domingo, 21 de octubre de 2007

ENSAYO sobre Michel Foucault: Las palabras y las cosas


Un cómico encuentro con Foucault

Por Israel Hernández Ceballos
alumno de la Universidad Veracruzana
2007


“En algún punto perdido del universo,
cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares,
hubo una vez un astro en el que unos animales
inteligentes inventaron el conocimiento.
Fue aquel el instante más mentiroso
y arrogante de la historia universal.”
Ikram Antaki



Introducción

Existen autores a los que inmediatamente podemos tildar como exquisitos, ese sería el caso de Foucault, un pensador que nos abandonó hace dos décadas y que hoy continua revelándose con fuerza entre los más destacados círculos académicos. Su rebeldía ante la razón, sus infidelidades a la naturaleza del poder por su frustrada identidad y sus pretenciosas manifestaciones contra las verdades biológicas rompieron la tregua que nos dejaba deambular en este mundo, con supina ignorancia, disfrutando los placeres de la vida.

Ese fue Michel Foucault, un ser humano que no nos permitiría volver a la práctica del razonamiento sin dudar mil veces de nuestra verdad, a costa de la verdad de los demás.


El Preámbulo

El problema que yo apenas vislumbraba la tarde en que inicié el ensayo, mientras permanecía de pie, inmóvil entre el polvo, las sombras y los olores de aquel viejo y encerrado escritorio mío, era que ser un urbanícola progresista, escéptico y tecnológicamente desarrollado de principios del siglo XXI me incapacitaba para tomar en consideración cualquier cosa que quedara fuera del ámbito de los cinco sentidos. En aquel momento, la vida para un todólogo como yo, sólo era un complejo sistema de ideas redundantes en la mente para el cual no existían manuales. Es decir, que, aquella tarde, yo era de los que creían que vivir era aprender cada día a manejar tu propio e inestable espacio aprovechando cada oportunidad de exprimir los pensamientos de los demás, reordenarlos y darle coherencias propias sin posibilidad de asistir a cursillos previos ni tiempo para pruebas y ensayos. La vida era lo que era y, además, muy corta, así que la mía consistía en mantenerme permanentemente ocupado, sin pensar en nada que no tuviera que ver con lo que llevaba a cabo en cada momento, sobre todo si, como entonces, lo que estaba haciendo era, entre otras cosas, una confrontación con mi próxima calificación.

Recuerdo que me detuve un segundo para contemplar con extrañeza los ajados detalles de aquel libro que, en un tiempo para mí muy lejano (quizá cuarenta años), había resplandecido y vibrado con las luces de grandes mentes. Aún no habían transcurrido por completo las últimas horas de aquel día de finales de diciembre y ya no podía verse el sol por detrás de las cortinas de la habitación, que, aunque clausuradas, gracias a mi necesidad de concentración, estaban a punto de servir de nuevo al que fuera su propósito original, apartarme un momento del mundo. Mirándolo nuevamente ese bloque de papel y tinta, escuchaba el eco de las famosas voces que siempre lo citarían, parecía imposible pensar que él sería la causa de promoción en esta asignatura.

Miré mi reloj. Las manecillas no detenían su perenne circular y me recordaban que no tenía otra opción más que regresar a la realidad e intentar buscar un poco de aire para alcanzar, con un poco de ayuda divina, una chispa que evocara alguna puerta que me permitiera hablar con el susodicho Foucault. 19:30 hrs.

En ese momento descubrí qué era lo que, desde hacía buen rato, me resultaba tan familiar de aquel francés que ponía en jaque mi paso por el tercer semestre. Me senté en el suelo y me puse la portátil entre las piernas mirando la evolución del acceso en la pantalla, y cuando todo estuvo listo, escribí:

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"Foucault, tonto genio rebelde, incapaz de entender a los demás, hacía lo que yo,
apropiarse de las verdades ajenas y mostrar al mundo su propia realidad."
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Feliz con este inicio, di un aplauso para comenzar a sentir un poco de lástima por Foucault y, por ende, conmigo mismo, porque de pronto cai cuenta de que estaba llegando justo al punto que quería comenzar a criticar, y pues él fue quien me lo recordó: “… la semejanza ha desempeñado un papel constructivo en el saber de la cultura occidental. En gran parte, fue ella quien guió la exégesis e interpretación de los textos; la que organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las cosas visibles e invisibles, dirigió el arte de representarlas. El mundo se enrolla sobre si mismo…” ¡Qué perverso!, interiorizar algo tan profundo de forma tan mundana y dando mi verdad sin reglas, sin orden, sin un sustento… fue cuando comencé a entender que lo que realmente quería decirme Foucault era que necesitaba conocer, ¡conocimiento!, eso es lo que me quería dictar.

