van a salir, ¿eh? -y al oir esto varios nos pusimos de pie:

-¿Cuando van a traer la lista de los que van a salir? -preguntamos.

-Ya mero la traen - respondía el Bombero.

Pasaba el día, llegaba la noche y llegaba el Bombero:

-Probablemente hoy traigan la lista, por la tarde o mañana.

Así pasaban los días, todo se quedaba en promesa, hoy, mañana, nunca llegaba la lista de los que iban a salir ni sacaban a nadie.

Sucedió una cosa extraña con Raimundo, el compañero del departamento con el que vivíamos Víctor y yo, que hasta la fecha no sé exactamente qué pasó. Raimundo tenía un hermano dentro de los agentes de la policía secreta, y cuando nos fueron a aprehender, cuando fueron a catear el departamento por segunda vez, llegó su hermano entre los policías y, al ver a Raimundo, se fue a la recámara con él, nosotros no sabíamos lo del hermano, cerraron la puerta y nunca supimos de qué hablaron. Y ahora que ya estábamos en la cárcel, venían por Raimundo, lo sacaban de las rejas y al rato regresaba con un palillo en la boca, dándose el lujo de ostentar que había comido cuando en la crujía no teníamos nada, nos daban porquerías intencionalmente para que no comiéramos: unos frijoles duros y pasmados con agua sucia en un bote de lata con unos huesos de res apestosos y unos bolillos de piedra que servían para pegar en la reja cuando protestábamos y no se despostillaban los pinches bolillos, y Raimundo llegaba con su palillo en la boca, ni siquiera nos traía un pan, digamos que se metiera en la bolsa.

-Oye, ¿tu hermano qué te dice? -le pregunté.

-“Yo te voy a sacar a ti”, me dice: “A los demás que se los lleve la chingada”.

-¿Y tú qué le dijiste?

-Pues le dije: “No, tenemos que salir todos”. Pero... este... realmente si me sacan a mí, pues ya procuraría hacer algo, también, ¿no?

Sentía orgullo por su situación privilegiada. Ese era nuestro compañero Raimundo. Y el Víctor, un muchacho asturiano que toda su vida había vivido en un hogar donde no le faltaba nada, siempre había comido bien, y verse ahora así para él era de una enorme turbulencia, no soportaba comer lo que nos daban. Yo sí comía el frijol, lo que fuera con tal de vivir.

Una mañana pasó un barrendero frente a nuestras rejas y nos gritó:

-Ya ven, cabrones, por andar gritando el nombre de Vallejo.

Un compañero parado cerca de la reja le preguntó:

-Y ¿quién es Vallejo?

El barrendero se hizo el ofendido y se fue con su escoba, sin contestar. No sabía quién era Demetrio Vallejo.

A lado de la crujía de nosotros había un personaje recluido con los presos comunes que quién sabe por qué lo dejaban salir al pasillo y andaba con una escoba siempre contoneándose. Cuando pasaba frente a nuestra reja se alzaba un coro de voces, de risas y de rechifla:

-¡María! ¡María! -le gritaban. Él se hacía tonto dizque barriendo el pasillo para que todo el mundo le chiflara, ya sabía que al aparecer en el marco de la crujía era la sensación:

-¡María! ¡María! ¡Mira!

-¡Ven María, te voy a dar esto!

Resulta que un día, quién sabe por qué dejaron entreabierta la reja de la crujía E, y se armó un escándalo más grande cuando apareció el muchacho con su escoba:

-¡Ven, barre aquí adentro, María! ¡Entra!

-¡Mira, ven, hazme caso!

-¡Ven, María, bárrete aquí adentro!

El muchacho sonreía con ánimos de coquetear, retando la rechifla atronadora y los gritos alegres:

-¡Entra! ¡Entra!

Cuando se acercó a la reja entreabierta y entró con su escoba, se produjo un instante de silencio, e inmediatamente, pasando ese segundo de sorpresa, estalló una gritería ensordecedora y bajó una jauría saltando de las diferentes literas para rodear al muchacho. El joven María vio que venían todos como leones y asustado gritó:

-¡¡¡Guardia!!! ¡¡¡Guardia!!!

Se detuvieron, la escena se congeló, y María aprovechó el desconcierto para salir en silencio. Se había puesto pálido. No me imagino qué hubiera pasado... ¿o me imagino?

Una mañana llegó el Bombero y dijo:

-Ya trajimos la lista de los que van a salir. Voy a ir nombrando uno por uno y van a salir al pasillo con las manos en la nuca, en orden salen a formarse aquí.

Si había algún momento de silencio, ése era el mayor. No podía haber nada más espectacular para todos que la lectura de aquella lista.

