viernes, 25 de mayo de 2007

PONENCIA de la UDG

“La educación superior en México en el marco de la

globalización económica”

Por Orión Arturo Flores Camacho

Lic. en Sociología-Universidad de Guadalajara

  • México vs. El Mercado: la goliza imperfecta

Tras muchos años de experimentación en “mercados emergentes” (como Chile o Argentina) las baterías de los Chicago Boys[1] se dirigieron a una de las mayores economías latinoamericanas dejada en manos (aun) del Estado: México. Corría la década de los 80’s, el modelo económico estaba agotado y a este país en el que me tocó nacer le andaba por entrar al selecto grupo de naciones que se consideraban “de primer mundo”. Los Chicago Boys tenían el pase, México las ganas. La ecuación ganadora que años después resultó ser la del caos. Iba iniciando el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, y con él, los gobiernos controlados por economistas de profesión formados en las principales universidades de Estados Unidos. Se acabó la licenciadocracia, empezaba la era de entrada a la modernidad, la era del neoliberalismo económico.

Eso del neoliberalismo, de acuerdo con sus principales promotores, es un sistema económico que promueve la libertad económica del mercado a través de la desregulación, es decir, de que los Estados dejen de participar en el control económico a través ya sea de legislaciones o de la posesión misma de porciones de la producción. El libre comercio y la disolución de las fronteras comerciales (aduanas) permitirán el desarrollo no sólo de la economía, sino de las sociedades, al permitir que todos entremos en una lógica de competencia, mejorando sistemáticamente nuestras capacidades y potencialidades en aras de ofrecer un mejor producto, un mejor trabajo. Estas ideas fueron consagradas por economistas como Friedman (1980) y Hayek (1960) y aplicadas por sus alumnos más preclaros en todos los rincones del mundo. ¿Por qué en todo el mundo? Por que la economía neoliberal está pensada y diseñada para ser aplicada en todo el mundo, si no el sistema no se desarrollaría y sus bondades no podrían ser disfrutadas por todos[2].

Evidentemente el modelo económico mexicano llevado hasta antes del sexenio de Miguel de la Madrid no comulgaba con ninguno de estos supuestos. Desgastado después de casi 40 años de aplicación, el modelo de “sustitución de importaciones”[3] ya estaba dando sus últimos suspiros, desafortunadamente eran muy fuertes y tambaleaban a toda la economía nacional: devaluaciones, inflación e inestabilidad eran las constantes a principios de los 80’s. El cambio de modelo debía de darse de inmediato, en primer lugar para competir en el mercado mundial y, por consecuencia, entrar al primer mundo.

Así, dentro del gris sexenio de Miguel de la Madrid (en donde tuvo que haber un gran temblor y un mundial de futbol para que pasara algo), México signó el Tratado General de Aduanas y Aranceles (GATT por sus siglas en inglés), principal promotor del modelo neoliberal y que a la postre se convertiría en la poderosa Organización Mundial del Comercio (OMC). Se acababa de firmar nuestra entrada de primerísima fila al libre comercio y el mercado mundial.

¿Será?

Las aduanas se abrieron de manera sistemática a productos de manufactura extranjera que vieron en México un mercado virgen y por demás exquisito. La inversión foránea también empezó a ver en México un lugar para emprender jugosas aventuras económicas materializadas en forma de establecimiento de centros de producción. Aunque veníamos de una década perdida en el aspecto económico (los 70’s), marcada por la hiperinflación y la caída del poder adquisitivo del mexicano, el mercado se antojaba suculento.

Sin embargo, el manjar era exclusivo de algunos cuantos. Rápidamente la economía nacional se fue a pique, pues esta aun estaba controlada de manera mayoritaria por el Estado. Desde el más modesto carrito de paletas propiedad de algún sindicato corporativista hasta Petróleos Mexicanos (empresa especialmente golpeada por los descensos mundiales del precio del oro negro) se vieron afectados. Muchos quebraron, otros se endeudaron. La competencia no era la más justa. El partido iba empezando y la goleada ya se dejaba sentir.

