miércoles, 29 de agosto de 2007

ARTÍCULO: Millenium El Mito:

Así conferenciaron los altísimos, al finalizar el segundo milenio de la
última era


Ulises Toledo Nickels.
Magister en Educación (Universidad de Concepción).
Doctor (c) en Filosofía (Universidad de Chile).
Profesor Universidad San Sebastián

La flamígera daga de Rayo hería la noctámbula oscuridad desgarrándola en infinitesimales auroras. Las Sombras, hijas de Crepúsculo, se degradaban medrosas, en plomizas constelaciones. Más, prestamente se recogían sobre sí mismas, tejiendo con certera eficiencia la mortaja cernida sobre la telúrica superficie; ahogando en tinieblas el tímido conato de claridad.

A los lloros fluviales de las etéreas hijas de Urano se sumaban los vómitos de Vulcano y, en atronador retumbar, los tambores del Umbral. Mientras, Gaia –la tierra doliente– se agitaba y sacudía sus lomos, pretendiendo despojarse de tanto parásito allí anidado.

Era la Naturaleza Madre que descargaba su ira sobre la vanidosa creatura, nacida de sus entrañas por azar y erigida, ahora, en orgullosa rebeldía. Aquél expósito –a quien los Altísimos, en su imponderable magnificencia, habíanle concedido conservar el precario destello, hurtado a la divina flama del Olimpo, y, por cuya posesión preciosa, asignáronle la dignidad Sapiens–, olvidando su híbrido origen, creyóse destinado a competir con los Empíreos en sabiduría y poder.

Fue Heleno, de Prometeíca estirpe, el primero en acometer tan osada como descabellada empresa, en virtud del ínfimo chispazo de lucidez que le permitía atisbar algún nebuloso significado, en la realidad presentida. Y, el villano presumido, al paupérrimo saber, llamó pomposamente: la Ciencia y la Verdad.

Una vez –supuestamente– dueño de los secretos íntimos y más preciados de Natura, la estimó cuna de muy modesto cuño para tan excelso y predestinado ente, como considerábase, sin dejo de pudor. Imbuido de tan grave convicción, procuró superar a su progenitura; y se alejó de sus sendas, en la seguridad de hallar por sí mismo mejores y mas elevadas cimas. Fundaré y desarrollaré la civilización y el progreso, dijo. Y así fue.

Empero, en lo esencial, se redujo a trocar errores antiguos por errores nuevos. Y, a eso, él le llamó Historia.

Así, transitando de equivocación en equivocación, no sólo puso en peligro su propia existencia sino, también, la de sus cohabitantes en el amplio y generoso seno de la bienhechora y –hasta entonces– fértil, Gaia. Su exterminio como especie zoológica no dejaba lugar a dudas, pues, por propia mano en ello estaba empeñado. Pero, si esto poco importaba a los Altísimos, sin embargo, no podían pasarle desapercibidos los demás extravíos: el hijo impío, cual Rey Midas redivivo, contaminaba cuanto tocaba, en afiebrada necrofilia extensiva a todos los órdenes y géneros naturales.

Por este motivo riñeron Ecología y Physis.

La primera recriminaba a la segunda su desacertada intervención en la gestación del engendro. Ocurrió hace millones de años, cuando los Empíreos encargaron a Physis modelar las criaturas que habitarían la Tierra (Gaia). Le entregaron diversos elementos extractados de las esencias puras y le dieron precisas instrucciones: debería tener sumo cuidado en utilizar sólo elementos provenientes de una misma sustancia (o de sustancias homologables), al crear un ser. Particularmente –le advirtieron– debería evitar la fusión de Soma y Psiqué, pues, eran principios de contradictorio origen y propósito. Nunca deberían mezclarse –siquiera mínimamente– las sustancias del Día y de la Noche. Y, en especial, debería extremar los esfuerzos para evitar cualquier fusión de lo Apolíneo y lo Dionisíaco. Insistieron...., que cualquier alteración a las prescripciones dadas generaría severos riesgos e infaustas consecuencias.