Necio convenenciero, creí burlarlo con sólo apropiarme de su idea de revolver los contenidos ajenos, y me lo volvía a decir, a él le sucedió lo mismo cuando interpretaba a Borges en su prefacio: “Quizá porque entre sus surcos nació la sospecha de que hay un desorden peor que el de lo incongruente y el acercamiento de lo que nos conviene…” Pero como dije, no dejo de ser un moderno ser urbano, que necesita de la practicidad como refugio y supervivencia a este molesto sistema de recompensas inmediatas.

Me había pillado in fraganti, y no era cuestión de disimular. En un gesto automático ya jalaba mi cabello, me sentí un poco desconcertado, esto dista muchos años luz de lo que compone mi realidad. Comenzaba a leer nuevamente Las palabras y las cosas y caigo en cuenta que, lo primero que intenta hacer, es romper todas mis posibilidades del imaginario. Desmenuza un diccionario de Borges sobre criaturas míticas, mismas que forman parte de mi simbolismo y mi verdad, aunque no sean verdad. Y eso es lo único que me aclara, que no son de verdad.

La importancia de lo intangible pierde su sentido al llegar a las manos de Foucault. Cómo puede atreverse a romper la magia de las palabras que, por más sinsentido que considere los escenarios de cualquier autor, nos están dando la entrada a un maravilloso mundo en el cual convivir con lo real y lo irreal; es que, acaso, no debo aspirar a lo inexpunable si mi realidad puede convertirse en cualquier momento en lo que yo quiera para hacer más confortable mi estadio presente, qué acaso debo romper de lleno ahora con Homero, con Cervantes, con los Grimm, con Huxley, con Benedetti, con Orwell o con Dan Brown. Él me dice: “Lo imposible no es la vecindad de las cosas, es el sitio mismo en el que podrían ser vecinas” . Cierto, esa es la esencia del pensamiento de estos y muchos otros autores, y que, con ese aire de acrimonia, Foucault, rompe en mil o más, gran parte del buen sabor de boca que en mi habían dejado.

Bien, pero, entonces, porqué se atreve a escribir tan deliciosamente una escena como Las Meninas de Velázquez, dando todo de sí cual más romántico esteta. Cómo puede ser tan despiadado para darme a entender elegante e inteligentemente el significado de un lienzo con las mil historias que encierra. Es una añagaza que Velázquez jamás podrá ayudarnos a aclarar.

“Las utopías consuelan: pues si no tienen un lugar real, se desarrollan en un espacio maravilloso y liso; despliegan ciudades de amplias avenidas, jardines bien dispuestos, comarcas fáciles, aun si su acceso es quimérico. Las heterotopias inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la "sintaxis" y no sólo la que construye las frases —aquella menos evidente que hace "mantenerse juntas" (unas al otro lado o frente de otras) a las palabras y a las cosas. Por ello, las utopías permiten las fábulas y los discursos: se encuentran en el filo recto del lenguaje, en la dimensión fundamental de la fábula; las heterotopias (como las que con tanta frecuencia se encuentran en Borges) secan el propósito, detienen las palabras en sí mismas, desafían, desde su raíz, toda posibilidad de gramática; desatan los mitos y envuelven en esterilidad el lirismo de las frases.”

Ahora que lo pienso, las palabras, dichas correctamente, pueden producir un efecto muy raro en el receptor. Tiene su gracia, lástima que nunca fue mi materia favorita el español en mi formación básica, pero hoy comienzo a entender el porqué la moda de imponer una idea a través del cuestionamiento básico del emisor: ¿me expliqué?, que dista mucho de lo que normalmente alguien responde: claro que te entendí. El autor podrá decir cantidades de ideas formadas por simples sustantivos que en él tienen un sentido, un propósito; sin embargo, quien las recibe a través de sus capitales, como diría Bordieu, podrá interpretarlas y dar nuevos significados a cada construcción del emisor transformando la verdad original, en una nueva verdad propia.