Llegamos a 1987 y a nuestra bolsa de valores le dio por hacer crack. El famoso legorretazo, concretado en los principales centros de especulación monetaria en el país y el mundo, provocó una fuga masiva de capitales del país, lo que derrumbó los principales indicadores macroeconómicos mexicanos. Fue el bautizo de fuego de nuestra incipiente economía de mercado, o diciéndolo en términos futboleros, el mercado nos acaba de meter un golazo, con todo y túnel al portero.

Curiosamente, la economía se recuperó y los índices de crecimiento se fueron viendo más amables para el país. Claro, esto en términos macroeconómicos, por que la realidad, la cotidianidad en México era otra: el poder adquisitivo popular era cada vez menor, las oportunidades escasas y el panorama incierto. Aun con esto, y para acabar de consolidar nuestro paso firme hacia el primer mundo, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari[4] México fue admitido en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un instrumento más para la promoción del neoliberalismo en el mundo, y firmó con Canadá y los Estados Unidos el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con el cual las fronteras arancelarias en Norteamérica desaparecerían, consolidando en la zona la práctica verdadera del libre comercio y la competencia sana. Si chucha, como no[5].

El TLCAN entró en vigor con el primer minuto de 1994. El silbatazo inicial del segundo y más reñido tiempo de esta contienda tuvo acompañamiento de rifles en la frontera que el mismo Tratado había olvidado: la del sur, la de Chiapas. Con todo, el TLCAN arrancó sin que las fronteras repentinamente se hubieran abierto de manera completa a todos los productos. Vamos, las andanadas de trailers con mercancías transitando sin ningún problema por los puentes internacionales fronterizos de la región nunca existieron. El libre comercio era una quimera fantástica. Tan fantástica que su ilusorio crecimiento económico se fue a la basura con un error en Diciembre de ese mismo año.

Hubo cambio de gobierno en México, Carlos Salinas le entregaba a Ernesto Zedillo (preclaro alumno friedmaniaco) la presidencia de la república y en pocos días decidió devaluar la moneda para fomentar las exportaciones. Error. La devaluación se salió de las manos, al punto de que el peso perdió casi la totalidad de su valor frente al dólar. Quienes tenían deudas en dólares lo perdieron todo[6]. Las empresas extranjeras sacaron sus inversiones del país y esto se convirtió en una reproducción a escala del infierno. La Crisis llegó para quedarse.

¿Qué fue lo que pasó para que tan apocalíptica situación se diera? La sola implantación del modelo neoliberal en México es al mismo tiempo causa y respuesta. La economía de mercado busca crear naciones productivas autónomas y competitivas, sin embargo México no reunía la primera condición, pues dependía en gran medida de las importaciones de materia prima e incluso de productos ya manufacturados para poder echar a andar su aparato industrial. Lo que pasó en México fue la reedición de las crisis que a principios de los 80’s ya habían pasado las dictaduras militares y neoliberales de Chile y Argentina. La rápida pauperización de la sociedad mantuvo al filo de la navaja la estabilidad ya no sólo económica, sino social de la nación, sobretodo con el panorama político que a lo largo de 1994 se vivió (Chiapas, Colosio, Ruiz Massieu).

Es evidente que México no estaba listo para enfrentarse con la economía de mercado. No estábamos listos para el primer mundo, tan no lo estábamos que los indicadores económicos nunca nos fueron amables (y menos después del crack del ’87) y además llegamos a tener una crisis de la magnitud de la del 94-95 nos tuvo a la orilla de la quiebra total[7].

El primer mundo nos ha estado resultando muy costoso. La goliza se estaba (¿se está?) concretando con insospechadas consecuencias. Pero esto en términos generales. Hubo actores individuales o sectoriales que se las vieron particularmente difíciles. La educación superior en México fue uno de éstos.

  • La educación superior en México: jugando de banca

Aunque hay universidades desde los tiempos coloniales, hablar de un sistema de educación superior en México es incierto en muy buena medida, sin embargo se reconoce que a partir del triunfo de la Revolución Mexicana a nivel nacional éste empezó a cobrar cuerpo y, principalmente, relevancia (OCDE, 1997). La refundación de la Universidad Nacional Autónoma de México y el establecimiento de centros regionales de educación superior (como la Universidad de Guadalajara, la Autónoma de Nuevo León o la Veracruzana) lograron poco a poco construir las bases sobre las cuales se asienta hoy en día este sistema educativo en particular.