Al primero que nombró fue el Pirata quien, como todos, estaba inmóvil arriba en la litera, y cuando oyó su nombre bajó volando poniéndose la camisa y al venir bajando con su camisa abierta parecía un pájaro hacia la libertad... como una ráfaga. Y no podía merecer otra cosa más que el aplauso. Todos le aplaudimos al ver que quien estaba sentenciado era el primero en salir. También nombraron al joven guatemalteco.

Así fueron nombrando y nombrando y nombrando y nombrando personas, como el cincuenta por ciento. Luego volvieron a cerrar la puerta para desilusión de los que nos quedamos adentro, y se fue el Bombero con los que salieron. A Raimundo no lo sacaron en esta lista, él salió dos días antes.

El Bombero apareció de regreso, se paró otra vez ante nosotros, siempre con sus botas de hule, y nos dijo paternalmente:

-Muchachos, den gracias a Dios que no se fueron en esa lista.

Todos pensamos en el Pirata. Un silencio pesado nos envolvió. Y en ese momento trajeron una cantidad de presos igual a los que habían sacado, eran delincuentes comunes, se veía de inmediato la diferencia. Rápido nos comunicamos entre todos, en voz baja:

-Tengan cuidado, ya llenaron de gente para seguir investigándonos.

La situación se volvió más difícil. Se había terminado la confianza y las conversaciones. A los pocos días llegó el Bombero con otra lista. Nos sacaron a todos con las manos en la nuca y nos llevaron ante el Ministerio Público a declarar otra vez: “Agentes desconocidos nos habían arrestado equivocadamente...”

Al salir a la sala del Ministerio Público vi cantidad de gente esperando a sus familiares y gente que estaba novelando, ciudadanos. Entre ellas estaba la mamá de Víctor, mi papá y mi hermano. Los vi de lejos. Y una viejita de reboso se acercó a decirme:

-Joven, joven, tenga esto... -y me ofreció un billete de a diez pesos, que en ese tiempo era algo de dinero. Vi muy pobre a la señora y le dije:

-No, señora, para qué...

-No, de veras -me insiste-, para algo le tiene que servir. Tómelos, por favor –agarré los diez peso:

-Gracias, señora, gracias...

Al despedirme de Víctor que estaba con su mamá, le dije:

-Cómprate el periódico. Te habló por teléfono en la tarde.

Foto tomada de: http://www.elfaro.net/secciones/el_agora/20080602/tlatelolco.jpg

5 comentarios:

Nancy Ortiz dijo...

Cuando el comandante con un "odio gratuito" dice que los quisiera matar a todos, muestra su total ignorancia, carencia de valores, deshumanización e incluso antinacionalismo, porque, ¿como es posible? que un mexicano desee matar a otro mexicano, y lo peor de todo, por razones que ni siquiera conoce. creo que la sociedad mexicana después de 40 años aún no ha cambiado. seguimos censurando la libertad de expresión, satanizando las ideas no conservadoras, odiando al diferente. Me pregunto ¿que la matanza del 68 no nos ha enseñado nada? parece que la derecha nunca cambia. por algo son conservadores, defensores del estatus quo. gracias gualberto por el relato, en verdad me conmovió. saludos.

Manuel Hernández dijo...

Estimado Gualberto, me pareción muy atinado de tu parte sacar en la página de Actores Sociales el relato sobre el 68, creo que es importante no olvidar este "movimiento social" que marco a México para siempre y que desafortunadamente las nuevas generaciones están olvidando, sobre todo en nuestra facultad.
Bien por este relato.

lazurdacaraza dijo...

El tema "2 de Octubre" me provoca sentimientos encontrados... a veces pienso que pasará a la historia -algún día- como una "celebración" tipo "el día de gracias" en EUA, tan absurdo como "el árbol de la noche triste". El 2 de octubre hasta el presidente lleva flores y los medios de comunicación condenan lo que un día encubrieron. Y la sociedad... igual; quizá más enajenada sólo. Nancy: pienso que el recuerdo del 2 de octubre enseñó a mucha gente que si sale a la calle los pueden matar... vivimos en una sociedad miedosa de que aquel acto se repita y la élite del poder se aprovecha muy bien de ello. Gualberto: el relato también me conmovió a mí... muy bien!! (o muy mal?- ya ves? me confunde)

Orazio Barmez dijo...

Primero que nada agradecer a Gualberto que haya compartido este trabajo, del cual se pueden apreciar muchos maticez de lo que fué la Matanza de taltelolco en 1968.