Sentí que algo por dentro se rebelaba. Hasta ese momento había conseguido convencerme de que todo aquello era algo pasajero, que Foucault sugería una “ilusión”, que una vez eliminada mi existencia volvería a ser como siempre. Sin embargo, el hecho de que se gastara en mezclar una y otra vez más “ilusiones” junto a las realidades me producían una dolorosa impresión.

“Pero entre estas dos regiones tan distantes, reina un dominio que, debido a su papel de intermediario, no es menos fundamental: es más confuso, más oscuro y, sin duda, menos fácil de analizar. Es ahí donde una cultura, librándose insensiblemente de los órdenes empíricos que le prescriben sus códigos primarios, instaura una primera distancia con relación a ellos, les hace perder su transparencia inicial, cesa de dejarse atravesar pasivamente por ellos, se desprende de sus poderes inmediatos e invisibles, se libera lo suficiente para darse cuenta de que estos órdenes no son los únicos posibles ni los mejores; de tal suerte que se encuentra ante el hecho en bruto de que hay, por debajo de sus órdenes espontáneos, cosas que en sí mismas son ordenables, que pertenecen a cierto orden mudo, en suma, que hay un orden. Es como si la cultura, librándose por una parte de sus rejas lingüísticas, perceptivas, prácticas, les aplicara una segunda reja que las neutraliza, que, al duplicarlas, las hace aparecer a la vez que las excluye, encontrándose así ante el ser en bruto del orden. En nombre de este orden se critican y se invalidan parcialmente los códigos del lenguaje, de la percepción, de la práctica. En el fondo de este orden, considerado como suelo positivo, lucharán las teorías generales del ordenamiento de las cosas y las interpretaciones que sugiere. Así, entre la mirada ya codificada y el conocimiento reflexivo, existe una región media que entrega el orden en su ser mismo: es allí donde aparece, según las culturas y según las épocas, continuo y graduado o cortado y discontinuo, ligado al espacio o constituido en cada momento por el empuje del tiempo, manifiesto en una tabla de variantes o definido por sistemas separados de coherencias, compuesto de semejanzas que se siguen más y más cerca o se corresponden especularmente, organizado en torno a diferencias que se cruzan, etc.”

Es media noche, y yo, filosofando… la practicidad me indica que esto es representable esquemáticamente así que comienzo mi esbozo:




Muy bien, entonces, es el conocimiento mismo en el discurso el que me ha de ubicar y hacer poner los pies en la tierra, no es simplemente lo que mi mente, mi razón, mi espacio y mi realidad me indique expresar, si mi intención es dar un mensaje, no importa si el lenguaje es rígido-científico, poético, prosaico o lleno de acritud, fijando claramente la intención del sentido de mis palabras, con las decenas, centenas o millares de construcciones que pueda lograr, es posible lograr un mensaje sempiterno rebosante de la tética que merece.

“… Al tratar de sacar a la luz este profundo desnivel…, restituimos a nuestro suelo silencioso e ingenuamente inmóvil sus rupturas, su intestabilidad, sus fallas; es él el que se inquieta de nuevo bajo nuestros pies.”

[…]

6 de enero. Entro al edificio escolar atravesando la marabunta de gente fastidiada por el fin del descanso de fin de año, pero también emocionada por repartir a diestra y siniestra sus mejores deseos para sus pares. Resuelto en mi logro de fines de 2006, me recibe el docente con la revulsiva práctica de Foucault: ¿quién te otorga la autoridad de la verdad? ¿por qué debo aceptar tu discurso? Y comienza a hablarnos de las tres intenciones de esta obra:

1. Los sistemas coercitivos.
a. Procedimiento externo de la exclusión.
b. Lo prohibido y el tabú
c. La partición y el rechazo del otro
d. La voluntad de la verdad
2. Principios de limitación
a. Comentario
b. La noción del autor
c. Las disciplinas
3. Normas de realización
a. Rituales de participación en el juego social

Vaya, ahora son dos, Michel Foucault y Manuel Hernández los que se han empeñado en romper el equilibrio natural de las cosas. No se dieron gusto ya con lograr ya romper el primer barandal de mi consciencia. No fue nada fácil haber alucinado verdades y fantasías con mi corta y breve lectura de fin de año. Esa noche, en el trayecto Orizaba-Xalapa tuve tiempo y oportunidad de reflexionarlo y brindarles mis últimas dos neuronas con una modesta y sincera búsqueda de la respuesta.