Sin embargo, problemas y nubarrones se cernieron desde un primer momento sobre este novísimo actor en la vida social del país. En primer lugar, muchos centros educativos se vieron en problemas para consolidarse económicamente. Las fuentes de financiamiento fueron, son y serán adversas con los centros de educación superior pública[8]. Sin embargo, y a pesar de las dificultades que ha representado para los diversos actores universitarios hacerse de recursos, el sistema se expandió a tal medida que una universidad como la UNAM, a finales de la década de los 60’s, ya era una institución educativa súperpoblada, de acuerdo con estudios y análisis de la OCDE (1997), Muñoz García (2002) y Herrera (2002).

El crecimiento regional también fue relevante. Algunas de las universidades de provincia anteriormente mencionadas centralizaron la oferta educativa en sus regiones de influencia y presentaron un crecimiento en infraestructura y población escolar muy significativo. Esto ayudó a que las ciudades en donde se establecían estos centros educativos (capitales de estado, por lo general) se convirtieran en el motor del cambio y el desarrollo de sus regiones (Muñoz García, 2002).

Sin embargo, todo por servir se acaba, y para finales de la década de los 70’s el problema ya estaba alcanzando límites insospechados. Si bien es cierto que el crecimiento había sido una constante en la mayoría de las universidades mexicanas y que muchas de ellas se habían convertido en polos del conocimiento y en reconocidas figuras de opinión en sus zonas de influencia, ya no se daban abasto, y eso que los niveles de población inscrita en educación superior (un número que fluctuaba entre el 3 y el 5% de la población entre 18 y 24 años) eran bajísimos. El problema se encontró pronto: falta de políticas públicas claras para el desarrollo del sistema de educación superior.

La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) llegó a la década de 1980 con una pléyade de coflictos producto de los problemas de satisfacción a la demanda que muchas de sus universidades agremiadas tenían, y llegaron con un objetivo claro: establecer políticas públicas en conjunto con el gobierno federal para encontrarle salidas al problema. Sin embargo, y como consignan autores tales como Acosta Silva (2002) y Hernández Yánez (2005), muchas de estas soluciones se reducían a transferir más recursos oficiales a la educación superior.

Sin embargo, y como el mismo Acosta Silva refiere, si se diseñaron diferentes instrumentos de política pública para el mejoramiento y el desarrollo de la educación superior. Muchas de estas políticas tenían que ver con el financiamiento (Sistema Nacional de Investigadores, apoyos para el crecimiento de la infraestructura, creación de nuevos centros de educación superior, etc.), pero entra a jugar un nuevo actor, uno determinante que mandará a la banca definitivamente a la educación superior en México: la evaluación.

La evaluación de programas y planes de estudio, de la eficiencia terminal, la titulación y demás indicadores educativos se volvió necesaria para que las instituciones pudieran acceder a más recursos por parte del Estado. Además, por primera vez en años, se empieza a hablar de fiscalizar los recursos que las universidades manejan[9] (Acosta Silva, 2000; Ibarra Colado, 2002). De esta manera, sólo se entregarían dotaciones adicionales de recursos a aquellas instituciones que cumplieran con ciertos estándares de desempeño.

Esta iniciativa, presentada de manera descontextualizada, quizás no diga nada. Sin embargo, es importante analizarla por que nació en los mismos años en los que en México se empezaba a instaurar el modelo neoliberal de economía. ¿Coincidencia? Ninguna. Una peculiaridad que guarda el modelo es que sus principales instituciones supranacionales encargadas de promoverlo (FMI, BM, BID, OCDE, OMC) se la viven dándole sugerencias a los países miembros para que cambien sus maneras de hacer eminentemente nacionalistas por unas más de mercado. El caso de México ha sido especialmente peculiar, pues un diagnóstico pormenorizado de su situación educativa fue realizado por la misma OCDE en 1997 para que, a partir de ahí, el país emprenda una reforma educativa integral la cual lleve a una mayor participación del sector privado.