Los tiempos no han cambiado mucho, la gente sigue siendo ajena al mundo social en el que vive creyendo que el no involucrarse en actos "revoltosos" les garantiza una vida sin lios. Lo cierto es que no hay garantia para que los derechos de cada ciudadano se respeten y peor aun vivir en sociedad no es asunto exclusivo de grupos, al final a todos nos afecta.
Ayer Jueves (02 de octubre)despues de leer este relato pasé por el Zocalo de Veracruz, una manifestación en conmemoración de el 02 de Octubre danzaba por la explanada del zocalo gritando consignas para que no se borre de la memoria colectiva, el municipio de Veracruz festejaba una escuela de bachillerato y había orquesta de musica, fue interumpido este acto y muchos de los presente les parecia ridiculo, naco, estupido que hayan interumpido esta ceremonia conmemorativa a un cecati o cebetis( que los prepara para ser buenos tecnicos trabajadores). La mayoría de quienes festejaban a la escuela reacionaban con gestos y aleteos ¿por que se atreven a interumpir?, me acerque a una señora que aleteaba como gallina que pone un huevo(asustada) "que que les pasa vola de revoltosos que si lopez obrador, que si pemex"... La señora no tenía ni put.. idea del por que estaban manifestando. Que yo me uní al grupo de bastatantes personas(30aprox.

Desde ahí podemos apreciar la desinformación de las personas y lo predispuesta sobre cualquier movilización.

No hemos cambiado y aunque los grupos mas izquierdosos y humanistas hagan coro diciendo "02 de Octubre no se Olvida" se queda corto la intención, pareciera que el activismo y la repulsión a estos actos se da como recordatorio pasando el 02 de Octubre todos volvemos a la oficina y continuamos mecanicamente.

La historia que nos presenta gualberto conmueve y conmueve mucho, indigna y cuando tienes sensibilidad da rabia, impotencia y coraje de ver, que este tipo de violaciones si no como las del 68, si en otras diversas y multiples formas de represión y cencura siguen sucediendo.

El discurso del imaginario colectivo podría decir del mundo es: La juventud inexperta, demaciada energía pero nunca saben a donde van,Carajo! como si los adultos supieran a donde van,

el futuro es producto y reacción del presente.

Los adultos calculan mucho sus pasos, los jovenes se arriesgan pero en el riesgo esta el matiz para entender como caminar.

La experiencia es importante pero muchas histoprias de vida con experiencia para repartir se han quedado en eso, experiencias.

Yo siempre apelo por la fusión,la cooperación, la solidaridad, el trabajo en equipo.
Los jovenes somos indispensables,

Las juventudes deben aderirse a los espacios de los adultos y estos deben permitir la incorporación.
en la realidad y practica no estan fácil, lo sé, pero ese el punto, ahí esta el trabajo que tenemos que hacer.

Aquellos jovenes del 68 por tantas fotos que he visto, videos e historias,el delito fue oponerse al sistema que imperaba en aquellos tiempos con sus modalidades en un México que limita el libre albeldrío.

Actualmente tambien hay luchas y movimientos, pugnas en contra del sistema que nos gobierna.

¿Qué queda del 02 de Octubre?

el miedo de sentirse debil ante el estado que su unica alternativa de negociación es la fuerza y la represión, la cencura y muerte. con esto nos queda claro que el 02 de octubre no se olvida, por que no se olvida que ante tanta injusticia golpes de estado y holocaustos.
ante oposición cencura y violaciones.

De este relato me llama la atención y es la parte que mas me reconforta.
No eramos presos comunes, no habiamos cometido delito alguno,eramos estudiantes, maestros intelectuales, esa celda podía convertirse en un salon donde las catedras salian solas, las platicas, las historias de vida. Ante tal situación el optimismo y el valor de no rendirse.

Me queda claro que como dicen el profe Manuel y Nancy, la educación es indispensable para vivir en sociedad, y por ella establecer nuevos patrones de conviviencia en ella.
No podemos seguir haciendo historia mexicana, sin saber ni poder leerla, los años han pasado y hay analfabetas y analfabetas funcionales en pleno 2008.

Cual es la enseñanza para mi el movimineto del 68 en México.
Sumar fuerzas y crear redes que generen y cambien ideas.
La lucha continua, el 68 es el principio, el parteaguas de nuevas ideas, hay que seguir contruyendolas.
¡Gracias Gualberto Felicidades por este excelente trabajo!, un placer que maestros comprometidos como tú compartan sus trabajos.

la impunidad se legitima cuando la memoria no alcanza a recordar.
Orazio Barmez

Anónimo dijo...

...conmovedor pero también alarmante y realmente alarmante porque las cosas no han cambiado para bien de los habitantes de este país. alarmante también porque la gente se está acostumbrando a la violencia como medio para casi cualquier fin y sigue siendo "normal". aplastemos a quienes nos atacan, a quienes piensan diferente, a quienes no nos apoyan ...totalitarismo? no nos acostumbremos al miedo, no olvidemos, la represión y la violencia. nada de esto tiene que ser "normal". FELICIDADES GUALBERTO, está chido!! Nadezhda