Physis no poseía dotes como Demiurgo y confundióse con tanta recomendación, pero temerosa de reclamar explicaciones suplementarias a los circunspectos Empireos, decidió aconsejarse con Episteme, la de preclaras intuiciones. Más, esta curiosa empedernida, aunque todo había comprendido con claridad, concibió el primer experimento; y la inocente Physis, fiel a sus torcidas sugerencias, mezcló lo que no debía mezclar. Por una parte, el agua con el aceite, Soma con Psiqué por otra; agregándole, además, todo lo Apolíneo y Dionisíaco que habíale sobrado al crear la Noche y el Día.

Así nació esta criatura inesperada, imprevista e imprevisible, en quién –sin solución de continuidad– tan pronto prima lo Diurno como lo Nochirniego, lo Somático o lo Psíquico, lo Apolíneo o lo Dionisíaco. Y, a veces, en sinfonía discordante, todas las tendencias al unísono. Y al instante Eros y Tanatos en pugna constante.

Por eso disputaban Ecología y Phyisis. Y no lograban la concordia. Phyisis imputaba a Prometeo la responsabilidad de lo ocurrido: su antorcha había prendido en lo disímil, encendiendo los opuestos en candente fulgor. Ecología refutaba: que, por ello, Prometeo fue castigado, pero..., la dicotómica discordia de lo disímil..., persistía. Y no arribaban a concordia.

Así acontecía en el Lugar Celeste, cuando los Altísimos Empíreos (a quienes los Sapiens, en su extrema –pero desconocida– ignorancia, llamaban Dioses), decidieron que era tiempo de intervenir y se reunieron en el Nirvana para tratar la delicada situación. Allí conferenciaron Alá y Tao, Yahvé y Tepeu, Atón y Osiris, Gucumatz y Krishna. También acudieron Jehová y Elohí, Zeus y Júpiter, e, incluso, Zarathustra y Quetzacoatl.

Después de mucho debatir, escuchar y analizar argumentos, concordaron que: la pronunciada pendiente de la decadencia había superado los límites permisibles y era, ya, irrelevante, intervenir para revertir. Acordaron, entonces, acelerar el final escogido por la frágil caña engreída, para evitar la propagación cósmica del impulso suicida que la animaba.

–Yo hice un pacto con el Sapiens y el Sapiens no lo cumplió, dijo Yahvé.

–Yo di la Ley al Sapiens y el Sapiens de la Ley se burló, dijo Jehová.

–Es un epifenómeno descastado que desconoce la caridad y el amor verdadero, dijo Alá.

–El Sapiens es sólo un mono carnicero, depredador de toda forma de vida, dijo Tao.

–El Sapiens es nuestra más grande equivocación, dijo Osiris.

–El Sapiens nos avergüenza, dijo Gucumatz.

–No volveremos a pactar con él, dijo Tepeu.

–En verdad, os digo, que esta generación no pervivirá, dijo Atón.

–Y Krishna estuvo de acuerdo.

–Y todos estuvieron de acuerdo.

Así conferenciaron los Altísimos, al finalizar el segundo milenio de la ultima era.

El Sapiens desaparecerá de la faz de la tierra y de él no quedaran vestigios, dijeron; porque no supo administrar con sabiduría los bienes de la naturaleza que le fueron concedidos en usufructo, dijeron. Lo reemplazaremos por un nuevo ser, que aprecie y cultive el don de amar a los semejantes y a los diferentes, y a todos los entes de la creación; para que nuestra obra mas preciada –la vida en sus diversas manifestaciones– se perpetúe y se perfeccione, hasta la eternidad.

Es nuestra PALABRA, dijeron. Y el poder de su PALABRA era grande.

Y sobre la tierra se abatió un halo de finitud. Era la última; la eterna noche de la humanidad, que comenzaba.

Para no ver lo que venía, el buen Helio se retiró a los confines y su lugar ocupó la viscosa primogénita de Hades. Retuvo su paso Cronos el implacable. Urano precipitó, en cataratas multiplicadas al infinito, los mares que celosamente guardaba. Gaia se encabritó apocalíptica. Pestañaron perplejos los relámpagos. Energía se liberó de Átomo.


Y fue el fin.


Ulises Toledo. Millenium El Mito. Cinta de Moebio. Nº5. Abril de 1999. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el artículo de prosa poética y muy pertinente a los tiempos de calentamiento global que corren. Ojala alcancemos a reaccionar antes de que lo descrito en el artículo se concrete.
Es mi modesta opinión. Angel-