La evaluación en concreto es una estrategia de carácter eminentemente empresarial. Los principales modelos evaluativos aplicados en educación (como el de Stake, CIPP, Stenhouse y otros) nacieron primordialmente para medir la productividad de las empresas. Pero bueno, es lo que se ha hecho. El estado mexicano implementó diferentes mecanismos de acreditación y estandarización por medio de los cuales determinaría qué universidades merecerían estas ansiadas partidas presupuestales extras.

El hecho de que haya aparecido en el ámbito de la educación superior la palabra “evaluación” tiene que ver con la aparición de otro jugador muy importante, que no vería luz formalmente sino hasta la década de 1990: la calidad educativa.

En el nombre de la calidad educativa se han cometido muchos pecados, pero como ya algunos autores han referido, el objetivo era ese: crear un sistema educativo competitivo, eficaz, racionalizador de los recursos, eficiente y con una planta académica en constante actualización (ya no expansión) (Márquez Jiménez, 2004). Y de nueva cuenta, caemos en los conceptos preferidos por parte de todos los teóricos del neoliberalismo, utilizados básicamente para describir y conceptualizar a una empresa (en este caso, una institución de educación superior) con la capacidad de competir y posicionarse en el mercado como una opción viable para ser consumida. Háganme el peregrino favor[10].

En esta lógica se vieron envueltas las principales universidades públicas, quienes pasaron de ser las beneficiarias de un estado proveedor a las “perseguidas” (por decirlo de manera eufemística) de un “estado evaluador”. Los resultados, aunque lentos, empezaron a promoverse de inmediato. Como mencionan Hernández Yánez y Chavoya Peña (en Noriega Chávez, 2005), muchos indicadores educativos básicos se fueron a la alza: número de personal docente de tiempo completo, personal con estudios de posgrado, certificación de programas por parte de evaluadores externos, producción editorial más prolífica, etc.

Muchas universidades, por su tamaño e infraestructura, pudieron acoplarse rápidamente a las nuevas exigencias económicas, sin embargo, y como ha sido una constante a lo largo de la historia de la educación superior en México, no podemos hablar de todas. Aun hoy existen universidades públicas en el modelo francés de escuelas y facultades, y en general existen severos problemas para la dotación de profesores de tiempo completo con estudios de hasta tercer nivel (doctorado).

Sin embargo, la cuestión parece no haber desalentado mucho a las universidades en sus intentos por obtener más recursos. Finalmente, han aprendido que no sólo el gobierno y la autogestión son las únicas maneras para allegarse dinero. Si se ha permitido la entrada de la iniciativa privada a sectores que históricamente fueron un nicho nacional (minería, industria manufacturera, etc.), ¿por qué no habría de hacerlo a la educación superior?

Este fenómeno, el de voltear al mercado en busca de recursos, ya lo veía Acosta Silva al hacer su análisis de las fuerzas internas y externas en las que la universidad mexicana se encuentra inmersa. El mercado es una fuerza externa con mucho dinero, y se ha podido demostrar, de acuerdo con el autor ya mencionado, que la cooperación ha llegado a ser cordial y de entendimiento.

Por supuesto que esto tiene sus implicaciones. El hecho de que la educación superior nacional esté volteando a ver al que durante mucho tiempo fue el “enemigo burgués” es por que el Estado ha decidido paulatinamente recortar el gasto en educación y ha mandado “a la banca” a la educación superior como una prioridad. Es cierto, este sector es en el que se produce el conocimiento necesario para el desarrollo del país, pero no resulta tan rentable como podría ser, por ejemplo, la simple importación de tecnología, ciencia y recursos humanos. Ante lo bochornoso de la situación, las instituciones de educación superior han volteado a ver a los agentes del mercado para conseguir recursos. Y esto es un triunfo para el sistema económico, finalmente, pero resulta curioso que la cosecha de dinero en este lado del mundo haya resultado hasta el momento escasa.

Y sin recursos a disponibilidad, la educación superior pública no puede aspirar a un puesto de titular en este juego que México está jugando contra el primer mundo.

  • Esos malditos penaltis. Conclusiones.