Esa misma noche, trabajé durante media hora abstrayéndome completamente del Mundo Real™, concentrado en resolver, lo mejor posible, la empresa que se me había encomendado. Cuando menos lo esperaba, escuché el sombrío crujir de las ramas del árbol frente a mi ventana. Levanté la mirada atónito, por encima del monitor, para poder descubrir el negruzco paisaje fuera de mi ventana, y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, había encontrado la respuesta: a nadie.

Hace poco me comentaban mis compañeras que la posmodernidad otorga a cada individuo la facultad de exponer su pensamiento… “he ahí el título de cualquier lenguaje, su manera de anunciarse y de formular su derecho a hablar” .

Cualquiera, en estos apresurados días, puede dar al mundo su obra, su pensamiento, su esencia. Cuenta con los medios, los correos electrónicos, el teléfono, los mensajes SMS, los chats, los weblogs, etc. Es tanta la ocupación es escribir, que ahora es posible producir tanto que no hay público que se interese en leerlo. Ya nadie quiere repetir la historia de los demás, ahora todo parte de ser original y único, es simplemente, lo que YO estoy viviendo, pensando o sintiendo lo que te quiero explicar: “… Es necesario que nos detengamos un poco en este momento del tiempo en el que la semejanza va a desligarse de su pertenencia al saber y desaparecerá…”

Todo mundo quiere gozar de una identidad, alienándose, allegándose, asemejándose y encerrándose en otras, ah, pero eso si, conservando su integridad y singularidad.

Así es el hoy, gente como yo, posmoderna, urbana, tecnológica, productora y creadora, que no cuento con el tiempo ni la necesidad de romperme la cabeza intentando entrar en la esencia del otro, simplemente recobro lo necesariamente posible para mis fines, me apropio, me plagio, me reinvento y me renuevo de las ideas ajenas para hacer y recrear mi identidad y ofrecerla a los demás, que a su vez, se la apropiarán y reconstruirán, retomarán y quitarán lo que convenientemente les sea necesario. Todo para lograr hablar en primera persona.

Pero las cosas, las palabras ya existen, allí están, sólo entran en este tórrido juego de verdades particulares que se ven en el eterno excluidor, “… Por medio de este juego de la antipatía que las dispersa, a la vez que las atrae al combate, las convierte en asesinas y las expone a su vez a la muerte, sucede que las cosas, las bestias y todas las figuras del mundo Siguen siendo lo que son”

Sin embargo, en este ciclo, hay algo que es por lo que sigue en pie de lucha las cosas, las palabras, por su esencia, por su sustancia. No importa cuan redundante sean los discursos, el conocimiento, en si mismo, jamás nos permitirá alejarnos de su génesis, de su identidad, jamás la desligará de su voluntad hacia la búsqueda de la verdad.

“El gran espejo tranquilo en cuyo fondo se miran las cosas y se envían, una a otra, sus imágenes, está en realidad rumoroso de palabras. Los reflejos mudos son duplicados por palabras que los indican. Y gracias a una última forma de semejanza que implica a todas las demás y las encierra en un círculo único, el mundo puede compararse a un hombre que habla” .

De esta guisa, qué importa si contamos con una lengua de una extraordinaria flexibilidad, dotada de una increíble vitalidad para crear construcciones y neologismos, adecuada para describir abstracciones hasta el mismo punto de infundir sospechas de que se trata de un artificio, una lengua que nos proporciona estructura exquisitamente lógica, si se carece del conocimiento y cultura para entenderla, ya que estos son los únicos que nos podrán hacer brindar a y recibir de nuestros semejantes la pureza de ideas necesarias e inmutables, que transporten y nos plasmen completamente en la sustancia y no solamente en las palabras y las cosas.


Conclusión

Nuestra gloriosa sociedad nos ha enseñado la practicidad y beneficios de la vorágine del conocimiento, sin llegar en ningún instante, a la apreciación del mismo. Hoy, gracias a Foucault, sé que no debe ser motivo para que cualquier estólido venga a discurrir su verdad, por muy válida que pueda ser, en la nuestra.



Bibliografía

Foucault, Michel.
Las Palabras y las Cosas, México, Siglo XXI, 2001.

1 comentario:

Nancy Ortiz dijo...

Yo sabía que detrás de esa carita de bueno se ocultaba un perverso, todos los perversos se descubren en Foucault. no importa, este blog tiene cabida para todos, incluso los perversos y pervertidos como tú, jeje, broma. gracias por mandar tus notas.