Como nación en general hemos aprendido a vivir de una manera u otra dentro del actual sistema económico[11], conocemos sus reglas y sus prácticas cotidianas y actuamos en consecuencia. Sin embargo, dentro de la educación superior es imposible hablar de una tersa y ya no digamos completa integración al mercado, principalmente por la existencia de cuadros que se resisten a lo que se ha llamado “la conspiración capitalista”.

Y es que es cierto. Por más que uno intente no atender a las voces que hablan del monstruo devorador de sociedades y culturas que es el sistema económico, las prácticas nos hacen ver que si existe y que ha golpeado duramente a muchos sectores. Las brechas entre ricos y pobres son cada vez más grandes, al igual que las brechas entre universidades ricas y no.

La UNAM, la UdeG, la UANL, la Veracruzana y la BUAP, entre otras, son de esas universidades de arraigada tradición que han logrado posicionarse como referentes obligados en los ámbitos académicos, políticos y culturales de la nación, lo que les ha redituado en una cantidad muy importante de recursos. Sin embargo, ¿qué pueden hacer universidades públicas como la recién creada Universidad de Quintana Roo, la de Baja California Sur u otras de modelos académicos y de gestión diferentes como la Pedagógica Nacional o la Autónoma Indígena de Sinaloa? No mucho, más que ver de lejos como sus socios más consolidados en la ANUIES se convierten en voceras del movimiento y receptoras de los recursos.

Sin embargo, y es aquí por lo que digo que la educación superior pública se fue a la banca con el sistema neoliberal, aun no pueden ser referencia en el mundo empresarial. ¿Quién no ha visto anuncios en el periódico en los que se busca personal de mando medio para una empresa pero que dicen claramente “UdeG absténganse”? Está claro que si los actores del mercado no han sido los grandes mecenas del sistema de educación superior pública es por que no lo ven rentable. Además, para el sector privado hay opciones muy claras de educación: el Tec de Monterrey, las universidades confesionales como las de los jesuitas, el Opus Dei o los Legionarios de Cristo u otras que son de avanzada como el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), cuna académica de muchos de nuestros más preclaros tecnócratas. Todas estas instituciones de élite instruyen a los cuadros que el sistema necesita para prevalecer, y no más.

Y como ya se mencionó en una referencia, para muestra queda lo que intenta hacer el entrante gobierno de Felipe Calderón (con un Chicago Big Boy como Carstens, ex funcionario del FMI, a la cabeza del gabinete económico) con el presupuesto para el año 2007: recorte generalizado al gasto social y educativo. Es como si después de haber perdido por goliza en los 90 minutos reglamentarios el duelo contra el primer mundo, a México nos propusieran jugar una partidita de penaltis…y perdiéramos, cumpliendo con todos los pronósticos.

Y en este último duelo, la educación superior entraría de cambio, sustituyendo las piernas cansadas de algún otro sector golpeado (se me ocurre el campo mexicano, que se abre al libre comercio en 2007). Y, con las piernas atarugadas, el rector de la Fuente (el más importante de toda la ANUIES) manda el balón hasta el fondo…de las tribunas. “Es que es la falta de preparación, es la falta de minutos jugados y además las lesiones han estado peliagudas”, diría.

Nimodo. No estamos todavía listos para jugar un Mundial de este tamaño.


  • Bibliografía

ACOSTA SILVA, Adrián (2002), Ensamblajes conflictivos. Políticas públicas y reformas universitarias en México. Universidad de Guadalajara. México.

FRIEDMAN, Milton (1981), Libertad de elegir: hacia un nuevo liberalismo económico. Grijalbo. México.

HERRERA, Alma (2002), La transformación de la universidad mexicana. Diez estudios de caso. Universidad Autónoma de Zacatecas-Miguel Ángel Porrúa. México.

IBARRA COLADO, Eduardo (2002), “La nueva universidad en México: transformaciones recientes y perspectivas” en Revista Mexicana de Investigación Educativa. Consejo Mexicano de Investigación Educativa. Vol. VII, número 14, enero-abril 2002. México.

MÁRQUEZ JIMÉNEZ, Alejandro (2004), “Calidad de la educación superior en México. ¿Es posible un sistema eficaz, eficiente y equitativo?” en Revista Mexicana de Investigación Educativa. Consejo Mexicano de Investigación Educativa. Vol. IX, número 21, abril-junio 2004. México.

MUÑOZ GARCÍA, Humberto (2002), Universidad, política y cambio institucional. Universidad Nacional Autónoma de México-Miguel Ángel Porrúa. México.

NORIEGA CHÁVEZ, Margarita (coord.) (2005), Cultura política y política educativa en el sexenio de Ernesto Zedillo. Universidad Pedagógica Nacional-Plaza y Valdés. México.

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (1997), Exámenes de las políticas nacionales de educación. México.



[1] Con este apodo fueron conocidos una serie de economistas egresados de la Universidad de Chicago que fueron formados por los padres del neoliberalismo económico: Milton Friedman, Frederick Hayek, entre otros. El campo de experimentación económica fueron países dominados principalmente por dictaduras militares aliadas a los Estados Unidos, como los que se mencionaron anteriormente.

[2] “Si, ajá” fue la respuesta automática que se me ocurrió al escribir esto, sin embargo por ética debo evitar que esta quede consagrada en el cuerpo del trabajo. Ya tendré oportunidad de decirlo más adelante en este ensayo de una manera más propia, más apegada al lenguaje científico y académico que pretendo desarrollar.

[3] El modelo de sustitución de importaciones fue implantado en México durante el sexenio de Lázaro Cárdenas. Consiste en poner barreras a las importaciones de mercancía en pos de establecer una infraestructura industrial tal que permita sustituirla por una manufacturada en el país. A este modelo también se le denominó “nacionalismo económico” (FUENTE: http://www.eumed.net/cursecon/dic/S.htm#sustitución%20de%20importaciones ).

[4] Ex secretario de Programación y Presupuesto durante el sexenio de Miguel de la Madrid, impulsor de muchas reformas y prácticas propias del neoliberalismo como el recorte al gasto social y el adelgazamiento del estado. Durante su sexenio se emprendió la privatización de numerosas paraestatales, en concordancia con esta lógica, tales como Telmex, Aeroméxico y la banca en general.

[5] Perdón, esta vez no me pude contener.

[6] Ahí está nuestro flamante gobernador, Emilio González Márquez, de acuerdo a la propaganda electoral que se produjo durante su campaña.

[7] En este sentido resultaron salvadores los 20 mil millones de dólares que el gobierno de Bill Clinton envió a México para asegurar su supervivencia económica en los primeros días de la crisis.

[8] Aquí podemos contar anécdotas e historias como la que cuenta que a la UNAM el gobierno federal únicamente le iba a dar un año de presupuesto tras la obtención de su autonomía en 1929, o como la última (y en verdad primera) metida de pata del gobierno de Felipe Calderón que intentó recortarle, solamente a la UNAM, 900 millones de pesos para el próximo ejercicio fiscal.

[9] Acción que se vería concretada durante el sexenio de Ernesto Zedillo con las primeras auditorías a las finanzas universitarias. En el ámbito local, se recuerdan las diferentes auditorias que en su momento han enfrentado al gobierno del estado y a la Universidad de Guadalajara.

[10] Hablar de esto puede remitirnos rápidamente al pensamiento y el discurso de aquellos que piensan que mercado es una gran conspiración que busca quitarnos los derechos sociales que nos hemos ganado en base de luchas y esfuerzos, y que el promover la calidad y la competitividad tiene que ver con un proyecto de privatizar la educación. Yo he llegado a creer que esto es posible, sin embargo no deja de sonar conspiracionista y hasta absurdo. Simplemente así es la cosa.

[11] En la clase media profesionista, por que es evidente que en las clases más pobres es imposible siquiera sobrevivir.

3 comentarios:

Nancy Ortiz dijo...

Esta ponencia fue presentada en el último encuentro de Estudiantes de sociología, sin lugar a duda, Orión tiene muy buena capacidad de abstracción y muy buen sentido del humor, esperamos poder contar más adelante con sus trabajos, saludos.

Ana Ortiz dijo...

Muy buena, Un saludo!

Ana Ortiz dijo...

Y como dice la ciudana consejera alumno, esperamos mas trabajos. ;)